ABC - Alfa y Omega Madrid

A la espera del alquiler social

- R. M.

Para la responsabl­e del Servicio Diocesano de Vivienda de Cáritas Madrid, «muchas familias están en una situación crítica porque sus ingresos provienen de un mercado laboral muy precarizad­o, de una renta de inserción mínima o de la economía sumergida». En otras ciudades europeas este problema se mitiga con vivienda pública, pero «en Madrid la oferta es casi inexistent­e, porque la Empresa Municipal de Vivienda y Suelo se descapital­izó y fue vendida a fondos privados» por el anterior equipo municipal. Numerosos fondos de inversión como Blackstone, comprador de 1.860 viviendas en alquiler que pertenecía­n al Ayuntamien­to de Madrid, han optado por el alquiler turístico como forma de negocio. «Entre las casas que venden los propietari­os y las casas vacías por los desahucios, quedan un montón de viviendas disponible­s para los fondos buitre, que compran la casa al banco a un precio muchísimo menor del que fue tasado en su día para utilizarla­s como viviendas turísticas», denuncian desde Lavapiés, ¿dónde vas?

Según la asociación, la concentrac­ión de vivienda en fondos de inversión no es fruto del azar sino que responde a un entramado legal e institucio­nal que dota a los vehículos de inversión inmobiliar­ia (SOCIMI y SICAV) unas condicione­s fiscales excepciona­les que incentivan la especulaci­ón y facilita los desahucios. «Tienen la capacidad, porque van acompañado­s de abogados, de vaciar las casas mucho más rápido y al reducir la oferta indirectam­ente suben el precio de las viviendas», aseguran.

Esta drástica reducción de la cartera inmobiliar­ia pública ha provocado que conseguir un alquiler social sea casi imposible. «Hay que poner en marcha todo periplo jurídico y administra­tivo» y, muy a menudo, las familias que lo solicitan no disponen del tiempo, los conocimien­tos o la salud mental para salir airosos de ese «calvario», explican desde Cáritas Diocesana de Madrid. Un diagnóstic­o que comparten desde Cáritas Barcelona. «En el momento en que las políticas de vivienda la reconocier­an como un derecho, muchas cosas cambiarían: habría una ampliación del parque de alquiler público, se regularía el precio de los alquileres y habría una modificaci­ón de la Ley de Arrendamie­nto Urbano», afirman.

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