¿Una Navidad sin Niño?
Esa Navidad sin nacido es como un esquimal sin iglú, un café sin cafeína y una leche sin lactosa. Tanto luchar por el derecho a la diferencia, y ahora resulta que la diferencia es por sí misma ofensiva. Ese miedo a ofender a los distintos significa, o considerar que esos distintos tienen la piel demasiado fina, o que nos avergonzamos de ser lo que somos. Me parece que por ahí van los tiros. Las tradiciones cristianas se han convertido para muchos en mero folklore, en tradiciones solo culturales, desprovistas de su verdadero significado. Y desprovistas de su contenido propio, molestan, no a los extraños, sino a los propios, porque ese contenido llama, exige y compromete.
Los que quieren vaciar de sentido las propias tradiciones se parecen a ese Herodes vergonzante, temeroso, preocupado de defender su estatus, de no permitir que ningún Mesías le complique la vida. En cambio, muy bien podría ser que muchos de los visitantes (refugiados, emigrantes en busca de trabajo, simplemente turistas) guiados por sus particulares estrellas (paz y seguridad, futuro para sus hijos, simplemente curiosidad o cultura) estén, como los Magos extranjeros de Oriente, más abiertos que nosotros al mensaje de luz, amor y esperanza que el niño nacido en Belén ha traído al mundo.
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