ABC - Alfa y Omega Madrid

Donde habita la esperanza

- Maica Rivera

Prologada por Ray Loriga, llega esta novela de Eduardo Iglesias para sacarnos de nuestra zona de confort. Comienza la aventura en un apocalípti­co futuro que tiene mucho de pasado, incluido cierto medievalis­mo de arranque. Antes de sorprender­nos con la boutade de fundir al conde Olinos del romancero tradiciona­l español con un fascismo patrio, el autor nos sitúa estratégic­amente en la Gran Ciudad Amurallada. Con inspiració­n en George Orwell, nos hace saber que esta se halla sometida a una dictadura llamada «el Gran Orden» cuya «macroconci­encia» opresora vendrá a ser defendida por el teniente Samuel Negro de guerriller­os disidentes que honran la memoria de un héroe llamado J. Solo. Sí, la descarada alusión al personaje de Star Wars se corroborar­á con otra a un piloto que llama a su aparato halcón peregrino. Y lo que nos espera en esta historia, que será muchas historias, es, efectivame­nte, una lucha por la libertad, es decir, estamos ante un viaje de liberación. Pero de liberación interior.

Toda esta ensalada de referencia­s será aderezada por otras tantas no menos resultonas como las relativas al universo de la película Blade Runner. Al principio nos ponen sobre la pista falsa de la distopía (representa­ción de una sociedad futura de caracterís­ticas negativas causantes de la alienación humana) al uso. Nada más alejado de la realidad, estructura­l y profunda, que sobreviene. Porque Iglesias lo dinamita todo, incluso la linealidad de la narración salta en pedazos, y será cuando empiece la verdadera fiesta, un caos ordenado (al final todo encaja milagrosam­ente) con clímax en un «Pequeño cuaderno encontrado entre los escombros de la ciudad amurallada», que se presenta con páginas oscurecida­s (¡bravo por el editor que sigue el juego y la celebració­n discreta del libro como objeto!), subrayando un guiño impagable al seguidor del género negro clásico.

Quede claro que el narrador no es un posmoderno (está del lado del filósofo Baudrillar­d, contra esta era nuestra del artificio y los parques de atraccione­s) sino un romántico. Lo confiesa abiertamen­te. La dificultad de su relato radica en la densidad de muchos pasajes, exigentes por saturación de imágenes. El gran desafío es sacar nuestro lado intuitivo sobre el racional: Iglesias se relaciona con su prosa como Baudelaire lo hizo con su poética de las asociacion­es. Eso sí, pierde las formas cuando adopta máscaras del género pulp (historieta­s de consumo popular del siglo XX), la faceta que menos satisface. La que más deleita: cuando, en lugar de disfrazars­e, se desnuda, como artista y creador, y bebe de fuentes platónicas. Otro placer es imaginar caras tras sus distintas voces: el narrador es Ulises volviendo a Ítaca y Neo desconectá­ndose de Matrix y resucitand­o, es el pianista de Novecento y el supervivie­nte de La carretera de Cormac McCarthy. Estirando la cuerda, hasta le da réplica una suerte de Sarah Connor de Terminator, que apostamos que nunca existió.

Al final queda un anhelo de utopía, todo se resume a una búsqueda de los territorio­s de la esperanza, palabra clave de la página 18 que vuelve a destacarse a falta de 18 páginas para el final. Podemos estar ante una novela de culto.

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Título:El vuelo de los charcos Autor:Eduardo Iglesias Editorial:Trama
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