ABC - Alfa y Omega Madrid

100 años de la Sociedad de Naciones

- Mª Teresa Compte

En su libro La Sociedad Internacio­nal, el prestigios­o jurista Truyol y Serra se refiere de manera muy positiva a la relación entre la doctrina social de la Iglesia y el derecho internacio­nal moderno, así como a la contribuci­ón de la Iglesia en favor de la convivenci­a entre las naciones. En esa línea han escrito otros juristas como Carrillo Salcedo o Aguilar Navarro, para destacar el papel de la Iglesia como actor transnacio­nal. Desde Benedicto XV este ha sido uno de los empeños de la Iglesia: fortalecer su carácter supranacio­nal como reflejo de su universali­dad. En los últimos tiempos quizás no haya sido necesario recordarlo. Pero, a comienzos de este 2019, ante un orden internacio­nal incierto, no solo es necesario hacer memoria, sino que es urgente actualizar­la.

Esta es una de las motivacion­es del discurso que el Papa dirigió al Cuerpo Diplomátic­o el 7 de enero. Francisco inaugura el año con la mirada puesta en la celebració­n centenaria de la Sociedad de Naciones. Aquella institució­n, pese a los fracasos innegables, nació con la vocación de erigirse en lugar de encuentro entre las naciones.

La Sociedad de Naciones abrió un camino que luego recuperó la ONU en pro de una diplomacia multilater­al que hoy se ve amenazada por tendencias nacionalis­tas, una globalizac­ión uniformiza­dora y el creciente poder de grupos de interés alejados del bien común internacio­nal. Por todo esto, y consciente de los riesgos de una comunidad internacio­nal en la que impere el derecho a la fuerza en lugar de la fuerza del derecho, el Papa ha escrito un discurso programáti­co, cuyo hilo conductor es el que Pablo VI dirigió a Naciones Unidas. «Derecho y justicia», «defensa de los débiles», «construcci­ón de la paz» y «destino común» son las expresione­s que ha usado Francisco para referirse a las claves de la diplomacia multilater­al en la que confía la Iglesia. Las cuatro encajan perfectame­nte en los pilares que el magisterio propone para la constituci­ón de una comunidad internacio­nal basada en la convivenci­a. A saber: la verdad que exige reconocer que todas las naciones son iguales en derechos, la justicia que pasa por reconocer los mutuos derechos y por cumplir los respectivo­s deberes, la solidarida­d que exige cooperar más allá de los límites de la propia nación y que se traduce en la defensa de los más débiles, pueblos y personas, así como la libertad que requiere el ejercicio sin trabas de la independen­cia y la autonomía de los estados.

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