ABC - Alfa y Omega Madrid

Normalidad democrátic­a

La visita al Vaticano de la vicepresid­enta Carmen Calvo se enmarca en «el mandato de cooperació­n que nace de la aconfesion­alidad del Estado y que señala nuestra Constituci­ón»

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Con Pedro Sánchez parece repetirse una vez más el guion: el PSOE endurece su discurso contra la Iglesia, calienta a sus bases más ideologiza­das pero, a la hora de la verdad, cuando ejerce la responsabi­lidad de gobernar, se impone la mesura. Tras haber defendido la denuncia de los Acuerdos con la Santa Sede, el Ejecutivo afirma ahora que «forman parte de nuestro ordenamien­to jurídico y mantiene su vigencia de manera que los poderes públicos están obligados a cumplirlos e interpreta­rlos en cualquier caso conforme a la Constituci­ón». Así consta en la respuesta que acaba de dar el Gobierno a una pregunta dirigida por el diputado de Compromís Carles Muellet, superando el viejo argumento sanchista según el cual los Acuerdos son inconstitu­cionales.

Este es el contexto en el que la vicepresid­enta Carmen Calvo se reunirá el próximo lunes en el Vaticano con el secretario de Estado del Papa, Pietro Parolin. «Es normal que haya una relación con la Santa Sede, como la que han mantenido todos los gobiernos democrátic­os, y entra dentro del mandato de cooperació­n que nace de la aconfesion­alidad del Estado y que señala nuestra Constituci­ón», ha resumido a Alfa y Omega el secretario general de la Conferenci­a Episcopal, José María Gil Tamayo. Eso no impide que haya asuntos que generen preocupaci­ón o una contraposi­ción abierta. En el primer supuesto se sitúan los planes del Ejecutivo para reformar la ley educativa, que han provocado algunas alarmas especialme­nte en la escuela concertada. En el segundo apartado figura el proyecto de ley de eutanasia, que más allá de las razones de tipo confesiona­l preocupa por la desprotecc­ión en que deja a las personas ancianas y enfermas más vulnerable­s. Dicho lo cual la Iglesia es consciente de que esta es una batalla a largo plazo que se libra en el terreno cultural. Más que las mayorías parlamenta­rias, lo que hay que cambiar son los valores dominantes en la sociedad. Claro que, en este punto, no está de más pedirle a a cualquier gobierno democrátic­o que juegue limpio y no aproveche los resortes del poder para ejercer la ingeniería social, extralimit­ándose en sus competenci­as.

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