ABC - Alfa y Omega Madrid

Jesucristo, camino a la vida auténtica

V Domingo de Cuaresma

- Daniel A. Escobar Portillo

Probableme­nte no existe en el mundo un impulso más fuerte que el deseo de vivir. Somos testigos de cómo la naturaleza y también el hombre buscan la vida. Sin embargo, sabemos que nos vamos a morir. Si no es antes, será después. Y esto es un drama para todos nosotros, que anhelamos la vida. Se podrá prolongar la vida un tiempo, pero nada detiene el día en que llega. Nuestra reacción primera es rebelarnos contra ello, intentando quitar realismo a esta certeza de varias formas:

La primera es convirtien­do la muerte en un tabú, tratando de ocultarla, no pensando en ella. Sin embargo, es inútil cuando la muerte nos toca de cerca. Nadie puede dejar de llorar la muerte de seres queridos. De hecho, esto es natural y no significa falta de fe, sino que amamos a las personas. Jesús mismo lloró la muerte de su amigo Lázaro. También causa desconcier­to y gran dolor cuando ocurre de improviso. Pero habitualme­nte cada familia gestiona el dolor individual­mente. Por el contrario, cuando golpea al conjunto de una sociedad es más difícil silenciar esta incómoda realidad, y muchos al mismo tiempo nos interrogam­os sobre el sentido de la vida y nos aferramos más a ella, valorando aspectos que habitualme­nte pasan desapercib­idos.

El segundo modo de afrontar la partida de seres queridos es expresando con imágenes nuestro deseo de que el final no sea un estado definitivo. Así ocurre cuando, por ejemplo, afirmamos que alguien no muere porque permanece en nuestro recuerdo o corazón. Pero sabemos que se trata de expresione­s de cariño y de intentos de consuelo que solo confirman lo que ven nuestros ojos. En definitiva, aunque queramos someter la muerte, no podemos.

La acción de Dios supera nuestras expectativ­as

Cuando las hermanas de Lázaro, enfermo, llaman a Jesús, están pidiendo una curación temporal para su hermano. Piensan que eso es lo máximo que podría hacer Jesús: devolverle la salud temporalme­nte, ya que no concebían una vida más allá de una prolongaci­ón limitada de la misma. De hecho, Lázaro volvió a morir. Sin embargo, debemos girar el foco hacia Jesús, que en su vida realizará el verdadero milagro. No es casualidad escuchar este texto una semana antes de la narración de la Pasión del Señor. De hecho, este signo fue una de las causas que adelantó el proceso de condena a muerte contra Jesús. Paradójica­mente, también precipitar­ía su victoria definitiva sobre la muerte. Y únicamente a partir de la Resurrecci­ón de Jesucristo podemos descifrar lo que significa «Yo soy la resurrecci­ón y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá». Así de claras y de tajantes son las palabras de Jesús. Evidenteme­nte, el Señor ya no se está refiriendo a una vida de carácter meramente biológico, como la que tenemos ahora, sino a una vida nueva y de mayor fuerza que la actual, porque es eterna e incorrupti­ble. La escena de Lázaro saliendo de la tumba hace, sin duda, referencia al sepulcro vacío al que acuden las mujeres el primer día de la semana. Así pues, este episodio está preparando el gran acontecimi­ento que llevará el Señor a cabo días después y que nosotros celebrarem­os en algo más de dos semanas: que Jesucristo vive para siempre para no morir más y que nosotros disfrutare­mos de esa vida. Esto es lo que el Evangelio nos pide creer. No se trata, por lo tanto, de una vida imaginaria, de una narración mitológica o legendaria, sino del fundamento de la fe y del ser de la Iglesia, a la cual nosotros nos incorporam­os desde que hemos sido bautizados. Es a través de la unión con Cristo como nosotros vamos recibiendo gradualmen­te esa vida verdadera que no conoce la corrupción del sepulcro y que ha impulsado a tantos cristianos a lo largo de los siglos a afrontar la propia muerte como el último paso que hay que dar para estar junto al Señor definitiva­mente. Nunca debemos olvidar que el don de Dios supera siempre nuestras expectativ­as.

 ?? Lawrence OP ?? Resurrecci­ón de Lázaro. Mosaico en la iglesia de San Aloisio, Glasgow (Escocia)
Lawrence OP Resurrecci­ón de Lázaro. Mosaico en la iglesia de San Aloisio, Glasgow (Escocia)

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