Iglesia y sociedad en la pospandemia
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Cuando la Iglesia se pone a la escucha del otro y dialoga con él, este le acaba devolviendo su mejor yo. La doctrina social de la Iglesia no es solo propiamente de ella, sino que se revela como instrumento apto para el diálogo con todas las sensibilidades
Vulnerabilidad universal, catástrofe inédita, vivencia de extinción humana al mismo tiempo y en todo el planeta, interdependencia, gran incertidumbre, queríamos ser como dioses y se nos ha caído el chiringuito con nosotros dentro, todos somos responsables de todos… Estas son algunas de las expresiones que más se han repetido en los grupos de trabajo sobre Iglesia y sociedad en la pospandemia. Replicando las comisiones de trabajo encomendadas por el Papa al cardenal Turkson, el arzobispo de Madrid, cardenal Carlos Osoro, encargó a la Vicaría para el Desarrollo Humano Integral y la Innovación la creación de varios grupos que reflexionasen sobre el día después. Con este motivo, más de 40 hombres y mujeres, de diversos estados eclesiales, procedencias y convicciones han formado parte activa de estos grupos.
La primera feliz paradoja que ha producido esta iniciativa es que, cuando la Iglesia se pone a la escucha del otro y dialoga con él, este le acaba devolviendo su mejor yo. La segunda es el redescubrimiento de que la doctrina social de la Iglesia no es solo propiamente de ella, sino que se revela como instrumento apto para el diálogo con todas las sensibilidades. En efecto, desde el sector no creyente se insistía en que la Iglesia no puede abandonar su mensaje religioso y debe formular sin ambages los postulados de la DSI.
Los cinco grupos se han reunido durante junio y parte de julio. El primero de ellos ha trabajado sobre atención a las urgencias y nuevas necesidades emergentes. Ha analizado desde diversos puntos de vista la pastoral social que se lleva a cabo en la diócesis, ajustando prioridades y la necesidad de converger en un trabajo más conjuntado y eficaz entre las diferentes entidades de Iglesia. Una realización práctica ha sido la incorporación a este grupo de las aportaciones facilitadas por la Delegación de Juventud y su Plan de Esperanza. El grupo ha reflexionado sobre realidades como las personas mayores, sin hogar, desplazadas forzosas y sometidas a trata, familias en situación de vulnerabilidad, mujeres en exclusión o privadas de libertad. También han analizado otras cuestiones transversales como el empleo digno, el derecho a la vivienda, el aseguramiento de las necesidades básicas o la necesidad de trabajar en red y contar con mapas de recursos idóneos.
El segundo grupo ha estado formado por profesores universitarios de las universidades católicas presentes en Madrid, pero también de las públicas, así como de la Fundación Foessa. Han constatado que precisamos una reconstrucción profunda e integral. Tiene una dimensión personal, reclama acompañar el duelo y custodiar la memoria de los mayores que se nos fueron. Pero ha de ir de la mano de la reconstrucción familiar y vecinal, generando entornos amables con redes del bien común. Entre sus muchas propuestas, apuestan por familias narrativas y activas, la protección a la maternidad, así como un enfoque familicéntrico de los servicios públicos. En un documento titulado Comunión, cuidado y reconstrucción: la contribución de la Iglesia de Madrid tienen muy presente la necesidad procurar atención de calidad a las personas mayores y dependientes. Formulan, en un texto rico en propuestas, unas relativas a la economía sostenible y el empleo, otras a profundizar en el campo educativo o a recuperar unos servicios sociales fuertes. Presentan a la Iglesia como contribuyente de la gran reconstrucción que precisamos y urgen a reconstruir la confianza y potenciar el cuidado social y ecológico, cultivando valores solidarios y recreando redes y vínculos que construyan confianza. Ello demanda una pastoral misionera y parroquias abiertas a sus entornos.
Pérdida del miedo a los medios
Por su parte, el grupo relativo a los medios de comunicación social ha contado con significados representantes de medios propios y ajenos que han aportado su vivencia de la pandemia y nos han colocado ante la necesidad de hacer visible la acción de la Iglesia durante y después de esta situación crítica. Entre otras muchas cuestiones, mencionaban el que ellos mismos, a veces, quedaban presos de la actualidad y en la superficie de los acontecimientos, aportando pocas «historias de esperanza». Además del atractivo del «brazo social» de la Iglesia, señalaban su deber de decir lo que la gente no quiere oír. Esa es la ventaja de su papel moral: puede tender puentes y marcar agenda si pierde su miedo a los medios de comunicación.
El cuarto grupo ha convocado a cristianos y políticos. En ese preciso orden: lo sustantivo es el seguimiento de Cristo y lo adjetivo es la militancia en cualquiera de los partidos. Han denunciado la demonización del que piensa distinto y la crispación política, así como el abuso de los argumentarios y el exceso de peso del aparato de los partidos y de sus técnicos y asesores. También han apuntado la necesidad de virtudes públicas coherentes con el ejercicio de las privadas, y de combatir el desprestigio de la acción política con el «todos son iguales».
Finalmente, el quinto grupo estaba formado por hombres y mujeres procedentes de ámbitos como el pensamiento, la ciencia, la cultura, el arte y el diseño, el mundo de la empresa, la Administración local o las leyes. Cada persona ha aportado una reflexión rica y variada en su contenido, de imposible exposición aquí. Llaman la atención los grandes puntos de confluencia entre personas muy distintas. Es una prueba más del divorcio entre la polarización de la vida política y los consensos de los ciudadanos de distintas adscripciones y sensibilidades. No es baladí el reconocimiento de todos los grupos al papel de la sociedad civil y el tejido social solidario en el que Cáritas, congregaciones, movimientos, entidades y personas de Iglesia han cumplido a rajatabla con el lema La caridad no cierra.
Queda trabajo por delante. La carta del cardenal Osoro para el próximo curso dará buenas pistas. El Plan Diocesano Misionero se revela como la mejor percha de la que colgar la infinidad de iniciativas y propuestas. Ayudará también la difusión de lo trabajado en forma accesible para todos.
El cristianismo, a través de sus diversas corrientes de pensamiento –principalmente nicenos, arrianos, donatistas, coptos y priscilianistas– ya estaba globalmente asentado a principios del siglo IV, aunque hubo una última oleada de persecuciones en la mayor parte de un Imperio romano cuya división entre su vertientes ya se barruntaba: la concesión por parte de Constantino de la libertad religiosa –de la que los cristianos fueron los grandes beneficiados–, así como su decisión de convocar el Concilio de Nicea, que declaró definitivamente la naturaleza
Título: Teodosio I contra los herejes
Autor: Víctor Manuel Cabañero Martín Editorial:
Ícaro divina de Cristo, fueron etapas importantes para la expansión de la fe cristiana. Como señala el profesor Víctor Manuel Cabañero en Teodosio I contra los herejes, «de secta, de movimiento que daba cabida a la esperanza de los más desfavorecidos y que cimentaba la visión de un mundo más próspero a nivel personal y comunitario en un futuro del que solo separaba la muerte, esta religión pasó a penetrar la cultura romana». Sin embargo, el conjunto de logros estuvo a punto de no ser irreversible debido a la conducta de alguno de los sucesores de Constantino. De modo especial Julián el Apóstata, cuyas intenciones hostiles hacia el cristianismo solo fueron frenadas por la brevedad –fueron 19 meses– de su reinado. Juliano fue sucedido por el moderado Joviano, que se esforzó en volver a los básicos constantinianos.
Conflicto con los arrianos
Pero ni él ni su sucesor Valentiniano consiguieron acabar con el enfrentamiento entre los credos niceno y arriano. «En Occidente, la imparcialidad de Valentiniano pudo beneficiar a la facción nicena, que consiguió hacerse de forma firme con el control de la Iglesia cristiana en su territorio. Mientras, en Oriente, la actitud del emperador Valente en favor del arrianismo tuvo como resultado que el conflicto entre ambos credos se intensificase». La situación empezó a despejarse a través del edicto de Graciano, que solo reconocía a la Iglesia católica, una forma implícita de reconocer la oficialidad del credo niceno. Era el verano de 379, fecha en la cual el joven Teodosio –posiblemente nacido en el territorio de la actual provincia de Segovia– ya era una de las personalidades más influyentes del Imperio, cuya corona ciñó al año siguiente tras haber detenido el avance godo. Y creía en lo establecido en el Concilio de Nicea, por lo que estaba decidido a hacer uso de sus competencias para consolidarlo. Teodosio I no perdió el tiempo: el 27 de febrero de 380, desde Tesalónica, los emperadores Graciano, Valentiniano y Teodosio decretaban que creían, «conforme a la doctrina apostólica y a la doctrina evangélica, en la divinidad única del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo bajo el concepto de una igual majestad y de la piadosa Trinidad». Acto seguido añadían que «ordenamos que tengan al nombre de cristianos católicos quienes siguen esta norma, mientras que a los demás los consideramos dementes y locos sobre los que pesará la infamia de la herejía». El arrianismo quedaba definitivamente aniquilado. Según Cabañero, el texto supera las connotaciones de un edicto de corte tradicional y «es la primera vez que, tomando como referencia a la materia política, se legisla la cuestión religiosa». Un cambio de paradigma que entrañaba el riesgo de que fuese tomado por una injerencia por las «facciones rivales», léase los paganos.
El riesgo se ahuyentó en los primeros tiempos por dos razones. La primera es la rápida convocatoria –para frenar posibles disidencias teológicas– del Concilio de Constantinopla por parte de Teodosio, siendo la segunda la prudencia mostrada por este último en la aplicación del famoso edicto. Un acontecimiento terminaría por radicalizar a Teodosio: a raíz de su dura represión de una revuelta en Salónica, que se saldó con la muerte de 7.000 personas, el emperador fue excomulgado por san Ambrosio, a la sazón obispo de Milán. Teodosio hizo penitencia pública, hecho a partir del cual su actitud cambió por completo, pasando a prohibir los cultos paganos, primero en Roma y posteriormente en todo el territorio del Imperio.