La frustración crece en Tierra Santa
La primera primera peregrinación virtual de obispos a los santos lugares ha constatado las consecuencias de la pandemia
Gaza puede ser uno de los últimos lugares del mundo a los que llegó el coronavirus. El férreo bloqueo de Israel y las medidas preventivas establecidas por Palestina lo evitaron hasta agosto. Pero, una vez entró, hizo los mismos estragos que en otros tantos lugares, con 48.000 casos, 484 muertes, y la sobrecarga del sistema sanitario. Según datos del Ministerio de Sanidad palestino, en los hospitales de este enclave costero faltan el 44 % de las medicinas básicas y el 30 % de otros suministros médicos. «Durante diciembre, dejaron de hacerse pruebas de COVID-19 por la falta de varitas» para tomar las muestras, explica Bassam Nasser, responsable de la oficina en Gaza de Catholic Relief Services (equivalente de Cáritas en Estados Unidos).
Desde el primer momento, esta entidad trabaja duro para intentar paliar la situación. Ha contratado a enfermeras y auxiliares para reforzar al personal de tres hospitales de entidades caritativas, y ha dotado de equipos de protección y material a cinco. «Y estamos trabajando con el Hospital Episcopaliano de Gaza para establecer el primer laboratorio para pruebas de COVID-19 en un centro médico» de este tipo, añade Nasser.
También han redoblado sus esfuerzos para paliar el impacto económico de la pandemia. En un lugar donde antes el desempleo superaba el 50 %, el efecto de los confinamientos y toques de queda ha sido catastrófico. «El número de familias que necesita comida y otros productos básicos no para de crecer», lamenta el responsable de CRS, ya sea por el paro o por el contagio del sustentador principal. En comunicación continua con las autoridades, la entidad ha ampliado las personas a las que llega su vale electrónico. Si los beneficiarios desde 2018 hasta verano sumaron 7.400 familias, desde entonces son 3.000 las que pueden comprar con él comida, agua potable, gas y productos de higiene.
Replantear las peregrinaciones
Es una de las experiencias que han podido conocer obispos de Europa, Norteamérica y Sudáfrica en el marco de la peregrinación, por primera vez virtual, de la Coordinadora de Obispos para la Iglesia en Tierra Santa. El representante español, Joan-Enric Vives, explica que Gaza es casi una parada obligada porque «es el lugar más difícil» de la región, y es necesario «llevar apoyo a esta pequeña comunidad cristiana», de un millar de personas entre dos millones.
El obispo de Urgel es veterano en estos viajes y ya fue testigo en 2002, tras la Segunda Intifada, del triste aspecto de Jerusalén sin peregrinos. Por ello no le cuesta entender la «frustración» que les han transmitido sus interlocutores. «No se destruye la esperanza», pero el «cansancio» hace que aumente el «riesgo de emigración». El impacto económico del cese de las peregrinaciones ha venido a sumarse, explica, a la situación política: la «creciente judaización del Estado» de Israel, su presión sobre la zona oriental de Jerusalén y la «ampliación de los asentamientos de colonos», que «hace cada vez más inviable un Estado palestino». Como posibles salidas, cita la perspectiva de que con Joe Biden en el Gobierno Estados Unidos «tenga más en cuenta» al pueblo palestino. Y que el liderazgo palestino rejuvenezca en las elecciones de primavera, si llegan a celebrarse.
En su cita anual, que concluye este jueves, los miembros de la coordinadora también han ido constatando el «gran reto que será replantear las peregrinaciones después de la pandemia», animando a las comunidades a viajar cuando previsiblemente «será más complicado». Para preparar ese momento, y mientras llega, el obispo de Urgel cree necesario apostar por otras formas de cercanía que se han planteado en el pasado, pero no han llegado a hacerse realidad, como «el hermanamiento entre parroquias, comunidades o escuelas».
Vives propone otras formas de cercanía como «el hermanamiento entre parroquias o escuelas»