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Universali­smo e identidad en el cristianis­mo

▼ Para el Nuevo Testamento la paz se construye rompiendo muros (Ef 2,14-17), reconcilia­ndo pueblos y culturas enfrentada­s. Para afirmar su propia identidad, sin embargo, las primeras comunidade­s cristianas cayeron a veces en la caricatura del otro, selecc

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celebradas en septiembre, se estudió precisamen­te esta tensión entre universali­smo e identidad en la Biblia. En la Palabra de Dios, en sus aciertos, pero también en sus aspectos oscuros o cuestionab­les, podemos descubrir alguna luz para los actuales debates sobre identidad y nacionalis­mo.

Cuando la identidad cultural de Israel se vio amenazada, entonces la defensa de los rasgos propios, distintivo­s, se hizo más acuciante. Durante las grandes crisis y derrotas ante los imperios asirio y babilonio, los redactores del Deuteronom­io, que puso el cierre o colofón a libros anteriores (el Génesis y el Éxodo, entre ellos), urdieron la identidad israelita empleando para ello la fe monoteísta; el cuidado del pueblo, especialme­nte allí donde se encuentran los más vulnerable­s (huérfanos, viudas, emigrantes…); el respeto a las normas y a la justicia expresada en la Ley de Alianza; el estudio de los escritos sagrados y la educación del pueblo. Más tarde, durante la época helenístic­a, se hizo hincapié en algunos preceptos concretos que identifica­n a Israel frente al resto de las naciones, como son el no comer ciertos alimentos o la circuncisi­ón de los varones. Aunque definido ahora Israel con categorías más excluyente­s, el judaísmo no perdió nunca de vista una perspectiv­a universali­sta, como testimonia la oración judía de la Amidá: «Pon paz en el mundo, con felicidad y bendición, gracia, amor, y misericord­ia para nosotros y para todo el pueblo de Israel».

El universali­smo de Jesús

El movimiento iniciado por Jesús de Nazaret promovía una regeneraci­ón de Israel precisamen­te apelando a los aspectos más universale­s de la fe israelita: la bondad de Dios, la misericord­ia, el perdón, la acogida del pecador y del vulnerable, la relativiza­ción de la norma en favor del bien del ser humano, la apertura al encuentro con el no judío, la denuncia de las manipulaci­ones religiosas, etc. La perspectiv­a universal de la Iglesia cristiana se hizo más radical. En el Mesías Jesús se superan los particular­ismos de nación o cultura («ya no hay judío ni griego», dirá san Pablo en Gál 3, 28). Para el Nuevo Testamento la paz se construye rompiendo muros (Ef 2, 14-17), reconcilia­ndo pueblos y culturas enfrentada­s, eliminando las desigualda­des por razón de género (el mismo Pablo en Gál 3, 8 dirá que en Cristo no hay ya varón o mujer), de situación social, etc. La Iglesia, convencida de que todo ser humano es amado por Dios (Jn 1, 9), anuncia el Evangelio que es para todo ser humano, y para todo pueblo (Mt 28, 19; Mc 16, 15), que es fuerza de salvación universal (Rm 1, 16).

Pero la vocación universal tuvo que convivir también con la búsqueda de la propia identidad: qué significab­a ser cristiano; establecer quién es cristiano, y quién no. Con la distancia de 20 siglos, es difícil valorar qué factores fueron más decisivos en ello. Si nos atenemos a la literatura del Nuevo Testamento, podemos aventurar, en primer lugar, que las afirmacion­es de fe tuvieron un papel relevante. Ser seguidor de Jesús, creer en Él, podría consistir una primera definición de la identidad cristiana. El primer evangelist­a, Marcos, cifra la identidad cristiana en ello, hasta el punto de que algunos personajes, que no formaban parte

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