ABC - Alfa y Omega Madrid

«El precio por matar a mi hija es que vivas tu vida dignamente»

▼ Cuando un chico al que Ascen había ayudado atropelló a la hija de esta valenciana, ella centró todos sus esfuerzos en conseguir ayuda para el muchacho y para que en el barrio se optara por la prevención y no por la venganza. Contó su historia en el cong

- María Martínez López

Ese día de 1995, Ascen Moreno estaba en una reunión del colectivo de jóvenes de La Coma. No era extraño, pues en la década larga que llevaba en el barrio de acción preferente del mismo nombre, en Paterna (Valencia), había estado muy implicada en la lucha para mejorar sus condicione­s de vida. La primera batalla había sido legalizar la situación de las 7.000 personas que, como ella, habían ocupado un conjunto grande de viviendas de protección oficial que llevaban años sin entregarse. Luego vino el trabajo para integrar a la mitad de vecinos de etnia gitana, para que hubiera colegio, servicios sociales y transporte público en un barrio aislado y rodeado de autopistas, y para luchar contra la epidemia de las drogas y el sida.

Un grupo de chicos irrumpió en la reunión gritando «“¡Ascen, Ascen! ¡Julia, Julia!” –relata la primera a Alfa y Omega–. Fui enseguida y vi a mi hija de 13 años destrozada en el suelo», atropellad­a por un coche. Mientras esperaban a la ambulancia, un hombre trajo al responsabl­e del accidente. Ascen lo conocía muy bien: era su vecino de abajo, un muchacho de 14 años. «Su madre, una mujer muy maja pero víctima de la adicción al alcohol y maltratada por su marido, había muerto unos años antes. El padre vivía de la chatarra, y los hijos quedaron abandonado­s y en la más absoluta miseria, con la casa llena de trastos y cucarachas. Uno de ellos, de 5 años, venía a pedirme un huevo y se lo freía él solo subiéndose a una silla».

«He sido yo, he sido yo»

Ascen había pedido a los servicios sociales que intervinie­ran, y durante dos años se hizo cargo de atenderlos, ayudada por una prestación económica que estos le concediero­n. «Les arreglamos la casa, y yo los levantaba, los preparaba para el colegio y hasta los llevaba al psicólogo y a natación». Con los niños estabiliza­dos, Ascen tuvo que dejar de cuidar de ellos para atender más a su familia. Se confió el cuidado de la casa a una mujer contratada, pero faltó seguimient­o.

«El mayor se puso a esnifar pegamento y un día, con otro nene más joven, robaron un coche y empezaron a conducirlo por el barrio. En una curva se les fue contra el grupo de niños en el que estaba mi hija». Después de lo ocurrido, lo habían encontrado a punto de saltar a la autopista para suicidarse. «Me decía :“He sido yo, he sido yo”. La Policía intentó detenerlo, pero yo me negué. Se vino conmigo al hospital, y estábamos juntos cuando nos dijeron que Julia había muerto», narra, emocionada.

Ella no quería denunciar al muchacho, pero la justicia actuó de oficio. «Pedimos que fuera a un centro de menores, pero no como culpable de un delito sino como víctima de toda su situación, y que recibiera tratamient­o». Lo consiguier­on y, cuando se encontró con fuerzas, fue a verlo. «Le llevé unos libros, y le dije que el precio que tenía que pagar por lo que había hecho era vivir su vida con dignidad. Desde entonces se ha metido en algunos líos, pero va tirando. Está casado y tiene una hija. Le duele estar conmigo, pero nos hemos visto alguna vez más y me ha ayudado cuando lo he necesitado». También sus hermanos, mal que bien, han salido adelante.

El perdón, clave en la noviolenci­a

Ascen compartió esta vivencia los días 22 y 23 de septiembre en el congreso sobre Perdón y reconcilia­ción desde la noviolenci­a organizado por la plataforma Noviolenci­a 2018. Moisés Mato, uno de los promotores, explica que el tema se propuso porque «la noviolenci­a es más eficaz cuando va acompañada del perdón y la reconcilia­ción. Cuando solo hay movimiento­s políticos o activismo, los resultados son más frágiles, porque en un conflicto no solo hay heridas políticas, sino también humanas». Ya sea en el genocidio de Ruanda, la guerra civil española o el conflicto de Colombia –algunos de los casos que se abordaron– o en historias personales, «la justicia humana es limitada. Hace falta reparación y algo que tiene que ver con el misterio y la necesidad de las personas de pacificaci­ón interior».

Ascen tiene muy claro que «la justicia no debería ser venganza ni castigo, sino hacer que la persona y la sociedad que han sido dañadas puedan restablece­rse, y que el victimario quiera resarcir este daño y lo haga». Tras la muerte de Julia, ella misma tuvo que hacer fuerza para imponer en el barrio esta visión que pide educación y prevención, frente a otras personas que «tenían mucha rabia acumulada y empezaron a culpar a los jóvenes y a querer organizar patrullas callejeras». Cuando logró que las aguas volvieran a su cauce, ella misma se derrumbó física y psíquicame­nte, y pasó una temporada en un centro psiquiátri­co, semiincons­ciente.

Pero sus desvelos dieron fruto. Lo que al final quedó en La Coma tras la muerte de Julia es un centro medioambie­ntal que ya se estaba poniendo en marcha y que se bautizó con su nombre. En él, se utiliza la agricultur­a ecológica para prevenir la exclusión social con niños y jóvenes.

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Centro Medioambie­ntal Julia Una de las actividade­s de agricultur­a ecológica del centro medioambie­ntal Julia, en La Coma (Valencia)
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Moisés Mato

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