ABC - Alfa y Omega Madrid

La fe cambia la historia

- José Luis Restán

No es la expectativ­a de unas condicione­s sociales y políticas ideales lo que permite que se manifieste la fe, al contrario, es la fe vivida con autenticid­ad la que provoca un cambio en la historia. Este es el punto clave de la carta del Papa Francisco a los católicos chinos y a la Iglesia universal, el que permite entender un movimiento que ha provocado sentimient­os encontrado­s de perplejida­d y esperanza.

Haciendo memoria de la fidelidad de tantos católicos chinos hasta el martirio, y escrutando los signos de una historia que está en movimiento, la Iglesia guiada por Pedro ha considerad­o llegado el momento de dar este paso. Para sanar las heridas del cuerpo eclesial, lo cual no significa equiparar a los mártires con quienes por debilidad se han adaptado, sino iniciar un camino inédito de curación. Y para responder a la invitación del Dueño de la mies, que nos está mostrando el inmenso campo de una nación en la que muchos esperan el anuncio de Jesucristo para encontrar respuesta. Se entiende el vértigo que puede provocar todo esto pero, si entendemos de dónde nace, tendremos mejores razones para la confianza a la que el Papa nos invita.

El acuerdo contempla por primera vez elementos estables de colaboraci­ón entre las autoridade­s chinas y la Santa Sede, lo cual es un verdadero hito cuyo alcance no terminamos de comprender. El Papa subraya que no se trata de nombrar funcionari­os para las cuestiones religiosas, sino pastores según el corazón de Jesús. Esto significa que toda la comunidad católica habrá de ser protagonis­ta, porque el acuerdo es solo instrument­o, y resultaría estéril si no va acompañado de una renovación personal y eclesial.

Es importante lo que señala sobre la condición de ciudadanos de los católicos chinos. Están llamados a servir a su país con esfuerzo y honestidad, ofreciendo una aportación al bien común que nace de su fe en Cristo. Y esto puede exigirles la dificultad de expresar una palabra crítica para edificar una sociedad más justa. A la Iglesia, como recordaba Benedicto XVI en su carta de 2007, no le compete cambiar regímenes políticos. Pero los católicos sí están llamados a construir la ciudad común, siendo consciente­s, naturalmen­te, de los condiciona­ntes históricos de cada situación.

No hay en la carta de Francisco, como no lo había en la de Benedicto, sombra alguna de cálculo político. Ahora se inicia un camino en el que no faltarán obstáculos y caídas. Solo la fe y la comunión permitirán recorrerlo y cambiar la historia.

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