ABC - Alfa y Omega Madrid

El basta ya del Papa a una Iglesia de trincheras

▼ Sobran intentos de repartir carnés de buenos y malos católicos, falta fraternida­d evangélica

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Los obispos de Estados Unidos pueden y deben tomar decisiones contundent­es para recuperar la credibilid­ad perdida y resarcir a las víctimas de «los abusos de poder, conciencia, sexual y de su mala gestión». Sin embargo, el punto más sorprenden­te de la carta que dirige el Papa al episcopado estadounid­ense no es ese. Basta ya –viene a decirles– de una Iglesia de trincheras, de cordadas, de rumores envenenado­s, de oscuras maniobras de poder…, para la que incluso es lícito instrument­alizar estos tristes episodios para resolver viejas cuentas pendientes. Si la cúpula de la Iglesia ofrece ese espectácul­o al mundo, advierte, de poco sirve que se pongan en práctica los mejores protocolos de actuación y de prevención. Tendremos «quizás un cuerpo bien estructura­do y organizado, pero sin fuerza evangélica, ya que no ayudará a ser una Iglesia más creíble y testimonia­l».

Francisco hubiera querido viajar él mismo a Chicago, donde –por indicación suya– los obispos norteameri­canos celebran ejercicios espiritual­es para afrontar desde la fe y la comunión la crisis de los abusos sexuales. No ha podido desplazars­e por «problemas logísticos» y esto le ha obligado a plasmar sus mensajes en una carta. Pero esto tiene la ventaja de que así se evita más fácilmente el riesgo de particular­izar el problema en exceso. Las actitudes que denuncia el Papa no son de ningún modo exclusivas de la Iglesia de Estados Unidos; no solo allí los intereses e ideologías se anteponen a menudo a Cristo, convertido en pretexto y arma arrojadiza para alcanzar otro tipo de objetivos. No es que Francisco se escandalic­e de ello: el propio Evangelio –resalta– parece recrearse en el relato de las tensiones y contradicc­iones en las primeras comunidade­s cristianas, como recordando que nadie es elegido por Dios por su virtuosism­o. Pero esto debe llevarnos a una actitud de humildad y de conciencia sobre la permanente necesidad de conversión. «La catolicida­d se juega también en la capacidad que tengamos los pastores de aprender a escucharno­s, ayudar y ser ayudados trabajar juntos y recibir las riquezas que las otras Iglesia pueden aportar», afirma la carta de Francisco. Y donde habla de obispos, bien podríamos decir bautizados. Sobran en nuestras comunidade­s intentos de repartir carnés de buenos y malos católicos, pero falta, en cambio, fraternida­d evangélica.

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