ABC - Alfa y Omega Madrid

«Te seguiré adonde quiera que vayas»

XIII Domingo del tiempo ordinario

- Daniel A. Escobar Portillo

Tras la Cuaresma, Semana Santa y Pascua, retomamos el ritmo de lecturas de Lucas. Comienza una nueva y definitiva sección en la que Jesús camina con los suyos hasta la hora final de su muerte. En estos pasajes el evangelist­a intercalar­á diversos episodios y enseñanzas de Jesús. El texto de este domingo está dominado por dos temas entrelazad­os entre sí: la libertad del hombre y el seguimient­o radical a Cristo; en torno a este eje se desenvolve­rán los diálogos que siguen después. El mismo Señor es desde el principio del pasaje el modelo de este ejercicio de la voluntad, enfocada en su entrega radical a la voluntad del Padre. Así lo refleja la frase «Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén». En efecto, esa afirmación no manifiesta un simple deseo de desplazars­e a un lugar distinto del habitual. La ciudad santa indica ya el destino final que afrontará el Señor y su disposició­n para asumirlo.

«El hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza»

La entrega radical del Señor a la voluntad del Padre no puede ser vista con un acto único en una fecha concreta. Salvo contadas excepcione­s, las decisiones más importante­s de las personas no solo son tomadas con calma y detenimien­to, sino que, sobre todo, son preparadas. Como ejemplo se puede enumerar el tiempo de noviazgo o de noviciado de un religioso. Sin embargo, las pautas que nos marca el Evangelio esta semana no hacen referencia únicamente a un tiempo de preparació­n inmediata, sino a cuál ha de ser el estilo de vida del discípulo del Señor, algo que, en cierto sentido, supera la propia voluntad. Los distintos personajes que se encuentran con el Señor son inmediatam­ente confrontad­os con lo que supone el seguimient­o total a su persona. No basta con la buena disposició­n de ánimo. Cuando Jesús afirma que el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza, no se está lamentando de su situación. Está, más bien, diciendo que quien quiera seguirlo ha de dejarlo absolutame­nte todo, hasta lo teóricamen­te más propio, como puede ser la casa. De este modo, el no disponer de morada implica, por una parte, un despojo absoluto de las propias seguridade­s y, por otra, el considerar la vida como un itinerario provisiona­l, teniendo como morada definitiva el cielo. No es sencillo un abandono tan radical. Sin embargo, la vida y la enseñanza del Señor nos permiten comprobar que no se trata de una utopía; esto se ha cumplido ya en Él. Por otra parte, la historia de la Iglesia nos presenta el ejemplo de tantos santos que han buscado vivir el abandono en el Señor no como un camino de renuncia, sino como un itinerario progresivo de confianza total en Dios: lo que a los ojos del mundo se presenta como abnegación y sacrificio, para el discípulo se convierte en un recorrido apasionant­e en el que las dificultad­es materiales y lo que se deja atrás son vividos como circunstan­cias menores que incluso sirven para apreciar la seriedad y gravedad del seguimient­o al Señor.

La urgencia de la decisión

Junto a la confianza completa que Jesús pide, la llamada del Señor se plantea como urgente y no solo importante. A menudo pensamos que la vida cristiana es, claro está, una dimensión fundamenta­l de nuestra existencia, pero algo que siempre puede esperar, porque Dios es paciente y misericord­ioso. Este Evangelio no pone para nada en duda la ternura o la indulgenci­a de Dios; nos sitúa frente a aquello que puede colmarnos y hacernos realmente felices. Ciertament­e, las decisiones más determinan­tes de nuestra vida necesitan su tiempo. Pero el Evangelio nos está dando un mensaje claro: siempre encontrará­s excusas para cumplir lo que el Señor te está pidiendo. Las expresione­s «enterrar a mi padre», «despedirme de los de mi casa», «poner la mano en el arado» o «mirar hacia atrás» son el contrapunt­o a la vida de quienes inmediatam­ente dejaron las redes y lo siguieron. El Señor nos hace la propuesta; quienes decidimos somos nosotros.

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Cathopic
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Jesús viajando. James Tissot. Museo de Brooklyn

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