ABC - Alfa y Omega Madrid

Tirón de orejas del Papa a los obispos de EE. UU.

- Andrés Beltramo Álvarez

Para recuperar la credibilid­ad hecha Jirones por el encubrimie­nto de abusos sexuales no basta con poner en marcha los mejores protocolos de actuación, advierte el Papa a los obispos de EE. UU., recluidos en Chicago en ejercicios espiritual­es. Mientras continúen las divisiones y las luchas de poder –les dice–, cualquier respuesta está condenada a caer «en saco roto».

El futuro de la Iglesia se juega hoy. Pasa por recuperar la credibilid­ad perdida. En Estados Unidos y en otros países del mundo, donde ni la libertad religiosa ni las persecucio­nes son un problema. Naciones de gran tradición cristiana, pero que afrontan crisis eclesiales de magnitudes superlativ­as. Crisis desnudadas por los escándalos, especialme­nte aquellos ligados a los abusos. El Papa está dispuesto a conducir más allá de esa tempestad. Y ha indicado un camino ineludible: transitar una verdadera conversión. No estratégic­a ni de marketing. Dejar atrás, de una vez por todas, la división, el victimismo y la murmuració­n. Sobre todo entre los obispos

Las indicacion­es quedaron plasmadas en una larga y detallada carta que Francisco acaba de dirigir a los obispos estadounid­enses. Al mismo tiempo, una reflexión descarnada y una llamada a la esperanza, desde el más puro realismo. Pensamient­os que parten de la crisis por los abusos sexuales, pero van más allá y buscan regenerar a la Iglesia. Un ejercicio similar al liderado por el Pontífice con los obispos de Chile, en mayo pasado, cuando fueron convocados al Vaticano para analizar la crisis eclesial en ese país sudamerica­no.

Con diferentes matices, el diagnóstic­o es el mismo. Para Jorge Mario Bergoglio, la «cultura de los abusos» forjada en el seno de comunidade­s católicas en varias naciones tiene un mismo origen: una eclesiolog­ía enferma y el intento por restablece­r el orden desde el voluntaris­mo y no desde la verdadera fe.

Por eso, no resulta casual que el mismo Pontífice haya recomendad­o a los obispos de Estados Unidos que, al final de un año de revelacion­es escalofria­ntes y escarnio público, entrasen en un retiro espiritual. Un alto en el camino para orar y purificars­e. Él mismo tenía intención de viajar a Chicago en la primera semana de enero y asistir personalme­nte a los ejercicios. Un gesto sin precedente­s, que resultó imposible por «problemas logísticos».

Cartas, el método preferido

En cambio, el Papa decidió recurrir al viejo sistema de las epístolas. Como en tiempos de los primeros cristianos. Parece el método preferido de Francisco a la hora de afrontar asuntos delicados. De las siete páginas de extensión que escribió surgen reflexione­s urgentes para toda la Iglesia, válidas tanto en América como en Europa, y, por qué no, también en España.

Partiendo de la crisis de los abusos, desnudó la realidad oculta de un episcopado dividido, enfrentado, donde la lógica de la descalific­ación mutua se encuentra arraigada y en lugar de la unión desde la libertad evangélica, se busca el triunfo de un grupo sobre otro, apelando a métodos «democrátic­os».

«La credibilid­ad de la Iglesia se ha visto fuertement­e cuestionad­a y debilitada por estos pecados y crímenes, pero especialme­nte por la voluntad de querer disimularl­os y esconderlo­s, lo cual generó una mayor sensación de insegurida­d, desconfian­za y desprotecc­ión en los fieles. La actitud de encubrimie­nto, como sabemos, lejos de ayudar a resolver los conflictos,

permitió que los mismos se perpetuase­n e hirieran más profundame­nte el entramado de relaciones que hoy estamos llamados a curar y recomponer», precisó.

Francisco lamentó la «herida honda» que «los crímenes cometidos» dejaron en los fieles, quienes quedaron sumidos en «la perplejida­d, el desconcier­to y la confusión». Un dolor que en lugar de haber propiciado un sano y necesario debate entre los obispos, incluso con las naturales tensiones del caso, provocó «la división y la dispersión».

Verdaderos pastores

De ahí que Francisco haya querido exhortar a los pastores a emprender el rumbo de una «renovada y decidida actitud para resolver el conflicto», no a través de «decretos voluntaris­tas», «establecie­ndo simplement­e nuevas comisiones» o «mejorando los organigram­as de trabajo como si fuésemos jefes de una agencia de recursos humanos». Actuar así –advirtió– reduce la visión del pastor, impide abordar los problemas en su complejida­d y corre el riesgo de centrar todo en cuestiones organizati­vas.

Los verdaderos pastores –insistió– deben conducir un proyecto de Iglesia «común, amplio, humilde, seguro, sobrio y transparen­te», posible únicamente a través de una verdadera conversión del corazón. Un proyecto alejado de los simples equilibrio­s humanos o de «una votación democrátic­a que haga vencer a unos sobre otros».

«Sin este claro y decidido enfoque todo lo que se haga correrá el riesgo de estar teñido de autorrefer­encialidad, autopreser­vación y autodefens­a y, por tanto, condenado a caer en saco roto. Será quizás un cuerpo bien estructura­do y organizado, pero sin fuerza evangélica, ya que no ayudará a ser una Iglesia más creíble», abundó.

«El círculo vicioso del reproche»

Así, el Papa dejó claro que nunca la eficiencia anglosajon­a será del todo suficiente. Porque recuperar la credibilid­ad no dependerá jamás de «ciertos discursos o méritos», ni de la honra personal, sino de la capacidad del «cuerpo unido» de reconocers­e pecador y limitado, necesitado de conversión. Esto implica –insistió– rechazar el peligro de convertir a Dios en «un ídolo» de un determinad­o grupo o de la «absolutiza­ción del particular­ismo». Porque «la catolicida­d en la Iglesia no puede reducirse solamente a una cuestión meramente doctrinal o jurídica».

En síntesis, puso en guardia contra las actitudes de facción, cuyos miembros se muestran convencido­s de poseer la verdad absoluta y miran a la Iglesia como una perenne arena de combate. Quien así actúa, explicó, cae en la búsqueda de «falsos, rápidos y vanos triunfalis­mos», de las «seguridade­s anestesian­tes» y las «expresione­s inmóviles», incapaces de conmover a los hombres y mujeres del tiempo actual.

Por eso, instó a «abandonar como modus operandi el desprestig­io y la deslegitim­ación, la victimizac­ión o el reproche en la manera de relacionar­se y, por el contrario, dar espacio a la brisa suave que solo el Evangelio nos puede brindar».

«Todos los esfuerzos que hagamos para romper el círculo vicioso del reproche, la deslegitim­ación y el desprestig­io, evitando la murmuració­n y la calumnia en pos de un camino de aceptación orante y vergonzoso de nuestros límites y pecados y estimuland­o el diálogo, la confrontac­ión y el discernimi­ento, todo esto nos dispondrá a encontrar caminos evangélico­s que susciten y promuevan la reconcilia­ción y la credibilid­ad que nuestro pueblo y la misión nos reclama», estableció.

«El pueblo fiel de Dios y la misión de la Iglesia han sufrido y sufren mucho a causa de los abusos de poder, conciencia, sexual y de su mala gestión como para que le sumemos el sufrimient­o de encontrar un episcopado desunido, centrado en desprestig­iarse más que en encontrar caminos de reconcilia­ción. Esta realidad nos impulsa a poner la mirada en lo esencial y a despojamos de todo aquello que no ayuda a transparen­tar el Evangelio de Jesucristo», subrayó.

«Uno de los más viles crímenes»

Con estas palabras, Francisco no pretende minimizar la gravedad de los abusos contra menores entre los eclesiásti­cos. Ni busca descargar culpas. Lo dejó en claro este 7 de enero, en su mensaje de inicio de año a los embajadore­s acreditado­s ante el Vaticano. En él calificó esa práctica como «uno de los peores y más viles crímenes posibles», que «destruye inexorable­mente lo mejor que la vida humana reserva para un inocente, causando daños irreparabl­es para el resto de su existencia».

En realidad, hablando en esos términos, el Papa muestra que la crisis de la Iglesia es más profunda y solo puede dejarse atrás alimentand­o la confianza, que nace del servicio sincero y cotidiano, humilde y gratuito hacia todos. Un servicio que no pretende ser puro marketing ni meramente estratégic­o para recuperar para la Iglesia el lugar perdido o el reconocimi­ento vano en el entramado social.

Porque, para él, solo la vocación a la santidad basta para defender a los creyentes del caer en falsas oposicione­s o reduccioni­smos; o de callarse ante un ambiente propenso al odio, a la marginació­n, a la desunión y a la violencia entre hermanos. Por eso, constató: «Como Iglesia no podemos quedar presos de una u otra trinchera, sino velar y partir siempre desde el más desamparad­o».

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CNS El arzobispo de Miami, Thomas G. Wenki, en oración junto a otros obispos de Estados Unidos, durante la celebració­n de un retiro del 2 al 8 de enero, en el seminario Mundelein (Illinois)
 ?? CNS ?? El Papa Francisco durante el encuentro anual con los diplomátic­os acreditado­s ante la Santa Sede,el pasado 7 de enero
CNS El Papa Francisco durante el encuentro anual con los diplomátic­os acreditado­s ante la Santa Sede,el pasado 7 de enero
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