ABC - Alfa y Omega Madrid

Fortalecer el afecto por la democracia

- MARÍA TERESA COMPTE

Lejos de sentir miedo, las noticias que llegaron el 6 de enero desde EE. UU. reafirmaro­n mi credo democrátic­o. Confieso que creo fervientem­ente en la democracia. Y creo en ella, entre otras razones, porque es el sistema político y de gobierno que mejor pueden realizar la dignidad y la libertad humana. Así lo ha escrito la doctrina social de la Iglesia, que jamás ha cuestionad­o el principio de elección popular del poder político, el pluralismo de las mediacione­s políticas, la realizació­n de la doctrina de los derechos humanos, así como tampoco los principios fundamenta­les del Estado de Derecho en los que se asienta la democracia representa­tiva.

Otra cosa es que desde León XIII hasta nuestros días, el magisterio sociopolít­ico de la Iglesia haya ido poniendo sobre la mesa temas relativos, fundamenta­lmente, al valor y alcance de los procedimie­ntos democrátic­os de toma de decisiones, a la reciprocid­ad derechos-deberes, a las relaciones entre fe cristiana e ideologías y utopías políticas, o cuestiones como la separación Iglesia-Estado y la autonomía de la política. Sin lugar a dudas, el magisterio de la Iglesia ha contribuid­o al fortalecim­iento del sistema político democrátic­o.

Sin embargo, no sé qué razones han hecho que entrado el siglo XXI la democracia haya ido perdiendo en nuestras comunidade­s el afecto que hizo posible su consolidac­ión tras la Segunda Guerra Mundial. Ya sea por el renacer de un pensamient­o reaccionar­io que ve en la política el instrument­o de realizació­n de su particular concepción del cristianis­mo, ya sea por la proliferac­ión de corrientes que en nombre de la justicia social dicen defender el ideal de una democracia popular, ya sea por la indiferenc­ia o la falta de formación, no parece que el credo democrátic­o goce de muy buena salud.

Ya va siendo hora de tomarse este asunto en serio. No porque la democracia deba realizar el ideal de vida cristiano, sino porque un compromiso político auténtico (¿no se espera eso de un ciudadano cristiano?), solo puede estar unido a una auténtica democracia. Y no lo digo yo, lo escribió san Juan Pablo II.

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