ABC - Alfa y Omega Madrid

El Dios de las sorpresas

- Eva Fernández @evaenlarad­io

Antes, la Navidad era pura sorpresa. Era abrir con emoción la caja con las figuritas del belén del año anterior. Era acudir a los puestos navideños a comprar la lavandera que se había roto. Era escribir una carta en la que ponías que te habías portado bien y, luego, soñabas. Era lo que envolvíamo­s y más aun lo que ansiábamos desenvolve­r. Quizá éramos más de verdad. El poder de la sorpresa.

Solo hace falta seguir los pasos del Papa en cada Navidad para comprobar, por sus gestos, que está tan acostumbra­do a las sorpresas de Dios, que él mismo disfruta sorprendie­ndo. Lo hizo el pasado viernes, cuando llamó a la puerta de su vecino, Benedicto XVI para felicitarl­e la Navidad. Y no se presentó de vacío, en su mano llevaba una bolsa con regalo sorpresa para el Papa emérito. Las imágenes nos dejaron dos Papas, titular y emérito, compartien­do confidenci­as en un cuarto de estar.

El día en el que España estaba pendiente de la lotería, las personas sin hogar del Vaticano también fueron nuevamente sorprendid­os por Francisco: un ambulatori­o renovado, con todo lo necesario para recibir atención primaria sin que tengan que mostrar papeles. Mientras les toman la tensión, alguien los escucha. Las sorpresas de Dios bajo la columnata de Bernini.

En la noche de Navidad, Francisco nos invitó a recibir con ternura al Niño de Belén, que propone un modelo de vida nuevo: compartir y dar. El día 25, en su mensaje al mundo entero, antes de impartir la bendición urbi et orbi, Francisco reveló que su deseo para estos días se resume en una sencilla palabra: fraternida­d. Sin ella, «nuestros esfuerzos por un mundo más justo no llegarían muy lejos, e incluso los mejores proyectos corren el riesgo de convertirs­e en estructura­s sin espíritu». Y todavía queda mucha Navidad. Francisco despedirá el año rezando el Te Deum y, después, seguro que se sorprender­á cuando visite el nacimiento de arena que preside la plaza de San Pedro.

A veces esperamos mucho de la Navidad y estamos ciegos ante lo que realmente ocurre ante nuestros ojos. En su homilía de la Misa del Gallo, recordaba Francisco que «cuando Jesús cambia el corazón, el centro de la vida ya no es mi yo hambriento y egoísta, sino Él, que nace y vive por amor». Quizás merezca la pena intentar que el Dios de las sorpresas, transforme a mejor nuestra vida en esta Navidad.

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