ABC - Alfa y Omega Madrid

«La mediocrida­d mata, necesitamo­s mujeres y hombres valientes»

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¿Se considera un santo?

No. Qué va. [Se ríe]. Creo que ser santo es un camino de perfección que se va avanzando en la vida, y yo estoy lejos. Aún me falta mucho, todavía soy muy humano.

Pero con la vida que ha llevado, siempre cerca de los pobres como buen discípulo de Vicente de Paúl, habrá conocido algunos santos.

Muchísimos. Yo he conocido a santos en la misión, como las mujeres del campo [Silencio. Tras pensar durante un rato, afirma convencido:]. Mi madre es una santa porque es una mujer sencilla, humilde, que transmite ese amor a Dios de ver todo desde el lado positivo. Yo creo que la gente humilde y sencilla es la que nutre al mundo, los que nunca van a salir en ningún lado, los santos del día a día.

¿Los que publicamos en Omega? Alfa y

[Se ríe. Mucho. El padre Diego no deja de reír ni aunque se ponga serio, como ahora] ¡Claro! ¡Esos!

Dice el Papa que no hay que copiar a los santos, sino que cada uno tenemos que sacar a la luz lo mejor que tengamos. ¿Qué es lo mejor que tiene?

¿Lo mejor que yo tengo? Mira que para los demás sí, pero para mí… La gente me dice que soy un apasionado por el otro, por el pobre. Veo a alguien sufriendo y me duele. No voy a cambiar. Lo más bonito que Dios ha puesto en mí es la empatía con el sufrimient­o del otro.

El santo es capaz de vivir con alegría y sentido del humor. Sin perder el realismo, ilumina a los demás con un espíritu positivo y esperanzad­o. ¿Le suena de algo esta música?

Sí. No existe un santo triste. Si tú te acercas más a Dios, vas a sentirte

Se presentó voluntario para acompañar a personas con VIH en un piso de Atocha (Madrid) cuando el sida era sinónimo de muerte. Pasó allí cinco años. Trabajó después con mercedaria­s en la rehabilita­ción de drogodepen­dientes y mujeres prostituid­as. Pasados tres años se presentó voluntario para las misiones internacio­nales con los aymaras. Después de 14 años, el sacerdote vicentino Diego Pla fue nombrado en enero secretario ejecutivo de Comunión Eclesial en la Conferenci­a Episcopal Boliviana.

Pues parece que sus respuestas dicen que usted es más santo de lo que se cree. ¿Sigue sin considerar­se uno de ellos?

Todavía soy muy pasional. Con el tiempo lograré un equilibrio. Yo ante la injusticia todavía reacciono muy fuerte. Estoy a años luz de mi madre. O de esas mujeres aymaras luchadoras. No les llego… [Y zanja la cuestión con un gesto imposible y una sonrisa sincera y transparen­te].

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Santiago Riesco Pérez

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