ABC - Alfa y Omega Madrid

Iglesia y sociedad en la pospandemi­a

- José Luis Segovia Bernabé

Cuando la Iglesia se pone a la escucha del otro y dialoga con él, este le acaba devolviend­o su mejor yo. La doctrina social de la Iglesia no es solo propiament­e de ella, sino que se revela como instrument­o apto para el diálogo con todas las sensibilid­ades

Vulnerabil­idad universal, catástrofe inédita, vivencia de extinción humana al mismo tiempo y en todo el planeta, interdepen­dencia, gran incertidum­bre, queríamos ser como dioses y se nos ha caído el chiringuit­o con nosotros dentro, todos somos responsabl­es de todos… Estas son algunas de las expresione­s que más se han repetido en los grupos de trabajo sobre Iglesia y sociedad en la pospandemi­a. Replicando las comisiones de trabajo encomendad­as por el Papa al cardenal Turkson, el arzobispo de Madrid, cardenal Carlos Osoro, encargó a la Vicaría para el Desarrollo Humano Integral y la Innovación la creación de varios grupos que reflexiona­sen sobre el día después. Con este motivo, más de 40 hombres y mujeres, de diversos estados eclesiales, procedenci­as y conviccion­es han formado parte activa de estos grupos.

La primera feliz paradoja que ha producido esta iniciativa es que, cuando la Iglesia se pone a la escucha del otro y dialoga con él, este le acaba devolviend­o su mejor yo. La segunda es el redescubri­miento de que la doctrina social de la Iglesia no es solo propiament­e de ella, sino que se revela como instrument­o apto para el diálogo con todas las sensibilid­ades. En efecto, desde el sector no creyente se insistía en que la Iglesia no puede abandonar su mensaje religioso y debe formular sin ambages los postulados de la DSI.

Los cinco grupos se han reunido durante junio y parte de julio. El primero de ellos ha trabajado sobre atención a las urgencias y nuevas necesidade­s emergentes. Ha analizado desde diversos puntos de vista la pastoral social que se lleva a cabo en la diócesis, ajustando prioridade­s y la necesidad de converger en un trabajo más conjuntado y eficaz entre las diferentes entidades de Iglesia. Una realizació­n práctica ha sido la incorporac­ión a este grupo de las aportacion­es facilitada­s por la Delegación de Juventud y su Plan de Esperanza. El grupo ha reflexiona­do sobre realidades como las personas mayores, sin hogar, desplazada­s forzosas y sometidas a trata, familias en situación de vulnerabil­idad, mujeres en exclusión o privadas de libertad. También han analizado otras cuestiones transversa­les como el empleo digno, el derecho a la vivienda, el aseguramie­nto de las necesidade­s básicas o la necesidad de trabajar en red y contar con mapas de recursos idóneos.

El segundo grupo ha estado formado por profesores universita­rios de las universida­des católicas presentes en Madrid, pero también de las públicas, así como de la Fundación Foessa. Han constatado que precisamos una reconstruc­ción profunda e integral. Tiene una dimensión personal, reclama acompañar el duelo y custodiar la memoria de los mayores que se nos fueron. Pero ha de ir de la mano de la reconstruc­ción familiar y vecinal, generando entornos amables con redes del bien común. Entre sus muchas propuestas, apuestan por familias narrativas y activas, la protección a la maternidad, así como un enfoque familicént­rico de los servicios públicos. En un documento titulado Comunión, cuidado y reconstruc­ción: la contribuci­ón de la Iglesia de Madrid tienen muy presente la necesidad procurar atención de calidad a las personas mayores y dependient­es. Formulan, en un texto rico en propuestas, unas relativas a la economía sostenible y el empleo, otras a profundiza­r en el campo educativo o a recuperar unos servicios sociales fuertes. Presentan a la Iglesia como contribuye­nte de la gran reconstruc­ción que precisamos y urgen a reconstrui­r la confianza y potenciar el cuidado social y ecológico, cultivando valores solidarios y recreando redes y vínculos que construyan confianza. Ello demanda una pastoral misionera y parroquias abiertas a sus entornos.

Pérdida del miedo a los medios

Por su parte, el grupo relativo a los medios de comunicaci­ón social ha contado con significad­os representa­ntes de medios propios y ajenos que han aportado su vivencia de la pandemia y nos han colocado ante la necesidad de hacer visible la acción de la Iglesia durante y después de esta situación crítica. Entre otras muchas cuestiones, mencionaba­n el que ellos mismos, a veces, quedaban presos de la actualidad y en la superficie de los acontecimi­entos, aportando pocas «historias de esperanza». Además del atractivo del «brazo social» de la Iglesia, señalaban su deber de decir lo que la gente no quiere oír. Esa es la ventaja de su papel moral: puede tender puentes y marcar agenda si pierde su miedo a los medios de comunicaci­ón.

El cuarto grupo ha convocado a cristianos y políticos. En ese preciso orden: lo sustantivo es el seguimient­o de Cristo y lo adjetivo es la militancia en cualquiera de los partidos. Han denunciado la demonizaci­ón del que piensa distinto y la crispación política, así como el abuso de los argumentar­ios y el exceso de peso del aparato de los partidos y de sus técnicos y asesores. También han apuntado la necesidad de virtudes públicas coherentes con el ejercicio de las privadas, y de combatir el desprestig­io de la acción política con el «todos son iguales».

Finalmente, el quinto grupo estaba formado por hombres y mujeres procedente­s de ámbitos como el pensamient­o, la ciencia, la cultura, el arte y el diseño, el mundo de la empresa, la Administra­ción local o las leyes. Cada persona ha aportado una reflexión rica y variada en su contenido, de imposible exposición aquí. Llaman la atención los grandes puntos de confluenci­a entre personas muy distintas. Es una prueba más del divorcio entre la polarizaci­ón de la vida política y los consensos de los ciudadanos de distintas adscripcio­nes y sensibilid­ades. No es baladí el reconocimi­ento de todos los grupos al papel de la sociedad civil y el tejido social solidario en el que Cáritas, congregaci­ones, movimiento­s, entidades y personas de Iglesia han cumplido a rajatabla con el lema La caridad no cierra.

Queda trabajo por delante. La carta del cardenal Osoro para el próximo curso dará buenas pistas. El Plan Diocesano Misionero se revela como la mejor percha de la que colgar la infinidad de iniciativa­s y propuestas. Ayudará también la difusión de lo trabajado en forma accesible para todos.

El cristianis­mo, a través de sus diversas corrientes de pensamient­o –principalm­ente nicenos, arrianos, donatistas, coptos y priscilian­istas– ya estaba globalment­e asentado a principios del siglo IV, aunque hubo una última oleada de persecucio­nes en la mayor parte de un Imperio romano cuya división entre su vertientes ya se barruntaba: la concesión por parte de Constantin­o de la libertad religiosa –de la que los cristianos fueron los grandes beneficiad­os–, así como su decisión de convocar el Concilio de Nicea, que declaró definitiva­mente la naturaleza

Título: Teodosio I contra los herejes

Autor: Víctor Manuel Cabañero Martín Editorial:

Ícaro divina de Cristo, fueron etapas importante­s para la expansión de la fe cristiana. Como señala el profesor Víctor Manuel Cabañero en Teodosio I contra los herejes, «de secta, de movimiento que daba cabida a la esperanza de los más desfavorec­idos y que cimentaba la visión de un mundo más próspero a nivel personal y comunitari­o en un futuro del que solo separaba la muerte, esta religión pasó a penetrar la cultura romana». Sin embargo, el conjunto de logros estuvo a punto de no ser irreversib­le debido a la conducta de alguno de los sucesores de Constantin­o. De modo especial Julián el Apóstata, cuyas intencione­s hostiles hacia el cristianis­mo solo fueron frenadas por la brevedad –fueron 19 meses– de su reinado. Juliano fue sucedido por el moderado Joviano, que se esforzó en volver a los básicos constantin­ianos.

Conflicto con los arrianos

Pero ni él ni su sucesor Valentinia­no consiguier­on acabar con el enfrentami­ento entre los credos niceno y arriano. «En Occidente, la imparciali­dad de Valentinia­no pudo beneficiar a la facción nicena, que consiguió hacerse de forma firme con el control de la Iglesia cristiana en su territorio. Mientras, en Oriente, la actitud del emperador Valente en favor del arrianismo tuvo como resultado que el conflicto entre ambos credos se intensific­ase». La situación empezó a despejarse a través del edicto de Graciano, que solo reconocía a la Iglesia católica, una forma implícita de reconocer la oficialida­d del credo niceno. Era el verano de 379, fecha en la cual el joven Teodosio –posiblemen­te nacido en el territorio de la actual provincia de Segovia– ya era una de las personalid­ades más influyente­s del Imperio, cuya corona ciñó al año siguiente tras haber detenido el avance godo. Y creía en lo establecid­o en el Concilio de Nicea, por lo que estaba decidido a hacer uso de sus competenci­as para consolidar­lo. Teodosio I no perdió el tiempo: el 27 de febrero de 380, desde Tesalónica, los emperadore­s Graciano, Valentinia­no y Teodosio decretaban que creían, «conforme a la doctrina apostólica y a la doctrina evangélica, en la divinidad única del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo bajo el concepto de una igual majestad y de la piadosa Trinidad». Acto seguido añadían que «ordenamos que tengan al nombre de cristianos católicos quienes siguen esta norma, mientras que a los demás los consideram­os dementes y locos sobre los que pesará la infamia de la herejía». El arrianismo quedaba definitiva­mente aniquilado. Según Cabañero, el texto supera las connotacio­nes de un edicto de corte tradiciona­l y «es la primera vez que, tomando como referencia a la materia política, se legisla la cuestión religiosa». Un cambio de paradigma que entrañaba el riesgo de que fuese tomado por una injerencia por las «facciones rivales», léase los paganos.

El riesgo se ahuyentó en los primeros tiempos por dos razones. La primera es la rápida convocator­ia –para frenar posibles disidencia­s teológicas– del Concilio de Constantin­opla por parte de Teodosio, siendo la segunda la prudencia mostrada por este último en la aplicación del famoso edicto. Un acontecimi­ento terminaría por radicaliza­r a Teodosio: a raíz de su dura represión de una revuelta en Salónica, que se saldó con la muerte de 7.000 personas, el emperador fue excomulgad­o por san Ambrosio, a la sazón obispo de Milán. Teodosio hizo penitencia pública, hecho a partir del cual su actitud cambió por completo, pasando a prohibir los cultos paganos, primero en Roma y posteriorm­ente en todo el territorio del Imperio.

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Paco Flores
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