ABC - Alfa y Omega Madrid

La Virgen de la Novena

- Concha D’Olhaberria­gue

La parroquia de San Sebastián tiene su entrada principal por la calle de Atocha, y la trasera, para acceder al valioso archivo que custodia, por Huertas, una de las vías más representa­tivas del barrio de las Letras, al que muchos se refieren en lenguaje coloquial como zona de Huertas.

La iglesia cuenta, además, con otra entrada, con una interesant­e portada de sillares de granito, remodelada con elementos de la primitiva, y una hornacina con el santo titular, del cual toma su nombre esta calle de San Sebastián.

El espacio que antaño ocupó el cementerio, alberga hoy un vistoso jardín, presidido por un olivo centenario, y un despacho de plantas: El jardín del ángel. Lamentable­mente, el edificio actual fue reconstrui­do tras la guerra, en los años 50, pues fue saqueado primero y bombardead­o después.

Declarado bien de interés cultural, San Sebastián muestra hoy en el atrio los nombres de algunos de los muchísimos feligreses ilustres que allí fueron bautizados, contrajero­n matrimonio o, como Lope de Vega, fueron enterrados, y el archivo guarda la partida de defunción de Miguel de Cervantes.

Además, junto al recuerdo de la vinculació­n de estos extraordin­arios escritores a la parroquia, el Siglo de Oro se renueva en nuestros días cada último sábado de mes con una Misa que entronca con una tradición que hunde sus raíces en aquella época áurea.

En San Sebastián está la imagen de Nuestra Señora de la Novena, a la que tributan devoción los actores desde la fundación de la cofradía, en 1632. Entre las muchas historias curiosas que se cuentan de la iglesia como lugar de culto de los cómicos, referiremo­s un suceso hilarante de la época mencionada, cuando el barrio tenía los dos corrales de comedias más importante­s: el del Principe y el de la Cruz. Ocurrió que durante la celebració­n de la Misa, el sacerdote se desvanece y el popular actor Roque Figueroa improvisa un sermón.

La Misa actual en honor a la Virgen de la Novena es una ceremonia íntima, sumamente participat­iva, oficiada por un sacerdote también actor, quien conoce a todos los feligreses. Al terminar, los asistentes toman un aperitivo en algún local cercano, donde, tras el refrigerio, se citan para el mes siguiente.

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