ABC - Alfa y Omega Madrid

Ray y Lilly Tullius

- José Luis Garayoa* *Agustino Recoleto. Misionero en Texas (EE. UU.)

Hace frío, mucho frío, y las noches se hacen interminab­les sin ternura, sin cena y sin casa. Al atardecer, los sin techo de El Paso, esos que vemos acarreando sus pertenenci­as en carritos de supermerca­do y piden ayuda garabatean­do mensajes en una caja de cartón, van acercándos­e a Myrtle Ave como las mariposas a la luz. Solo los violentos son rechazados, a todos los demás se les da techo y comida caliente. «Tratamos a todos con respeto y dignidad, sin juzgarlos. Sin distinción de género, orientació­n sexual o creencia religiosa. No importa que tengan problemas emocionale­s o psíquicos», me dice Ray Tullius. «Algunos están luchando contra una adicción, otros han sido abusados o han perdido a sus seres queridos y llevan años viviendo en la calle», añade.

Si alguien puede entenderlo­s es el propio Ray, porque él también fue uno de ellos. Todo comenzó con un milagro. Su mujer, Lilly, perdió su hogar a causa de un incendio y se vieron en la calle. Su hijo sobrevivió a pesar de sufrir quemaduras en el 93 % de su cuerpo. En ese invierno de 1994, juntos, decidieron luchar por lo imposible: impedir que más gente muriese en El Paso (Texas), sin un lugar donde protegerse del frío y saciar su hambre. Así nacieron los Centros Opportunit­y para Homeless. Y a su sueño se unió gente que vivió el abandono. En mi vida me he topado con gente maravillos­a que siempre contagia esperanza. Aquí me siento honrado con la amistad de Ray y Lilly. No hay homeless en la ciudad que no los conozca. Hoy su sueño se ha cristaliza­do en cuatro albergues de emergencia y siete centros donde se educa y forma para que los desheredad­os de la sociedad puedan abrazar la vida con entusiasmo. A nadie se le niega una nueva oportunida­d. De ahí el nombre del proyecto.

Me he propuesto que nuestros jóvenes pongan su granito de arena en el proyecto, y nos hemos ofrecido para cocinar y servir la comida. Es lo que llaman la pedagogía de la acción: a ser generoso se aprende siéndolo. Y a ser agradecido­s con la vida, se aprende viendo cómo otros se abrazan a ella con pasión.

Le digo a Ray que lo voy a hacer famoso en España y se ríe. «No necesito serlo, y si escribes algo, que no falte mi mujer, porque ella siempre ha estado a mi lado dándome fuerza», me dice.

—Nos vemos pronto, Ray.

—Sí, ven, aunque no traigas comida, porque hace tiempo que no te doy un abrazo.

Recuerdo a Brecht: «Hay hombres que luchan toda la vida, esos son los imprescind­ibles». Como Ray y Lilly Tullius.

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