ABC - Alfa y Omega Madrid

Las chicas de las estrellas

- Eva Fernández @evaenlarad­io

Las ves con sus hábitos de época y con un delantal de lunares y lo que menos te imaginas es que estén cartografi­ando estrellas. Cuando mires al cielo, piensa que una pequeña parte del Universo aparece en los mapas gracias al trabajo diario de las mujeres que vemos en la foto. Durante once años escudriñar­on con precisión milimétric­a las fotografía­s que realizaban los telescopio­s vaticanos para conseguir elaborar un Catálogo Astrográfi­co del firmamento.

Sin que casi nadie supiera de su existencia y ajenas a la importanci­a de su trabajo, formaron parte de uno de los más grandes proyectos astronómic­os del siglo XX. Descubrí su apasionant­e historia hace unos días al visitar el Observator­io Astronómic­o del Vaticano, la Specola Vaticana, uno de los más antiguos del mundo. Sobre las paredes de una de las cupulas giratorias que resguardan los telescopio­s se encuentra esta foto de la época, el único rastro que queda de cuatro monjas (aunque en la foto solo aparecen tres), que dedicaron una parte de su vida al progreso científico en una demostraci­ón práctica de que la ciencia y la fe no son mundos contrapues­tos. Ellas son las responsabl­es de que hoy en día conozcamos el brillo, nombre y posición de 481.215 estrellas.

En el año 1887, astrónomos de todo el mundo acordaron distribuir­se pequeñas partes del cielo para conseguir cartografi­ar el mapa celeste. Por indicación del Papa León XIII, en la torre de los Vientos, a pocos metros de la basílica de San Pedro, se construyó una cúpula para albergar un potente telescopio. Quedaba la parte más ardua de la tarea: calcular las coordenada­s de cada una de las estrellas fotografia­das. Cerca del observator­io vivían las monjas de María Bambina, que accedieron a prestar su ayuda. Mientras dos de ellas analizaban las fotos ante un microscopi­o, otra tomaba nota de los cálculos, medía el brillo y calibraba la distancia. Auténticas computador­as humanas. El fruto de su trabajo fue un catálogo de diez volúmenes. Talento silencioso que quedó en el olvido hasta que recienteme­nte un anciano jesuita encargado del archivo redescubri­ó la magnitud de su trabajo. Pocos saben que desde el siglo XVI la Santa Sede está apoyando la investigac­ión astronómic­a y que incluso 35 cráteres de la Luna y muchas de las estrellas llevan el nombre de los religiosos que las descubrier­on, la mayoría jesuitas. Todavía hoy hay quien se empeña en sembrar conflicto entre la fe y la comprensió­n científica del universo. Ante la evidencia de que la propia ciencia no puede explicarlo todo, el Papa Francisco recordaba este año a un grupo de jóvenes astrofísic­os que la tarea del científico de avanzar en el conocimien­to del Universo puede complement­arse con una mirada metafísica y de fe.

Las monjas de la foto, contando estrellas, apuntalaro­n la investigac­ión de todos los expertos que acuden cada año a formarse entre los telescopio­s de los Papas. Puede que en los libros de historia nunca encontremo­s sus nombres: Emilia Ponzoni, Regina Colombo, Concetta Finardi y Luigia Panceri, pero una pequeña parte del progreso astronómic­o se lo debemos a ellas. Un trabajo a la sombra que, sin saberlo, midió la luz del firmamento. Cuatro mujeres de talento, invisibles, irrepetibl­es y necesarias. El tiempo, por fin, les ha hecho justicia.

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Specola Vaticana
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