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«La vida es un don que debemos cuidar»

Las Hermanitas de los Pobres reciben este viernes el Premio CEU Ángel Herrera de Ética y Valores. «La vida es un don que debemos cuidar hasta el último suspiro», asegura sor Pilar

- José Calderero de Aldecoa / @ jcalderero Madrid

Desde que se inició la pandemia no ha muerto ni uno solo de los 80 ancianos que residen en la Casa San José. Pero el Premio Ángel Herrera Oria de Ética y Valores que las Hermanitas de los Pobres, responsabl­es de la residencia, reciben este viernes no reconoce esta circunstan­cia sino la entrega y el amor con el que las religiosas cuidan de los mayores. «Promover, defender, cuidar y celebrar la vida como ustedes lo hacen, de manera desinteres­ada, testimonia­ndo cada día el respeto y el valor que esta merece, hasta su término natural, supone un referente incuestion­able para toda la sociedad», dicen desde la Fundación San Pablo CEU. Sor Pilar, la superiora de la comunidad, agradece el galardón por «el reconocimi­ento que se hace de nuestra obra, el cuidado de los ancianos, que como bien dice el Papa Francisco son las personas más vulnerable­s de hoy en día». La religiosa se refiere a la pandemia, pero también a la falta de reconocimi­ento de los mayores en la sociedad y a la eutanasia que nos viene.

«Los ancianos son nuestra vocación». A el los les han ent regado la v ida y «nunca les dejamos solos, ni siquiera cuando alguno de ellos tiene que ir al hospital», explica sor Pilar, superiora de la Casa San José, residencia que las Hermanitas de los Pobres tienen en Madrid. Ante estos casos, una de las hermanitas se traslada con el enfermo hasta que le dan el alta. Por eso, el momento más duro que esta religiosa de 77 años ha vivido durante la pandemia es cuando a uno de los mayores que atienden en su residencia «lo encontramo­s tirado en el suelo al llevarle la cena a su habitación». Lo habitual era ser virla en el comedor, pero el protocolo de Sanidad ante la pandemia es

Cada premiado recibe un busto de Ángel Herrera Oria, fundador de la ACdP.

tablecía que los usuarios debían permanecer en sus cuartos. «Sufrió una embolia cerebral y vino la ambulancia a recogerlo, pero la COVID-19 impidió que una de nosotras le pudiera acompañar durante el ingreso», rememora. «Ayer ocurrió lo mismo con otra señora. Le dio un ictus y no la pudimos acompañar. Vino a recogerla un hombre en su 4x4 porque la ambulancia no podía llegar». La voz de sor Pilar suena compungida al otro lado del teléfono.

Pero todos estos sacrificio­s están dando sus frutos y en la residencia no hay que lamentar ningún muerto por COVID-19 entre los ancianos ni entre las religiosas. «Tuvimos alguna muerte, pero por causas que nada tenían que ver con el coronaviru­s» y también «alguna hermana se contagió, pero ense

guida la aislamos y conseguimo­s que no se expandiera la enfermedad», explica la religiosa.

A pesar de estar libres de la enfermedad, la superiora no se confía. De hecho, «una de las cosas sobre las que más he reflexiona­do estos últimos meses es sobre la fragilidad de la vida», confiesa. Sin embargo, sí que reconoce tener esperanzas puestas en la vacuna contra la COVID-19, que el pasado viernes comenzó a distribuir­se en la residencia. «Para nosotras es un descanso si podemos librar a los ancianos del virus», asegura sor Pilar. «Aunque hay algunos mayores que no han dado su consentimi­ento, y eso hay que respetarlo». Por su parte, la superiora sí se ha inyectado, a pesar de que «no soy muy amante de vacunas, pero menuda responsabi­lidad…».

«Referente para la sociedad»

Este viernes, una semana después de recibir la vacuna, sor Pilar recogerá el Premio CEU Ángel Herrera, en la categoría de Ética y Valores – ex aequo con Rafa Nadal–, concedido por la Fundación San Pablo CEU. «Queremos agradecerl­es la tarea que desempeñan ejerciendo la hospitalid­ad con ancianos de los cinco continente­s. Promover, defender, cuidar y celebrar la vida como ustedes lo hacen, testimonia­ndo cada día el respeto y el valor que esta merece, hasta su término natural, supone un referente incuestion­able para toda la sociedad», detallan desde la fundación.

«Pero no es un premio que me conceden a mí, ni mucho menos, sino a toda la comunidad» y, ante todo, «se trata el reconocimi­ento de nuestra obra, el cuidado de los ancianos, que como bien dice el Papa Francisco, son las personas más vulnerable­s de hoy en día», puntualiza la superiora. Sor Pilar dice esto «con la pandemia en la cabeza», pero también pensando en la falta de reconocimi­ento de la sociedad a los mayores y la eutanasia que nos viene. «La vida es un don que debemos cuidar hasta el último suspiro», asevera.

Sor Pilar se reconoce «contenta», porque «premian nuestra labor» y «también por el dinero que conlleva», 6.000 euros que «nos vienen muy bien». Desde el inicio de la pandemia la situación económica de la comunidad de religiosas se ha complicado al haberse visto interrumpi­da su principal fuente de financiaci­ón. «El dinero del que vivimos es el que consiguen las dos hermanitas que visitan las casas de los bienhechor­es que nos ayudan», pero desde marzo «nuestras hermanas no han podido salir». Ni en Madrid, ni en ninguna otra ciudad donde hay casas de la congregaci­ón. «No podemos arriesgarn­os a contagiarn­os y traer la COVID-19 a las personas que cuidamos».

Sin poder salir a pedir dinero, la comunidad de la Casa San José ha podido sobrevivir en buena medida gracias a los vecinos. «Nos llamaban muchas personas para preguntarn­os qué tal estábamos y para ver si necesitába­mos algo», explica la religiosa. Sobre todo pedían comida en función de las necesidade­s que expresaba la hermana que se encargaba de la cocina. También «nos apoyaron varios de nuestros benefactor­es», que en esta ocasión fueron ellos mismos los que se pusieron en contacto con las monjas.

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HERMANITAS DE LOS POBRES Una religiosa atiende a una de las ancianas que residen en la Casa San José.
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