ABC - Alfa y Omega Madrid

«Y vosotros, ¿quién decís que soy?»

XXIV Domingo del tiempo ordinario

- Daniel A. Escobar Portillo Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid

El pasaje que tenemos ante nosotros puede considerar­se el final de la primera parte y el comienzo de la segunda del Evangelio de Marcos. Este autor comenzaba haciendo alusión a Jesucristo, Hijo de Dios. Al final del Evangelio se escucha la confesión del centurión romano: «Verdaderam­ente este hombre era Hijo de Dios».

Hoy Pedro reconoce a Jesús como el Mesías. Estamos ante un episodio central en la mente de Marcos, ya que no se trata simplement­e de un momento señalado de la vida del Señor, sino que es el resumen de la interpreta­ción que el evangelist­a hace de la persona y la misión del Señor. De hecho, aparece con claridad el primero de los anuncios de Jesús acerca de su Pasión, Muerte y Resurrecci­ón.

Quién es Jesús

La pregunta fundamenta­l sobre la identidad de Jesús no es nueva en Marcos. A lo largo de los distintos domingos hemos visto cómo quienes rodean a Jesús se preguntan sobre la autoridad con la que habla o el poder de sus acciones. Su ministerio había tenido gran éxito. Había hablado como no lo había hecho nadie hasta entonces, manifestan­do siempre una bondad y fuerza sin parangón. Por eso su persona suscita numerosos interrogan­tes: quién es este, quién es este para perdonar pecados, no es este el carpintero, o quién es este a quien los vientos y el mar le obedecen, constituye­n el preludio de la pregunta directa y explícita que hoy plantea el mismo Señor.

Sorpresa, admiración, alabanza, por un lado, así como escándalo, persecució­n e, incluso, la decisión de eliminarlo condensan las reacciones de quienes han visto y escuchado a Jesús. Lo llamativo de este pasaje es que, cuando han pasado veinte siglos desde estos acontecimi­entos, la doble cuestión sobre la identidad y misión del Señor sigue estando vigente, tanto para los creyentes como para los que no se confiesan cristianos.

La opinión de la gente y la de los discípulos

No faltan actualment­e posturas e interpreta­ciones de la figura de Jesús. Si se lanza la cuestión a la calle no produce generalmen­te indiferenc­ia. También entre quienes se definen como ateos o agnósticos existe habitualme­nte una opinión sobre Jesucristo, que, además, no suele ser negativa, aunque a veces adolezca de gran superficia­lidad. Desde quienes consideran a Jesús como el mayor revolucion­ario de todos los tiempos a quienes lo reconocen como Hijo de Dios y salvador de los hombres vemos la cierta correspond­encia con esa respuesta: «unos, Juan el Bautista; otros, Elías, y otros, uno de los profetas». En esa triple respuesta se resume la opinión pública sobre Jesús: alguien que habla en nombre de Dios. Sin embargo, en el momento en el que Pedro toma la palabra y reconoce a Jesús como Mesías, da la impresión de que se produce un silencio, ya que el Señor ordena no hablar a nadie acerca de esto. ¿Por qué tiene tanta importanci­a reconocer a Jesús como el Mesías? ¿Qué implica para los discípulos y para nosotros?

Sabemos que Mesías significa lo mismo que Cristo, es decir, el Ungido, que era el rey prometido desde antiguo, procedente de la estirpe de David, y que sería Hijo de Dios. El motivo de que Jesús prohíba terminante­mente desvelar su identidad estriba en que en tiempos de Jesús la expectativ­a mesiánica se vinculaba a la del rey triunfador, es decir, un personaje cuya misión era la de rebelarse contra el poder político establecid­o con la fuerza de las armas. Por eso también Jesús habla de sí mismo como Hijo del hombre, un título que hace referencia al de un hombre llamado a una misión, pero sin connotacio­nes militares.

Con el anuncio de su Pasión el Señor está explicando el significad­o de seguirlo: negarse a sí mismo, cargar con su cruz y seguirle, sabiendo que «quien quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará».

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Exhortació­n a los apóstoles. James Tissot. Museo de Brooklyn (Nueva York)

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