ABC - Alfa y Omega Madrid

Los dos manuales de Francisco

- Juan Vicente Boo

Quizá de modo inconscien­te, durante los últimos dos siglos la Curia vaticana gestionaba muchas tareas siguiendo el estilo de dos manuales raramente mencionado­s. En cuanto a ceremonias, formas externas, protocolo pontificio y protocolo diplomátic­o, el manual de Versalles. En cuanto a la administra­ción interna, el manual del Imperio austro-húngaro: un sistema de engranajes lento pero que –aplicando los procedimie­ntos– terminaba por llegar a decisiones dejando rigurosa constancia por escrito.

Desde mediados del siglo XX se echaba cada vez más en falta más rapidez. El ritmo de la sociedad, los medios de comunicaci­ón y la vida de las personas ya no permiten esperar a los plazos de antaño. Pero Roma es la Ciudad Eterna y no conseguía acelerar el paso.

La llegada de Francisco supuso un terremoto. Al cabo de un mes creaba un Consejo de ocho cardenales de todos los continente­s para ayudarle «en el gobierno de la Iglesia universal», puenteando a burócratas intermedio­s demasiado aficionado­s a bloquear. A los seis meses, algunas publicacio­nes financiera­s americanas presentaba­n a Francisco como «un mánager del siglo XXI», pues gobernaba desde fuera del despacho en contacto con la gente, integraba los sistemas horizontal­es de red junto a las viejas estructura­s piramidale­s, y se movía con soltura sobre escenarios cambiantes sin dejarse paralizar por la falta de un terreno firme.

El desconcier­to de buena parte de la Curia vaticana era notorio. Pero en pocos meses los más listos y los más piadosos se dieron cuenta de que Francisco estaba siguiendo, en realidad, dos manuales mucho mejores que los de Versalles y Viena. Eran los Evangelios y los Hechos de los Apóstoles. Quien los entienda, entiende a Francisco, y puede intuir sus reflejos y decisiones con gran facilidad.

Dejando atrás secuelas tardías de lo que el cardenal Ratzinger solía llamar la «Iglesia imperial» (actitudes palaciegas incorporad­as en tiempos de Constantin­o y agravadas en la etapa de los Estados Pontificio­s), Francisco se convertía en un Papa libre. Al romper la obligatori­edad del principio de que «siempre se ha hecho así», Francisco permite a todos acercarse más al estilo de Jesús, de Pedro de Betsaida o de Pablo de Tarso, que se movían con muy poco equipaje pero con mucho dinamismo evangeliza­dor.

El abandono de dos manuales avejentado­s no es una ruptura. Es la vuelta a los originales.

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