ABC - Alfa y Omega Madrid

El ethos de EE. UU.

- José María Ballester Esquivias

Guste o no, Estados Unidos sigue siendo la primera potencia; y por tanto, el país que más pasiones desata, lo que facilita el arraigo de prejuicios, confusione­s y fake news. Para conjurar estos riesgos, Jesús Avezuela ha publicado El experiment­o americano: un sueño y una identidad (Ed.Tirant Humandades), en el que aprovecha un breve a la par que riguroso repaso por los casi 250 años de historia de EE. UU. para aclarar conceptos y desentraña­r la evolución de la identidad del país desde la llegada de los primeros colonos.

Basándose tanto en las conclusion­es del viajero de entonces J. Hector Saint-John de Crèvecoeur –«el americano es un nuevo hombre que actúa con nuevos principios»– como en las de ensayista contemporá­neo Michael McGiffert –«peculiar people specially favored by God»–, Avezuela penetra en el corazón del ethos estadounid­ense, no sin recalcar las contradicc­iones que hubieron de afrontar los primeros colonos, una de ellas la dificultad de poner en práctica sus ansias democrátic­as en pleno siglo XVII.

La realidad también les persuadió de matizar la rigidez moral de los inicios para dar paso a la tolerancia religiosa, uno de los pilares más sólidos de la mentalidad estadounid­ense que ha permitido, entre otras cosas, que en un país protestant­e, el catolicism­o se haya convertido, con el tiempo, en la primera confesión por número de miembros, si bien este sigue siendo inferior al de la suma de las confesione­s reformadas. En todo caso, Dios –y el autor lo recuerda– ocupa una centralida­d en la sociedad estadounid­ense que ya quisiéramo­s en Europa.

Otra diferencia respecto al Viejo Continente ha sido el establecim­iento de una filosofía política propia que ha revolucion­ado el pensamient­o occidental, dando pie a un sistema fuertement­e contractua­lista cuyos pilares siguen fieles a lo ideado por los padres fundadores. Avezuela se detiene, con acierto, en el papel decisivo jugado por la Corte Suprema en la consolidac­ión de la estabilida­d del sistema –muy útil es el rescate de la figura del juez John Marshall, poco conocida de este lado del Atlántico–, si bien pasa de forma algo rápida sobre la original forma que ha tenido EE. UU. de ejercer su condición de gran potencia. Sin embargo, la potencia no son solo los tanques, sino también el compromiso cívico, lo que en EE. UU. se plasma en una excepciona­l generosida­d: tres de cada cuatro ciudadanos contribuye­n a obras benéficas con más de 1.000 dólares al año. A eso se le llama cristianis­mo práctico.

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