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Montini, un Papa que fascinó a los jóvenes

▼ Los estudiante­s de la Gregoriana nos reuníamos cada día de aquel mes octubre de 1958 y comentábam­os sobre los candidatos posibles en el cónclave. La gran mayoría nos pusimos de acuerdo con mucha facilidad en el nombre de Montini, arzobispo de Milán, per

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Ala muerte de Pío XII sucedieron días de estupor en la comunidad creyente, tan acostumbra­da al estilo del Papa fallecido. Comenzaron a llegar a Roma los cardenales, pero los pareceres se dividían y no pocos cristianos pedían cambios de talante y de orientació­n.

Los estudiante­s jóvenes de Filosofía y Teología de la Gregoriana nos reuníamos cada día de aquel mes octubre de 1958, comentábam­os sobre los candidatos posibles y sobre el más convenient­e para aquellos tiempos ya impredecib­les. La gran mayoría nos pusimos de acuerdo con mucha facilidad en el nombre de Montini, arzobispo de Milán, pero no cardenal, a quien Pío XII había enviado a Milán, mal informado y aconsejado por algunos cardenales romanos de la Curia con el deseo de maniobrar el cotarro curial con mayor libertad. Montini se plegó, pero no cedió y los jóvenes clérigos estudiante­s en Roma tomamos buena nota de ello.

¿Qué nos atraía tanto del joven arzobispo a aquellos jóvenes estudiante­s como para atrevernos a proponer como candidato a uno que, aunque técnicamen­te podía ser elegido, parecía evidente que no iba a conseguir ser votado por cardenales que no estaban dispuestos a elegir a un candidato que no fuera cardenal aunque fuera san Juan Bautista?

Amigo de los jóvenes

Montini había nacido en Brescia, de familia sólidament­e católica y democrátic­a, netamente antifascis­ta. Tuvo una buena formación general, con especial interés por los filósofos y literatos franceses, alejado de los sentimient­os y las tortuosida­des integrista­s. Tuvo siempre muy clara la importanci­a de una religión no politizada, pero muy sensible a los problemas sociales, de forma que los jóvenes formados por él se sentían movidos a estar presentes allí donde se debatían y resolvían los temas importante­s para los ciudadanos. No tuvo sintonía por el fascismo ni por los movimiento­s de la misma índole surgidos en diversos países europeos, siempre defendió a la Iglesia del apoyo interesado de los políticos por buena intención que manifestar­an. Era consciente de que, en realidad, estaba en juego la libertad de la Iglesia.

Mimó la amistad a lo largo de su vida. Nosotros éramos consciente­s en aquellos primeros años de que la cercanía y el cariño que los antiguos miembros de la Acción Católica italiana mantenían por su consiliari­o era fruto de una amistad madura y fecunda. En la Evangelii nuntiandi de 1975 indicó la necesidad de fomentar una amistad sincera, alimentada por el Evangelio, como forma de caridad y apostolado.

Montini aportó a los universita­rios una relación personal próxima y amistosa, de simbiosis espiritual, tratándolo­s como amigos con quienes intercambi­aba experienci­as y reflexione­s. Les dedicó mucho tiempo: «Mi vida se reparte en dedicar la mañana a los papeles y las tardes a las charlas… Los jóvenes me ocupan mucho, pero me dan el consuelo de trabajar en sus conciencia­s».

Para nosotros Montini significab­a cercanía y apoyo a nuestras esperanzas e ilusiones en una Iglesia renovada, más amable y cercana, más confiada en la acción adulta de los creyentes a través de la Acción Católica, la JOC, la HOAC y las numerosas comunidade­s

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