ABC - Alfa y Omega Madrid

El merengue más amargo

- Manuel Lagar* *Capellán del hospital de Mérida

Hoy te he visitado en casa, era tu cumpleaños y me habías invitado a tomar café, junto a esa persona tan especial a la que llamas madre sin serlo y a la que quieres tanto o más que si lo fuera y lleváis años cuidándoos mutuamente.

Noté que la angustia te superaba, ayer tocó revisión y el diagnostic­o no debió de ser el esperado, y mientras tu mente trataba de asimilarlo tu cuerpo expresaba lo que estabas pasando, con cara de no haber dormido y el temblor de tus manos que no podías controlar. A base de más de un viaje a la cocina conseguist­e poner el café y dulces en la mesa y sentarte frente a mí, pero ya no pudiste más: «Manuel, no voy a poder con esto». Ni siquiera entonces dejaste asomar una lagrima.

Dejé de comer mi merengue y cogí tus manos. Ya ves, hermana, esa maldita enfermedad de nombre tan feo te ha hecho tomar conciencia de una realidad tan cierta como que Dios existe: que tenemos fecha de caducidad; la suerte es que la llevamos escrita donde la espalda pierde su bello nombre, pero parece como si el médico al dar el diagnostic­o de esta enfermedad regalara un espejo y desde entonces nos pasáramos todo el día mirando esa parte del cuerpo.

Mira que me gustan los merengues pero qué amargo sabía este, convencido del dolor que te estaba produciend­o lo que san Francisco de Asís expresó así: «Loado seas, mi Señor, por la hermana muerte corporal, de la cual ningún viviente puede escapar». Solo me atreví a preguntart­e: «¿Qué te duele ahora?». «Nada», fue tu respuesta «Entonces, ¿qué te causa tanto malestar?». «La tristeza», dijiste.

Una vez más tus pensamient­os habían tomado el control de tu cuerpo y estaban alterando todas tus emociones. Yo no tenía palabras para poderte ayudar aunque quizás mi silencio y mis manos dieron sus frutos, pues tus manos habían dejado de temblar cuando me despedí de ti, y en tu abrazo asomo una lagrima al decir: «Gracias».

Te dejo este párrafo que esa noche salió en el libro que estoy leyendo. Quizás estaban ahí para ti: «Así que descansa, relájate y fortalécet­e. Suéltate y deja que Dios lleve contigo tu carga. Tu trabajo no está completo ni has terminado, solo has llegado a una curva en el camino».

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