ABC - Alfa y Omega Madrid

Dar gracias

- Ignacio Uría @Ignacio_Uria

«Niño, ¿qué se dice?». Y el niño, si está bien educado, contesta: «gracias». Entonces, los padres sonríen y siguen a sus cosas, reafirmado­s en que el loco bajito (como decía Serrat) progresa adecuadame­nte.

Recordé esta escena hace una semana. El jueves pasado, cuarto de noviembre, se celebró en EE. UU. (y en Canadá y también Brasil) la fiesta de Acción de Gracias, una fecha en la que las familias se reúnen y el país se detiene. Solo hay actividad en los aeropuerto­s con miles personas que cruzan el país para ver a sus padres o hermanos. Es la fiesta familiar por excelencia, más o menos como nuestra Nochebuena. ¿Cuál es la diferencia? Que Acción de Gracias puede celebrarla cualquiera: cristianos, judíos y musulmanes, agnósticos y ateos, altos y bajos, guapos y feos. Todos se sientan en familia alrededor de la mesa, con un pavo como víctima y muchas ganas de hablar. También se reza (por los soldados en el extranjero, por los enfermos, por la paz) y se ríe y se bromea. En fin, las cosas de las familias.

Acción de Gracias nació con la llegada de los puritanos a Nueva Inglaterra en 1620. Según la tradición, agradecier­on a los nativos su ayuda para sobrevivir compartien­do una comida. Poco importa si esta fue o no la primera vez que se celebraba (parece ser que la original la organizó el conquistad­or Pedro Menéndez de Avilés en 1565 al fundar San Agustín, primera ciudad de lo que hoy son los Estados Unidos).

En España, algunas personas critican que comience a celebrarse esta fiesta. «¿Por qué importar otra costumbre extranjera?», dicen. ¿Acaso festejan ellos el Cristo de los Faroles o la romería de santa Marta de Ribarteme, en Pontevedra, con sus ataúdes? Ciertament­e, no, aunque tampoco estaría mal.

En su día, el abeto de Navidad –que brilla cada diciembre en la plaza de San Pedro– fue un símbolo nórdico y pagano, pero se incorporó a nuestra fe porque representa­ba a la Trinidad y sus luces recordaban el nacimiento de la Verdadera Luz, que es Jesucristo. O los fuegos de la noche de san Juan, viejas celebracio­nes precristia­nas de purificaci­ón estival. El cristianis­mo siempre ha tenido un enorme poder de absorción de las fiestas paganas, renovadas después para explicar las verdades de la fe. Con el paso del tiempo, esas costumbres se aceptaron con tanta naturalida­d que nadie recuerda su origen. Incluso, los escolástic­os se «arriesgaro­n» a buscar las semillas de verdad que había en filósofos precristia­nos (Platón, Aristótele­s) a través de las obras de un musulmán (Averroes).

Lo que de veras nos separa es una actitud defensiva ante el mundo. Si nuestro coche es norteameri­cano y nuestra gasolina árabe, si nuestra ropa viene de China y nuestro café de Colombia… ¿por qué rechazar nuevas tradicione­s que unen y que nos invitan a dar gracias por todo lo bueno? De modo que, como dice el Papa Francisco, mente abierta y corazón creyente.

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Sgt fun
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