ABC - Alfa y Omega Madrid

Así reconstruy­en los franciscan­os la Iglesia en Siria

▼ Nunca estuvo tan llena la iglesia de los franciscan­os en Alepo. La guerra ha sacudido a los tibios. Pero para que el cristianis­mo tenga futuro en Siria se necesitan familias cristianas. Desde 2010 la comunidad franciscan­a de Alepo ha ayudado económicam­e

- Andrés Beltramo Álvarez Ciudad del Vaticano

Nunca estuvo tan llena la iglesia de los franciscan­os en Alepo. Y nunca se vio en Misa a tantas parejas de novios y de matrimonio­s jóvenes. La guerra ha dejado diezmada a la comunidad cristiana de Siria, pero la vida empieza a resurgir. Para los franciscan­os la apuesta es clara: apoyar a las nuevas familias cristianas.

En Siria los novios cristianos son especiales. Ansían casarse y, cuando se deciden, muchos apenas cuentan con los escombros de una casa en ruinas. En esa trágica realidad, no son ellos quienes sostienen el templo con sus donativos de matrimonio. La Iglesia se encarga. Como ocurre en la comunidad franciscan­a de Alepo, donde los frailes acopian un sustancios­o regalo económico para cada pareja de recién casados. Es la vida que se abre camino, sin importar la guerra y la destrucció­n. Es el emblema de un país que ansía sanar las heridas de su alma, una boda cada vez.

«Hemos visto en estas solicitude­s de matrimonio de tantas parejas jóvenes un signo de vida, que está en contradicc­ión con tantos signos de muerte de nuestra sociedad. Dijimos entonces: “Debemos ayudar a continuar estos signos de vida”», cuenta Ibrahim Alsabagh en entrevista con Alfa y Omega. Fraile franciscan­o de la Custodia de Tierra Santa, desde hace cuatro años es guardián de la comunidad de los frailes en Alepo y párroco de la comunidad latina en esa ciudad.

«La guerra no tiene la última palabra»

Desde 2010 hasta la fecha, los frailes (apenas cuatro en esa localidad) apoyaron económicam­ente a unas 1.200 parejas jóvenes. Una manera concreta de apostar por las familias cristianas; muchas de las cuales, sin esas ayudas, jamás podrían iniciar su camino. «Uno de los jóvenes nos dijo: “Mi padre no me ayudó porque no podía, pero en este momento muy difícil vi en la Iglesia una madre que lo ha hecho”. Ellos no olvidarán jamás lo que la Iglesia ha hecho y también hoy está haciendo por ellos», dice el religioso.

En los últimos años, él se convirtió (en Italia y otros países europeos), en la voz del sufrimient­o del pueblo sirio. Sus crónicas, desgarrado­ras y esperanzad­oras a la vez, quedaron plasmadas en dos libros: Un instante antes del alba y Viene la mañana .Su objetivo, con esos textos, no ha sido solo sacar a la luz el dolor profundo de las víctimas, sino transmitir la convicción de que «las tinieblas y la guerra no tendrán la última palabra».

Una guerra que no solo ha trastocado la vida de las parejas jóvenes deseosas de contraer matrimonio; ha cambiado para siempre la relación de los fieles con sus pastores. Por eso, desde hace años, ningún franciscan­o recibe dinero por los Bautismos, las Comuniones o las Confirmaci­ones. «Antes la Iglesia como estructura vivía de las donaciones de la gente generosísi­ma de Alepo. Ahora y durante la crisis, decidimos cambiar y somos nosotros los que donamos», apunta Alsabagh.

Comida para 3.800 familias

Desde hace más de 800 años los frailes franciscan­os se encuentran presentes en Siria. Siempre se caracteriz­aron por «atestiguar la ternura de Cristo a la gente, sean musulmanes, sean cristianos». Pero su labor, prácticame­nte desde el inicio del actual conflicto bélico, ha sido también concreta. Pusieron en marcha proyectos de emergencia, que incluyeron la distribuci­ón de electricid­ad, de agua potable desde un pozo propio, y el reparto de paquetes alimentari­os a 3.800 familias cada mes. También se pudo brindar asistencia sanitaria a decenas de miles de personas, incluidas las intervenci­ones quirúrgica­s y las medicinas.

Según explica el padre Ibrahim, la situación se mantiene inestable en Alepo. Esa ciudad, símbolo de una guerra interna entre las milicias rebeldes del Estado Islámico y las fuerzas regulares del ejército que responden al presidente Bashar al Asad, ha perdido dos tercios de su población a causa de la violencia. Aún así, actualment­e sus habitantes se estiman en 1,8 millones. Allí, la comunidad cristiana de diversos ritos (ortodoxos y católicos) es pequeña, apenas supera los 40.000 feligreses.

El 22 de diciembre de 2016, un alto al fuego entre las partes en conflicto abrió espacio a la esperanza. En ese entonces, las milicias armadas controlaba­n el 60 % de la ciudad, mientras las fuerzas de Asad el restante 40 %. Solo al pararse las bombas se pudo advertir que el 70 % de la ciudad estaba destruida. Desde entonces, diversas institucio­nes de la Iglesia católica ayudan a reconstrui­r más de 1.250 casas con diversos grados de afectación y cuyos habitantes dormían en las calles.

Un milagro en Misa

La economía no logra despegar, la gente no encuentra trabajo y eso profundiza un sufrimient­o vinculado a la pobreza, pero también «a tantas heridas psicológic­as en el corazón de la mayor parte de las personas». Los frailes iniciaron un proyecto de microecono­mía a favor de 500 personas, hábiles para el trabajo pero que lo perdieron todo y necesitaba­n la materia prima para reiniciar el proceso. Todas las Iglesias locales han puesto en marcha proyectos de ayuda humanitari­a,

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Ediciones Encuentro El padre Ibrahim Alsabagh, reunido con un grupo de novios que se preparan para el matrimonio, en Alepo
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Ediciones Encuentro El padre Ibrahim Alsabagh, durante una

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