Un 15M católico
▼ Los jóvenes de Fe y Alegría, institución de inspiración ignaciana que busca la transformación del mundo a través de la educación, recogen lo mejor del movimiento juvenil de indignación que surgió durante la crisis económica. Que dentro de la organizació
Es viernes por la mañana. Las calles del barrio madrileño de Ventilla, muy cerca de los icónicos rascacielos conocidos como las Cuatro Torres, transitan hacia el fin de semana con cierta calma. Momentánea, porque en torno al mediodía un furgón policial se coloca al frente de un grupo de jóvenes de todo el mundo. Les escolta y abre paso a lo largo de la calle Mártires de la Ventilla. Preside una pancarta en la que se puede leer: «Las juventudes indignadas nos movemos por la igualdad», a la que siguen numerosos carteles que reclaman la equidad entre hombres y mujeres a la vez que una cultura de paz y un mundo más justo al ritmo de una sonora batucada que hace salir a balcones y calles a vecinos y trabajadores de la zona. Esta movilización se enmarca en el Congreso Internacional Fe y Alegría que se celebró el pasado fin de semana en Madrid y en el que tuvieron una voz muy significativa la Red Solidaria de Jóvenes y la Red Generación 21+, que integran a las juventudes implicadas en Entreculturas y en Fe y Alegría.
Una de las jóvenes de la marcha se llama Tatiana Cardona. Tiene 23 años y llegó desde Cali (Colombia) para compartir su experiencia y conocer la realidad que viven en otros lugares del planeta. Su historia es la viva imagen de lo que Fe y Alegría hace allá por donde pasa: transformar la sociedad a través de la educación y la cultura. Ella creció en El Vallado, un deprimido barrio de su ciudad, y allí encontró un centro de desarrollo cultural de Fe y Alegría, donde descubrió que se puede transformar la sociedad a través del arte y, de paso, su vocación al baile. «Iba al centro solo para bailar; ni me planteaba que a través de este se pudiese trabajar la implicación ciudadana con los jóvenes. Y eso me atrapó. Además, hasta entonces veía el baile como una afición, no como una carrera profesional. Incidieron en mí, estudié una licenciatura en Arte y me puse a bailar. Hoy soy bailarina profesional de salsa», explica.
Tras vivir esta experiencia es hoy, a sus 23 años, voluntaria del centro a donde acudía. Había recibido todo y ahora quería, además de participar, incidir. Por eso, junto con otros, formó en 2011 un grupo para hacer ciudadanía desde el arte con niños y jóvenes: «Damos clases de baile, pero no se trata de aprender a bailar exclusivamente, sino de que las canciones que bailan tengan un sentido para que, a través de ellas, puedan hacer crecer su pensamiento crítico. Así, ellos mismos son protagonistas de su transformación y no lo ven como algo impuesto».
A su centro acude población vulnerable que vive en chabolas en los límites urbanos. Los jóvenes de allí apenas tienen para comer, no hay oportunidades educativas ni de empleo. Están en las esquinas y muchos acaban enganchados a la droga o al alcohol. Sigue Tatiana, que se rebela: «Veo la realidad del barrio donde he crecido y vivido y me digo que no puedo seguir viviendo esto, ver a esos jóvenes fumando y bebiendo licor...». Su trabajo ya ha dado frutos, pues de los propios jóvenes ha surgido un grupo de música que bajo el nombre de Alto Volumen hacen canciones con gran contenido social; cantan, como en el tema Caminantes de barrio, sobre cómo viven, cuentan y sueñan el lugar donde viven. O un grupo de mujeres que entona Basta ya contra la frustración que viven todos los días. «A partir de aquí comienza todo un trabajo precioso en el que nos planteamos qué cantamos y por qué lo hacemos, o cómo abordamos temas profundos