Eliminemos la crisis de credibilidad
La primera y primordial tarea del ministerio sacerdotal es hacer ver a los hombres a Jesús de Nazaret. Lo tenemos que hacer juntos, desde una comunión que nos haga creíbles, eliminando toda división que pueda venir de ideologías
Al comenzar este año 2019, deseo acercar a los cristianos un mensaje de esperanza y aliento. Quiero animaros a todos, sacerdotes, religiosos y laicos, a seguir regalando el anuncio del Evangelio a aquellos que nos encontremos en el camino. Deseo que todos tengamos una mirada especial hacia los sacerdotes, que los ayudemos a vivir su misión. En el centro de su ministerio está Jesucristo que ha querido apropiarse de algunos por pura gracia para llevar y acercar su presencia viva, y que la Buena Noticia siga siendo proclamada, escuchada, celebrada y vivida. En este momento de la historia hemos de salir con la convicción de que el mandato del Señor –«Id por el mundo y anunciad el Evangelio a todos los hombres»– lo tenemos que hacer trabajando juntos; desde una comunión que nos haga creíbles, tal y como quiere Nuestro Señor: «Sed uno», eliminando toda división que pueda venir de ideologías y poniendo a Jesús en el centro. Tenemos un reto: trabajar y desgastar nuestra vida para favorecer siempre la comunión, nunca esperando a que otros lo hagan, sino siendo emprendedores de la misma. Y en esta misión, el ministerio sacerdotal es fundamental.
Los sacerdotes tenemos la tarea de poner en movimiento a la Iglesia para que devuelva a todos los seres humanos la confianza en ellos mismos, llevándolos a ver la urgencia de la verdad en sus vidas. Hemos de apoyar con todas las fuerzas al hombre en la búsqueda de sentido; que se mantenga en la esperanza pese a todos los riesgos y fracasos; que no se encierre en sí mismo y sobre sí mismo; que encuentre la medida más profunda de su libertad en la entrega al prójimo… Para ello necesitamos pastores que hayan vivido una experiencia fundamental: una radical identificación con Jesucristo.
La primera y primordial tarea del ministerio sacerdotal es hacer ver a los hombres al Dios real de Jesús de Nazaret. Lo más grave para nosotros los pastores es que nos acusen de haber convertido a Dios en un concepto. No tenemos que dar un mero grito heroico, ni tampoco implantar una exigencia de radicalidad ascética, ni moralizaciones que además ahora incluyan la justicia social. ¿Cuáles serían algunos quehaceres que tenemos que llevar a cabo en nuestro ministerio y misión, y a qué nos deberían ayudar todos?
Realizar una oferta salvífica de Dios gratuita en la historia concreta donde estamos.
Recrear con nuestra vida y con la experiencia de Dios que transmitimos la necesidad que el hombre tiene de creer, de esperar y de amar.
Vivir el ministerio desde una experiencia eclesial que habla desde la Iglesia y que invita a estar y realizar la misión en y desde la Iglesia.
Hemos de vivir estas pasiones: la verdad, la comunión, el amor, la caridad pastoral y la voluntad de perduración, un trabajo por escuchar la llamada que el Señor nos realiza con fuerza a escuchar a Cristo para descubrir qué quiere de nosotros. No hay ministerio sacerdotal pleno si no engendra y realiza otras llamadas.
Vivir el ministerio en un marco público que requiere hacernos reconocibles en él, sin escondrijos, valiente, a la intemperie, limpio, sin miedos, y con un testimonio que da credibilidad a lo que predicamos…
Tentaciones y soluciones
No siempre es fácil afrontar estos quehaceres. Pueden darse entre nosotros tentaciones que generan desasosiego, desaliento, sequedad apostólica, incapacidad para hacer llamadas a la radicalidad evangélica… Puede haber un pesimismo tan grande que genera actitudes integristas. Son los maniqueísmos simples que ven solamente buenos y malos o los mesianismos inmediatos que intentan arreglar todo desde ideas y desde nuestras propias fuerzas.
Puede ocurrir también que no descubramos que lo que es realmente urgente es la conversión. O que olvidemos esa actitud y modo de vivir contemplativo y adorador que nos lleva a poner la vida y todo lo que hacemos en manos de Dios, que nos hace pasar de sostenernos en nuestras manos a ser sostenidos por el Señor. Este olvido pone otras maneras de vivir en primer lugar: el poder, el placer, el dinero, la seguridad, el brillo público, la trivialidad televisiva, la superficialidad en los planteamientos, la falta de comunión o solo vivir unido a quien tiene mis ideas…
Tendríamos que hacer un esfuerzo por ver si estas tentaciones perviven en la vida de los sacerdotes y si, como comunidad cristiana, estamos dando los medios necesarios para salir de ellas. Esto nos llama a todos a reflexionar sinceramente sobre el ministerio en estos aspectos:
1. La alegría de la fe, de poder creer. Los hombres que recibieron la Palabra de Dios y que hicieron la experiencia de Jesús creyendo en su Evangelio, se sintieron alegres por tal visitación, acogieron con gozo la llamada al apostolado, dieron gracias a Dios por haber sido llamados y por poder responder en el mundo poniendo vida y destino a su completo servicio por el Evangelio.
2. La experiencia de la gratuidad de la fe. La conciencia moderna nos inclina, sin percatarnos de ello, a valorar las cosas por la función que cumplen en el mundo, por el servicio inmediato que prestan y por lo que puede ser verificado y contado. Pero la fe va mucho más allá. Es el ejercicio de la existencia toda vivida desde Dios, ante Dios y para Dios como horizonte de infinitud y de gracia. Hay que dejar a Dios ser Dios en nuestra vida sin pedirle cuentas.
3. La dimensión mística de la vida cristiana. Debemos percibir a Dios en la raíz misma de su vida, cultivar esa raíz, adherirse a ella con amor, tener experiencia de Dios, frecuentar la amistad con los que fueron sus amigos, los que vivieron y los que aún viven.