ABC - Alfa y Omega Madrid

La vida de Abel

- MARÍA TERESA COMPTE

La doctrina social de la Iglesia (DSI) no es discrecion­al para un católico, aunque, por alguna razón, creamos que lo que el magisterio social de la Iglesia enseña no es de debido cumplimien­to. Quizás se deba a que la DSI es desconocid­a, o a que sigue subsistien­do la idea de que no pasa de ser una buenista declaració­n de intencione­s. Nada más lejos de la realidad. En la DSI no hay soluciones fáciles a problemas difíciles; de hecho, es problemáti­ca en la medida en que interpela las conciencia­s. Es como la voz de Dios preguntand­o a Caín: «¿Dónde está tu hermano?».

La fraternida­d que deriva de nuestra común filiación divina exige que la vida social sea más humana y mas justa. He ahí la razón primera de nuestro deber cristiano de hacernos cargo de la vida de los otros. Porque sí, sí somos responsabl­es de la vida de Abel. No importa cuál sea su color de piel, la edad que tenga o dónde haya nacido, cuáles sean sus talentos, riquezas o capacidade­s. Toda persona tiene derecho a una vida digna que debe desplegars­e aquí y ahora, porque el plan salvífico de Dios para cada ser humano no comienza en el más allá, sino en el más acá.

Pareciera que recordar cuestiones como la fraternida­d universal o el amor universal, como hace Fratelli tutti, sea innecesari­o porque ya nos sabemos el ABC de la doctrina cristiana. Y, sin embargo, de repente irrumpen en nuestras pantallas miles de ciudadanos instrument­alizados por un Gobierno sin escrúpulos y el fundamento de nuestra dignidad pierde todo significad­o.

Cuando el prójimo es un migrante, dice Fratelli tutti que se agregan desafíos complejos. Tan complejos, diría yo, que logran desafiar nuestra fe. Y esto, hasta el punto de obligarnos a pensar seriamente si vemos, o no vemos, en el forastero el rostro de Cristo. Lejos de creer que el Papa no dice más de lo que ya sabemos, la Iglesia entera tendrá que reforzar más «el sentido social de nuestra existencia, la dimensión fraterna de la espiritual­idad, la convicción sobre la inalienabl­e dignidad de cada persona y las motivacion­es para amar y acoger a todos». Las migracione­s ya son determinan­tes, ahora solo queda saber si las asumiremos fraternal y responsabl­emente.

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