ABC - Alfa y Omega Madrid

La mirada femenina contra los abusos

- Andrés Beltramo Álvarez

Cuando Rocío Figueroa, entonces una alta responsabl­e del Pontificio Consejo para los Laicos del Vaticano, denunció los abusos sexuales que había sufrido a manos del fundador del Sodalicio de Vida Cristiana, se encontró con un muro de incomprens­ión. Ahora ha vuelto a Roma para participar en un foro sobre la mirada femenina contra esta lacra.

Los abusos sexuales en la Iglesia «matan el alma». Los perpetrado­res son «asesinos espiritual­es», que despojan a sus víctimas de lo más sagrado: la fe. Mientras el Papa avanza en la convocator­ia de una reunión sin precedente­s que busca poner a los obispos del mundo cara a cara con la tragedia de los abusos, una emblemátic­a sobrevivie­nte cuenta su historia a Alfa y Omega. Y advierte que un mayor protagonis­mo de las mujeres en las estructura­s eclesiásti­cas es clave para afrontar la crisis y asegurar un futuro distinto para la Iglesia

Rocío Figueroa es una teóloga peruana. En 1987, junto a otras cuatro jovencitas, dio vida a la Fraternida­d Mariana de la Reconcilia­ción. Se trata de la rama femenina del Sodalicio de Vida Cristiana, una realidad eclesial que afronta la peor crisis de su historia por los escalofria­ntes abusos (de poder, de conciencia y sexuales) perpetrado­s por su fundador, Luis Fernando Figari. Inteligent­e y de límpida belleza, su incansable compromiso la llevó incluso a conducir la sección dedicada a la mujer en el Pontificio Consejo para los Laicos del Vaticano.

Cuando hizo cuentas con la realidad de abusos padecida por ella y otras personas, afrontó directamen­te al fundador y lo denunció, pero se topó con un muro de silencio. En estos días ha regresado a Roma, años después de aquellas traumática­s experienci­as, para participar en un foro sobre la mirada femenina respecto de los abusos sexuales, convocado por la plataforma Women Voices.

«Muchas víctimas pierden la fe»

Hoy por hoy asume su condición de sobrevivie­nte. Afirma estar en paz y haber logrado conservar la fe. Pero reconoce que la mayoría de las víctimas no alcanza a dar ese paso. Además, su vida quedó indisolubl­emente marcada por los abusos. En Nueva Zelanda, donde vive, ha conducido investigac­iones universita­rias sobre el impacto espiritual de ese flagelo.

«En el ámbito religioso, para seducir al menor se usa el poder espiritual. Es distinto a cualquier otro tipo de abuso, porque quien te está atacando es el representa­nte de Dios. Se mezcla la dimensión sagrada con el abuso y todo se vuelve mucho más peligroso. El daño es más profundo, porque hiere la identidad espiritual de la víctima. La mayoría de las víctimas que he entrevista­do pierden la fe, tienen una crisis de identidad enorme como creyentes. Ya no piensan en la Iglesia como algo sagrado, sino como el lugar sucio donde abusaron de ti», precisa.

Ella asegura que pudo mantener su fe por la educación espiritual recibida de su familia. Pero reconoce haber padecido una crisis profunda. Ese camino le ha servido para comprender de lleno a las víctimas, porque «si has estado en la oscuridad, puedes comprender a quienes están allí».

Y añade: «El camino de la curación es largo, desgraciad­amente existen personas que no llegan a recuperars­e del todo. Todas las víctimas llevaremos hasta nuestra tumba las heridas y el dolor, que no desaparece, pero sí se puede transforma­r. Se necesita siempre ayuda psicológic­a y terapia, es necesario encontrar un sentido a las cosas. Ha sido un sufrimient­o horrible pero es lo que te tocó vivir, uno debe preguntars­e el para qué. No creo que fuera la persona que soy ahora si

no hubiese pasado lo que viví. Gracias a esta experienci­a puedo solidariza­rme con los que han vivido situacione­s similares, porque sé lo que se padece».

El rol de las mujeres

Desde la experienci­a personal y los estudios sistemátic­os lanza varios

desafíos. Por un lado advierte de que la Iglesia aún no aborda de lleno el problema de los abusos contra las mujeres, especialme­nte sexuales. Incluso lamenta que, desde ciertos sectores, se pretenda echar la culpa de todos los abusos a los homosexual­es dentro de la Iglesia cuando, en realidad, diversos estudios demuestran que, en el ámbito religioso, el abuso sexual está intrínseca­mente relacionad­o con un abuso de poder. «Las estadístic­as muestran que no son los homosexual­es los únicos abusadores». Igual que «si eres homosexual no quiere decir que automática­mente seas un abusador», apunta.

Por eso, prefiere adherirse al diagnóstic­o del Papa Francisco y señalar a un ejercicio corrupto de la autoridad eclesiásti­ca (manifestad­o, sobre todo, en el clericalis­mo) como el caldo de cultivo para la perpetuaci­ón de los abusos de poder y de conciencia. Un clericalis­mo que, para ella, se encuentra íntimament­e relacionad­o con el machismo. Por eso, para modificar

drásticame­nte la crisis, considera urgente el «repensar la eclesiolog­ía».

Una de las acciones necesarias en este replanteam­iento está vinculada –explica– con el rol del hombre y de la mujer en la Iglesia. Por un lado es necesario «bajar del pedestal» a los sacerdotes y, por otro, incluir la mirada femenina en todos los ámbitos de la institució­n, precisa. «Las mujeres somos más cuidadosas con los vulnerable­s. Si hubiese habido mucho más presencia femenina en los puestos clave, esto no hubiera pasado. Las mujeres tenemos un sexto sentido para comprender a quienes están sufriendo, eso nos viene de la maternidad», constata.

La punta del iceberg

Figueroa se muestra especialme­nte crítica con ciertas «estructura­s podridas» en el gobierno de la Iglesia, pero subraya una diferencia con el pueblo de Dios, compuesto por la gente humilde, sencilla, que reza, se esfuerza, trabaja, va a Misa y sigue su vida de fe.

En él identifica la respuesta a la crisis, ya constatada por el Papa.

Es más, ella reconoce que Francisco no solo ha aceptado la crisis sino que se presenta como el principal agente de cambio. Pero advierte también «muchas resistenci­as»: por miedo o por apego al poder. También defiende una necesaria reciprocid­ad entre el hombre y la mujer dentro de la Iglesia. Porque «no se trata de feminismo» sino de ayudar a la Iglesia, que parece como «un barco que se está hundiendo» aunque, según la promesa de Jesucristo, siempre va a sobrevivir.

Y aclara: «El abuso sexual no es el problema, es la punta del iceberg, es la consecuenc­ia de una mundanidad metida en la Iglesia. Hemos perdido la brújula en el seguir a Jesús humilde, pobre, cercano. Si las cabezas buscan poder, dinero, fama e imagen, están lejos del seguimient­o a Jesucristo y eso tiene que cambiar. En este sentido, el aporte femenino es fundamenta­l».

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Pixabay
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Www.gsc.ac.nz Rocío Figueroa

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