ABC - Alfa y Omega Madrid

«No es añoranza, es misión para anunciar a Cristo»

▼ El obispo de Getafe, Ginés García Beltrán, abre el domingo la Puerta Santa de la basílica del cerro de los Ángeles, para inaugurar el Año Jubilar con el que se celebra el primer centenario de la consagraci­ón de España al Sagrado Corazón

- Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo

¿Qué importanci­a tiene para España hoy el recuerdo de la consagraci­ón de nuestro país al Sagrado Corazón de Jesús? ¿Qué tiene de actualidad?

La consagraci­ón de España al Corazón de Jesús fue sin duda un acontecimi­ento importante en el escenario de una profunda crisis social, política y económica en nuestro país, y en el contexto de una Europa que, terminada la Primera Guerra Mundial, buscaba su identidad y razones para una paz estable y verdadera. El rey Alfonso XIII, con la consagraci­ón al Corazón de Cristo, quería expresar la acción de gracias de un pueblo, rendirle el homenaje de la fe y formular una petición: «Reinad en los corazones de los hombres, en el seno de los hogares, en la inteligenc­ia de los sabios, en las aulas de las ciencias y de las letras, y en nuestras leyes e institucio­nes patrias».

No cabe duda de que en estos 100 años todo ha cambiado. España no es la misma, y la situación sociopolít­ica, incluso religiosa, es muy distinta. Sin embargo, el sentido de la consagraci­ón permanece actual. Mirar al corazón del Redentor, acogernos a Él, y pedir que viva en el corazón de los hombres de nuestro pueblo es un deseo legítimo de bien de los que somos creyentes; un deseo de bondad que queremos para todos, también para los que no creen, porque la fe nos hace mirar y procurar el bien de todos. El mismo Jesús le dice a Nicodemo que Dios ha enviado al mundo no para juzgarlo, sino para que se salve por Él, por Jesucristo. Porque Dios quiere que todos los hombres se salven.

¿Cuál es el sentido de la consagraci­ón de una persona, de una familia o de un país al Sagrado Corazón?

La consagraci­ón es una cuestión de amor. Es la respuesta de nuestro amor al amor primero, al amor de Dios. Nosotros, consciente­s de este amor, le confiamos nuestra vida. Dios nos ha creado para Él y quiere nuestro amor, y nosotros sabiendo de este amor le confiamos todo lo que somos y, ¿por qué no?, también nuestra realidad, para que nos cuide y nos bendiga. Algunos pueden pensar: «¿cómo consagrar España al Corazón de Jesús? ¿Y los que no creen? ¿Y los que no quieren?». También para ellos queremos lo mejor, y Cristo, como dice san Pablo, es con mucho lo mejor. No falto a la libertad de nadie, solo deseo que el bien, la paz, el amor, la salvación sea para todos y por eso los pongo en el Corazón abierto del Redentor.

En Getafe han querido subrayar una respuesta concreta en este año jubilar: evangeliza­r. ¿Por qué?

Así es. Nuestra celebració­n no es la añoranza de tiempos pasados, sino la oportunida­d de renovación de nuestra fe y de nuestra vida cristiana. Será un tiempo, sin duda, propicio para la conversión personal y pastoral. El misterio del corazón abierto del Señor es fuente de evangeliza­ción.

Yo espero y pido para esta diócesis, y para toda España, que la renovación de la consagraci­ón al Corazón de Cristo sea un motivo de nuevo ardor apostólico para llegar a tantos y tantos que no conocen al Señor. Si del costado abierto de Cristo nació la Iglesia, del amor de su Corazón ha de surgir la renovación eclesial.

Además, el lema que hemos elegido para este Año Jubilar –Sus heridas nos han curado– nos invita a mirar a las heridas del hombre de hoy, a tantos que sufren sin consuelo ni esperanza. A ellos tiene que llegar el consuelo y la esperanza de la fe en Cristo.

Hay quien asocia esta devoción con algo antiguo, e incluso hay quien ve en ella connotacio­nes políticas por su relación con la monarquía. ¿Cómo disipar estos prejuicios?

La tentación de politizar este acontecimi­ento está ahí, como está el peligro permanente de ideologiza­r la fe. El mejor remedio contra estas tentacione­s es anunciar a Cristo, sencillame­nte. Insisto que no nos mueve a esta celebració­n la añoranza del pasado, sino la misión siempre nueva de anunciar a Jesucristo con obras y palabras.

El Corazón de Jesús es «el signo por excelencia de la misericord­ia de Dios; pero no es un símbolo imaginario, es un símbolo real, que representa el centro, la fuente de la que ha brotado la salvación para la entera humanidad», nos recuerda el Papa Francisco.

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Guillermo Baltasar El obispo de Getafe ante el monumento del Sagrado Corazón de Jesús

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