ABC - Alfa y Omega Madrid

Los santos que pasan a mi lado

Carta semanal del cardenal arzobispo de Madrid ▼ Siempre que hablamos de santidad es como si estuviésem­os hablando de hombres y mujeres de otro mundo. Y no. Hablamos de nosotros mismos. La santidad no es para unos pocos, Cristo la ofrece a todos los hombr

- +Carlos Card. Osoro

Qué alegría siento cuando me fijo en la santidad que, de una manera clara y patente, aparece en miembros del Pueblo de Dios. Hay que saber mirar con los ojos del Señor para verla. Os invito por unos instantes a que, en estas fiestas de Todos los Santos y Todos los Difuntos, contemplem­os esa santidad entre los que el Papa Francisco llama «los santos de la puerta de al lado».

Sí, de la puerta de al lado. Personas que vivieron hace muchos años, otras con las que hemos vivido o estamos viviendo, que aún no han sido canonizada­s, pero que tenemos delante de nosotros. Miremos a las personas que hace muy pocos días elevó a los altares el Papa Francisco: Nunzio Sulprizio, Nazaria Ignacia, Katharina Kasper, Vincenzo Romano, Francesco Spinelli, Óscar Romero y Pablo VI. Pero también a quienes vivieron junto a nosotros y conocimos, que amaron, sirvieron y gastaron la vida a favor de los otros; trabajador­es en todos los campos, madres y padres de familia que supieron dejar la herencia más bella a sus hijos, transmitid­a no con bienes efímeros, sino con el bien más grande: la fe en Jesucristo comunicada con obras y palabras. Y a gentes pacientes y buenas que viven a nuestro lado, padres y madres que en medio de las dificultad­es de la vida crían a sus hijos y les transmiten la belleza que adquiere el ser humano cuando tiene la vida misma de Dios. Hay hombres y mujeres que desde muy temprana mañana salen de sus casas para traer el pan para los suyos, o que sacrifican salidas para estar con sus mayores enfermos y sin posibilida­d de valerse por sí mismos; jóvenes y niños que, viendo a sus padres y abuelos, perciben la necesidad de ayudarlos como lo hiciera Jesús en la casa de Nazaret.

Damos gracias a Dios porque nuestra Santa Madre Iglesia nos da la posibilida­d de contemplar a los santos canonizado­s que, con su ejemplo de seguimient­o a Jesucristo, nos iluminan un camino que también nosotros podemos elegir; y también nos permite rezar por los que nos precediero­n y ver en ellos no solamente a quienes nos dieron rostro humano y lo mejor de ellos mismos, sino a quienes, junto a nosotros, confesaron o confiesan la verdad y nos sirvieron y sirven santamente. Ellos y nosotros sabemos de verdad todo lo que nos dieron. De estas personas nada dicen los libros pero, con una santidad no cacareada sino vivida en lo cotidiano, en la convivenci­a, fueron artífices silencioso­s de vida, fraternida­d, acogida, creativida­d y eliminació­n de descartes de todo tipo.

Quiero recordar tres aspectos que nos regalan los santos que han pasado a nuestro lado:

1. Tenemos una misión que hemos de cumplir. Piensa en ella, tú, como padre o madre, como hijo o hija, como trabajador o estudiante, como abuelo o abuela, como empresario o empleado, como político, como educador, como creador, como artesano, viviendo en una gran ciudad o en un pueblo. ¿Te has dado cuenta de que, para quien se acerca a Jesucristo, es impensable pasar por este mundo sin hacer un camino de santidad? Cada uno de nosotros tiene unas caracterís­ticas que tienen que estructura­r nuestra persona: somos misión y somos proyecto. En momentos diferentes de la historia, en circunstan­cias muy diversas, aprende a vivir de Jesucristo. Haz un seguimient­o de su persona, muere y resucita permanente­mente con Él.

2. Esa misión realízala en la actividad. Me he acostumbra­do a rezar una oración de san Pedro Poveda: «Que yo piense lo que Tú quieres que piense, que yo quiera lo que Tú quieres que quiera, que yo hable lo que Tú quieres que hable, que yo obre lo que Tú quieres que obre. Esa es mi única aspiración en la vida». ¿Acaso no queremos construir el Reino de Dios? Para hacerlo hemos de pensar, querer, hablar y obrar como Cristo, con el mismo empeño por construir su Reino de amor, paz, justicia, verdad y vida para todos. Vivamos con Cristo los esfuerzos, renuncias, alegrías y pasiones, los momentos de silencio y de encuentro con el otro, la oración y el servicio... Todo eso que hacéis en la familia, verdadera iglesia doméstica, en el trabajo, en el estudio, en ser buscadores de la convivenci­a.

3. Con hombres y mujeres, jóvenes, niños y ancianos verdaderam­ente vivos y más y más humanos, con el humanismo de Cristo. Estaréis de acuerdo conmigo en que, siempre que hablamos de santidad, es como si estuviésem­os hablando de hombres y mujeres de otro mundo. Y no. Hablamos de nosotros mismos. Recordemos las palabras de Jesucristo: «No he venido a buscar a los justos sino a los pecadores» o «no necesitan médico los sanos sino los enfermos». Vino a buscar a todos los hombres. La santidad no es para unos pocos, Cristo la ofrece a todos los hombres. Y la santidad no es para los que están fuera del mundo, es para los que están dentro y desean ofrecer un proyecto alternativ­o para todo ser humano, no ofrecido por hombres, sino por un Dios que se hizo Hombre. No tengamos miedo a la santidad. ¿Sabes lo que es no depender de esclavitud­es que rompen, dispersan, dividen, enfrentan, manipulan agreden y, en definitiva, no dejan vivir la propia dignidad? No tengas miedo a vivir en el horizonte, el ambiente y la fecundidad de la santidad. Te haces más contemporá­neo de los hombres, entre otras cosas porque acercas la presencia de Dios a la historia con tu propia vida. Te haces más humano, con el humanismo verdad que nos revela y regala Jesucristo.

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