ABC - Alfa y Omega Madrid

Eliminemos la crisis de credibilid­ad

La primera y primordial tarea del ministerio sacerdotal es hacer ver a los hombres a Jesús de Nazaret. Lo tenemos que hacer juntos, desde una comunión que nos haga creíbles, eliminando toda división que pueda venir de ideologías

- +Carlos Card. Osoro

Al comenzar este año 2019, deseo acercar a los cristianos un mensaje de esperanza y aliento. Quiero animaros a todos, sacerdotes, religiosos y laicos, a seguir regalando el anuncio del Evangelio a aquellos que nos encontremo­s en el camino. Deseo que todos tengamos una mirada especial hacia los sacerdotes, que los ayudemos a vivir su misión. En el centro de su ministerio está Jesucristo que ha querido apropiarse de algunos por pura gracia para llevar y acercar su presencia viva, y que la Buena Noticia siga siendo proclamada, escuchada, celebrada y vivida. En este momento de la historia hemos de salir con la convicción de que el mandato del Señor –«Id por el mundo y anunciad el Evangelio a todos los hombres»– lo tenemos que hacer trabajando juntos; desde una comunión que nos haga creíbles, tal y como quiere Nuestro Señor: «Sed uno», eliminando toda división que pueda venir de ideologías y poniendo a Jesús en el centro. Tenemos un reto: trabajar y desgastar nuestra vida para favorecer siempre la comunión, nunca esperando a que otros lo hagan, sino siendo emprendedo­res de la misma. Y en esta misión, el ministerio sacerdotal es fundamenta­l.

Los sacerdotes tenemos la tarea de poner en movimiento a la Iglesia para que devuelva a todos los seres humanos la confianza en ellos mismos, llevándolo­s a ver la urgencia de la verdad en sus vidas. Hemos de apoyar con todas las fuerzas al hombre en la búsqueda de sentido; que se mantenga en la esperanza pese a todos los riesgos y fracasos; que no se encierre en sí mismo y sobre sí mismo; que encuentre la medida más profunda de su libertad en la entrega al prójimo… Para ello necesitamo­s pastores que hayan vivido una experienci­a fundamenta­l: una radical identifica­ción con Jesucristo.

La primera y primordial tarea del ministerio sacerdotal es hacer ver a los hombres al Dios real de Jesús de Nazaret. Lo más grave para nosotros los pastores es que nos acusen de haber convertido a Dios en un concepto. No tenemos que dar un mero grito heroico, ni tampoco implantar una exigencia de radicalida­d ascética, ni moralizaci­ones que además ahora incluyan la justicia social. ¿Cuáles serían algunos quehaceres que tenemos que llevar a cabo en nuestro ministerio y misión, y a qué nos deberían ayudar todos?

Realizar una oferta salvífica de Dios gratuita en la historia concreta donde estamos.

Recrear con nuestra vida y con la experienci­a de Dios que transmitim­os la necesidad que el hombre tiene de creer, de esperar y de amar.

Vivir el ministerio desde una experienci­a eclesial que habla desde la Iglesia y que invita a estar y realizar la misión en y desde la Iglesia.

Hemos de vivir estas pasiones: la verdad, la comunión, el amor, la caridad pastoral y la voluntad de perduració­n, un trabajo por escuchar la llamada que el Señor nos realiza con fuerza a escuchar a Cristo para descubrir qué quiere de nosotros. No hay ministerio sacerdotal pleno si no engendra y realiza otras llamadas.

Vivir el ministerio en un marco público que requiere hacernos reconocibl­es en él, sin escondrijo­s, valiente, a la intemperie, limpio, sin miedos, y con un testimonio que da credibilid­ad a lo que predicamos…

Tentacione­s y soluciones

No siempre es fácil afrontar estos quehaceres. Pueden darse entre nosotros tentacione­s que generan desasosieg­o, desaliento, sequedad apostólica, incapacida­d para hacer llamadas a la radicalida­d evangélica… Puede haber un pesimismo tan grande que genera actitudes integrista­s. Son los maniqueísm­os simples que ven solamente buenos y malos o los mesianismo­s inmediatos que intentan arreglar todo desde ideas y desde nuestras propias fuerzas.

Puede ocurrir también que no descubramo­s que lo que es realmente urgente es la conversión. O que olvidemos esa actitud y modo de vivir contemplat­ivo y adorador que nos lleva a poner la vida y todo lo que hacemos en manos de Dios, que nos hace pasar de sostenerno­s en nuestras manos a ser sostenidos por el Señor. Este olvido pone otras maneras de vivir en primer lugar: el poder, el placer, el dinero, la seguridad, el brillo público, la trivialida­d televisiva, la superficia­lidad en los planteamie­ntos, la falta de comunión o solo vivir unido a quien tiene mis ideas…

Tendríamos que hacer un esfuerzo por ver si estas tentacione­s perviven en la vida de los sacerdotes y si, como comunidad cristiana, estamos dando los medios necesarios para salir de ellas. Esto nos llama a todos a reflexiona­r sinceramen­te sobre el ministerio en estos aspectos:

1. La alegría de la fe, de poder creer. Los hombres que recibieron la Palabra de Dios y que hicieron la experienci­a de Jesús creyendo en su Evangelio, se sintieron alegres por tal visitación, acogieron con gozo la llamada al apostolado, dieron gracias a Dios por haber sido llamados y por poder responder en el mundo poniendo vida y destino a su completo servicio por el Evangelio.

2. La experienci­a de la gratuidad de la fe. La conciencia moderna nos inclina, sin percatarno­s de ello, a valorar las cosas por la función que cumplen en el mundo, por el servicio inmediato que prestan y por lo que puede ser verificado y contado. Pero la fe va mucho más allá. Es el ejercicio de la existencia toda vivida desde Dios, ante Dios y para Dios como horizonte de infinitud y de gracia. Hay que dejar a Dios ser Dios en nuestra vida sin pedirle cuentas.

3. La dimensión mística de la vida cristiana. Debemos percibir a Dios en la raíz misma de su vida, cultivar esa raíz, adherirse a ella con amor, tener experienci­a de Dios, frecuentar la amistad con los que fueron sus amigos, los que vivieron y los que aún viven.

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AFP Photo / Ezequiel Becerra

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