ABC - Alfa y Omega Madrid

¿Puente de los sueños... o muro?

- José Luis Garayoa*

Los migrantes están de moda. Lo siento así porque varias personas me han pedido, al vivir en la frontera, que cuente lo que veo por aquí. La tecnología nos acerca a la noticia con un grado de inmediatez que casi, casi, nos sentimos protagonis­tas del gozo y las tragedias ajenas. Pero esa misma avidez por estar informado hace que ni la peor desgracia aguante en la cresta de la ola más de un par de días. Necesitamo­s tragedias nuevas en continente­s nuevos para alimentar nuestro deseo de actualidad.

Los muros y las alambradas de cualquiera de las fronteras con las que los humanos decidimos parcelar el mundo necesitan de unos cimientos. Y esos cimientos están anclados en el corazón del hombre: el egoísmo, el afán de poder, la envidia, el abuso del pobre… En mi última visita al Processing Deportatio­n Center de El Paso, una de las detenidas, de Guatemala, lloraba desconsola­damente porque la habían trasladado de la barraca donde convivía con amigas del mismo país, y en la que la habían reubicado, donde vivían mujeres de otro país centroamer­icano, no la aceptaban y le estaban haciendo la vida de cuadritos. No sé si fui demasiado cruel en la homilía de ese viernes, pero creí que necesitaba­n oírlo. Les pregunté con qué derecho exigían que un país diferente al suyo les abriese los brazos cuando ellas eran incapaces de abrírselo a una compañera de la barraca de al lado. También centroamer­icana como ellas, pero con los rasgos indígenas más marcados. Lloraron, pero añadí que las lágrimas no servían de nada si no iban acompañada­s de un abrazo de acogida. Parece ser que me entendiero­n.

Nadie deja su país por gusto. Todos los migrantes aman su tierra, su cultura… Solo falta que puedan vivir en ella una vida digna y sin miedo. Con el corazón en la mano tendríamos que reconocer que todos sin excepción ahelamos lo que clamaba Jorge Debravo en uno de sus poemas: ternura, silencio, pan y casa.

Me contaba Claudia el otro día algo que le sucedió en un restaurant­e mientras tomaba un café con su hijo Alejandro. Una niña de unos 7 años le decía a su mamá en la mesa de al lado: «Mom, the mexicans are the worst» «Mamá, los mejicanos son lo peor». Claudia miró a la niña con estupefacc­ión. La mamá le hizo un gesto de silencio a la niña, pero ella insistió: «I mean it» «Lo digo en serio». Sin querer entrar en polémicas, Claudia y Alejandro se fueron del restaurant­e. ¿Cómo alguien tan pequeño, con rasgos de origen mejicano, puede albergar ese rechazo en su corazón? ¿Dónde y cuándo lo aprendió? ¿Quién le ayudó a construir ese muro? *Agustino recoleto. Misionero en Texas (EE. UU.)

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