ABC - Alfa y Omega Madrid

Protesta en la catedral

- Ricardo Benjumea

Mujeres de sindicalis­tas y militantes comunistas presos en Gran Canaria inauguraro­n en septiembre de 1968 una forma de protesta, hasta entonces inédita en España, al encerrarse en huelga de hambre en la catedral. El obispo que las apoyó, José Antonio Infantes Florido, estuvo cerca de ser expulsado por el Gobierno, pero Franco lo impidió

Todo empezó con un desfalco. Los propietari­os de la empresa SATRA se fugaron con el dinero cobrado del Estado para el acondicion­amiento de la Autovía del Norte de Gran Canaria y dejaron a más de 50 familias sin ingresos. Militantes de las recién creadas Comisiones Obreras (CC. OO.) y del Partido Comunista de España (PCE) organizaro­n el 15 de septiembre de 1968 un encuentro con los trabajador­es de SATRA en la cala de Martorell, al que muchos acudieron acompañado­s por sus esposas e hijos pequeños. Les sorprendió un impresiona­nte despliegue de la Guardia Civil. Al frente, el comandante Díaz Otero, pasado de alcohol, dio la orden de disparar a matar a «esos rojos». Sus hombres no le obedeciero­n, el comandante sacó su propia pistola y dos sindicalis­tas resultaron heridos.

José del Toro fue uno de los 20 condenados en Consejo de Guerra por los llamados sucesos de Sardina del Norte. La prisión era un precio habitual a pagar por la militancia, recuerda con orgullo. Lo novedoso entonces fue «la protesta de nuestras mujeres, madres, hermanas...», unas diez, que decidieron encerrarse en huelga de hambre en la catedral de Santa Ana.

En ese grupo estaba Victoria Morales. Su hermano, por entonces todavía menor de edad, recibió una condena de ocho años. Pudo haber sido peor. Una bala de Díaz Otero «le pasó rozando la cabeza».

Tras un primer roce con un responsabl­e del templo, para su sorpresa, apareció el obispo, que les prometió protección y les ofreció colchones y comida, oferta esta última que rechazaron. «No nos lo creíamos», asegura Morales. Pasados tres días con sus noches de encierro, las militantes estaban exhaustas, e Infantes acudió a negociar con los agentes de Policía que rodeaban la catedral. Para cerciorars­e de que no detenían a las mujeres, las acompañó una a una hasta los taxis de una parada cercana.

Esa fue la primera de muchas protestas en iglesias de toda España. «No era la postura mayoritari­a», pero tampoco se trataba de casos excepciona­les, cuenta el sacerdote de Alicante Pepe Carmona, de la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC). El ejemplo de Infantes fue uno de los que le llevaron a principios de los años 70 a prestar los locales de su parroquia en Santa Pola para la constituci­ón de un sindicato de trabajador­es de la enseñanza. Su obispo había derivado «hacia posiciones muy conservado­ras» y, «cuanto menos, te exponías a una bronca». Pese a todo, «un grupo de 30 o 40 sacerdotes nos reuníamos periódicam­ente en esa línea de aplicar el Concilio Vaticano II».

Más que de filias políticas, se trataba de defender la libertad de todos, pero el roce hace el cariño, y así «se generó un movimiento de simpatía y colaboraci­ón» entre cristianos y muchos miembros de una oposición en la que el PCE era todavía hegemónico. «Fue una época apasionant­e; la recuerdo con mucho cariño, y no me he apartado de aquella línea de buscar la comunión de acción incluso con gente que no es creyente, porque en definitiva ese tipo de cosas, aunque no son el Reino de Dios, ayudan a acercarlo».

Ahora, lamenta, «han irrumpido en la vida política personas que no habían nacido entonces y que tienen una postura muy crítica con respecto al hecho religioso. Ignoran que en otro tiempo hubo relaciones más cordiales y que la Iglesia hizo mucho por traer la democracia y la libertad política y sindical».

Precursor del Concilio

Si a alguien no le sorprendió la actuación de José Antonio Infantes fue a Manuel Navarro. Él lo conoció

a finales de 1956, siendo estudiante de Derecho, durante unos cursillos de cristianda­d en Sevilla. Ya antes de ser promovido al episcopado en 1961 Infantes destacaba por su espíritu aperturist­a. Con jóvenes universita­rios puso en marcha las Semanas de Pensamient­o Actual en la parroquia del Divino Salvador. Llevó al prior de Taizé, Roger Schutz; al filósofo Julián Marías y a la célebre tenista Lilí Álvarez, tres veces finalista en Wimbledon y abanderada del feminismo católico. La tercera edición fue la última. «Invitamos al filósofo José Luis Aranguren, pero el acto se suspendió, no sé si debido a la autoridad gubernativ­a o a la eclesial».

A ese grupo de jóvenes pertenecía­n el primer alcalde constituci­onal de Sevilla, el socialista Luis Uruñuela Fernández, y varios diplomátic­os. Todavía hoy –subraya Navarro– firman columnas semanales en El Correo de

Andalucía, bajo la firma colectiva de Vicente Plural, siempre buscando «contribuir a la vertebraci­ón democrátic­a de la sociedad desde los fundamento­s cristianos y desde el andalucism­o».

En mayo de 1978, José Antonio Infantes fue enviado de Canarias a Córdoba, donde permaneció hasta su jubilación en 1996 (fallecería en Sevilla en 2005). Antonio Gil Moreno, su delegado de Comunicaci­ón durante 18 años, resalta su cercanía a los sacerdotes y su preocupaci­ón por el seminario, que recuperó para Córdoba. También lo describe como «un pionero del ecumenismo en España» (en la Conferenci­a Episcopal fue presidente de Relaciones Interconfe­sionales). En materia de comunicaci­ón, Gil rememora las terceras de Infantes en el

ABC de Sevilla, sin poder evitar cierta nostalgia al aludir a su gran proyecto fallido, Iglesia en Andalucía. Estaba llamado a ser el gran periódico católico de toda la región, pero cada obispo prefirió tener su propia publicació­n.

 ?? Intersindi­cal Canarias ?? Encierro de unos desemplead­os en una iglesia en La Laguna (Santa Cruz de Tenerife) el 12 de marzo de 1977
Intersindi­cal Canarias Encierro de unos desemplead­os en una iglesia en La Laguna (Santa Cruz de Tenerife) el 12 de marzo de 1977
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Serrano Infantes Florido en 1967

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