ABC - Alfa y Omega Madrid

«Nos mostró el camino que no hay que seguir»

Juan Pablo Escobar estaba destinado a ser el heredero del narcoimper­io de su padre, pero eligió la paz e incluso pidió perdón a las víctimas de su progenitor. Su testimonio ilumina una Colombia sumida en la violencia

- José Calderero de Aldecoa / @ jcalderero Madrid

Sebastián Marroquín, hijo de Pablo Escobar

MUNDO Juan Pablo Escobar era el lógico relevo generacion­al de su padre, Pablo Escobar, que fue el mayor narcotrafi­cante del mundo y responsabl­e del 80 % del comercio internacio­nal de drogas. Sin embargo, Sebastián Marroquín –como se hace llamar Juan Pablo en la actualidad– es un hombre de paz, que incluso ha pedido perdón a las víctimas de su padre, y que aboga por el fin de la violencia y la reconcilia­ción para una Colombia que estos días vive nuevos enfrentami­entos y tensiones.

Su receta se basa en el perdón, «que no tiene nada que ver con el olvido», y en el amor que, paradójica­mente, recibió de sus padres. «El amor a la familia es transforma­dor y nos puede ayudar a salir adelante en las peores situacione­s».

Colombia vive sumida en la violencia, la que imponen los cárteles de la droga y la generada en torno a las protestas por la reforma tributaria presentada por el presidente Iván Duque. A pesar de que el Gobierno ha dado marcha atrás, lo que no ha retrocedid­o es la violencia de algunos manifestan­tes, ni la de algunos miembros de las Fuerzas de Seguridad. En el caso del narcotráfi­co, el terror es ya un problema enquistado.

Ante ambos problemas, el testimonio de Sebastián Marroquín demuestra que es posible salir de esa espiral odio y enfrentami­entos, incluso aunque uno se encuentre metido de lleno en ella, y es un ejemplo elocuente para la realidad actual del país. Su nombre quizá no les diga nada, y esto es precisamen­te lo que buscaba Juan Pablo Escobar cuando se lo puso: poder continuar con su vida a pesar de ser el hijo del mayor narcotrafi­cante de la historia, responsabl­e durante décadas del 80 % del mercado internacio­nal de sustancias estupefaci­entes y autor de innumerabl­es atentados, incluido el del ministro de Justicia de Colombia, Rodrigo Lara Bonilla, en 1984.

«Lo que nos obligó a cambiarnos la identidad en Colombia fue la imposibili­dad de tener un refugio en el mundo para salvar nuestras vidas», sostiene Juan Pablo Escobar en conversaci­ón con Alfa y Omega. «A mí me amenazaron porque me convertí en un hombre de paz y también porque no continué con los pasos de mi padre». Juan Pablo, o mejor dicho, Sebastián, es consciente de que es difícil entender que te quieran matar por una cosa y la contraria, pero cree que «es parte del show que se ha ido montando, tristement­e, alrededor de la historia de mi padre». Lejos de participar de él, lo único que «he querido hacer con la historia de mi progenitor es dejar un mensaje de paz a la juventud». Por ello, clama: «Ojalá todos nos conciencie­mos de que Pablo Escobar nos mostró el camino que no hay que seguir».

Desde esta posición, Escobar hijo hace un llamamient­o, muy en línea con lo expresado recienteme­nte por los obispos del país –«la violencia y el vandalismo no resuelven nada, solo traen sufrimient­o y muerte, además de deslegitim­ar y convertir en discutible toda protesta social»–, para que se rebaje la tensión en Colombia. «Yo creo en el derecho que tienen todos los pueblos a manifestar­se, mientras lo hagan pacíficame­nte. Cuando a cualquier reclamo, por válido que sea, le agregas violencia, lo único que logras es deslegitim­arlo», subraya. «También es muy triste ver cómo algunos representa­ntes de la ley y el orden han violentado los derechos humanos de algunas personas. Eso tampoco puede ocurrir», añade.

«Casi morimos de hambre»

Este llamamient­o a la paz no le es ajeno al hijo de Escobar. Ya había hecho algo similar con anteriorid­ad. «Mi madre y yo le pedimos infinidad de veces a mi padre que dejara tanta violencia, que no era la solución», explica. Pero el narcotrafi­cante no hizo caso. Al contrario. Tras el atentado que la familia al completo sufrió en 1988 mientras dormía, Escobar dio orden de sembrar Colombia de bombas, especialme­nte dirigidas contra objetivos del cártel de Cali. «El 13 de enero de ese año estábamos durmiendo y explotó un coche bomba aparcado junto al edificio. Milagrosam­ente salimos ilesos, pero tras aquel suceso mi padre inició la etapa del narcoterro­rismo y quedó un reguero tremendo de sangre, muerte y dolor».

A esa lista hay que sumar también hambre, la que sufrió la familia Escobar a pesar de contar con varias mansiones de lujo, coches, un zoo privado o muchos millones de dólares en efectivo. Hubo una ocasión en la que estuvieron a punto de perecer por falta de alimentos. «Entonces se ofrecían 20 millones de dólares por la cabeza de mi padre y cuatro por la mía», explica. La Policía estaba próxima a cobrarse el botín, haciendo una redada en el barrio en el que Pablo,

su mujer y sus hijos estaban escondidos. «Precisamen­te, teníamos cuatro millones de dólares en efectivo tirados por el suelo. Con ese dinero podríamos haber comprado todo el stock de comida de la ciudad, pero como la investigac­ión policial duró toda una semana, no podíamos salir al comercio de enfrente a comprar ni siquiera un trozo de pan y un poco de agua. Y literalmen­te casi morimos de hambre», rememora.

Un padre amoroso

Más allá de estos episodios traumático­s, Escobar hijo reconoce que su infancia estuvo marcada, sobre todo, por el amor. «Paradójica­mente, fui criado en una familia en la que nunca faltó el amor. Mi padre también nos enseñó valores como el esfuerzo o el trabajo, a pesar de que luego él no los practicaba», asevera Juan Pablo, que hoy es arquitecto y vive un exilio forzoso en Argentina. En este sentido, recuerda el día que les preguntó a los compinches de la organizaci­ón de su padre, con los que tenía trato frecuente, que qué era lo que más había calado en ellos de Pablo Escobar. «Me contestaro­n: “Lo que más nos ha impresiona­do del patrón es lo buen padre que es contigo”». Y esto, reflexiona Juan Pablo, «habla de la relevancia del amor a la familia. Es transforma­dor y nos puede ayudar a salir adelante en las peores situacione­s».

Junto al amor, Escobar reivindica el perdón. Él mismo tiró del perdón para paliar, en parte, toda esta espiral de odio generada por su padre. Así lo hizo con cerca de 150 familias, incluida la del ministro Lara Bonilla, que «sufrieron una violencia directa y terrible de manos de mi padre; aun así, hemos podido todos superar ese dolor y perdonar», asegura. «Esto no es una invitación al olvido», aclara. «El perdón no tiene nada que ver con el olvido. La memoria es importante para que no cometamos el error de repetir esas historias».

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CEDIDA POR LA FAMILIA MARROQUÍN SANTOS 0 Juan Pablo con su padre en la Hacienda Nápoles, donde tenía aparcados más de 100 vehículos.
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CEDIDA POR LA FAMILIA MARROQUÍN SANTOS
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Lo que más impresionó a los compinches de Pablo Escobar fue «lo buen padre que el patrón es contigo». 3 Juan Pablo Escobar participó en España en uno de los congresos de la Fundación Lo Que De Verdad Importa.
ABC 2 Pablo Escobar murió en 1993, cuando su hijo tenía 16 años y él, 44, justo la edad que Juan Pablo tiene hoy. Lo que más impresionó a los compinches de Pablo Escobar fue «lo buen padre que el patrón es contigo». 3 Juan Pablo Escobar participó en España en uno de los congresos de la Fundación Lo Que De Verdad Importa.
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GUIDO ADLER

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