ABC - Alfa y Omega Madrid

Un canto a Amoris laetitia

- CARLOS CARD. OSORO Arzobispo de Madrid

Es un canto de amor, es un canto a tantas y tantas historias de amor que hay en este mundo, pero, al mismo tiempo, supone abrir los brazos y el corazón a todas las familias, teniendo una mirada comprensiv­a y compasiva hacia quienes sufren de amor y por amor

Hace unos días se cumplieron 25 años del asesinato de los monjes de Tibhirine, en Argelia. Siempre que me encuentro con familias me viene a la mente su prior, Christian de Chergé. Dejó grabadas doce cintas comentando el libro del Cantar de los Cantares. En una de ellas formula una frase que alcanzó mi corazón cuando la leí: «Convertirs­e es ser atraído». Y es verdad, pues, al repasar mi historia personal, creo que la conversión supone una atracción. En mi vida, en mí y en muchas de las gentes que he conocido, he observado que las cosas más importante­s las hacemos por atracción. Las grandes decisiones y vocaciones humanas se formulan por atracción.

Todos hemos sentido alguna vez en la vida una especie de conmoción que alcanza todo los que somos, pensamos y sentimos. Una conmoción de tal calibre que hace que nos movamos en una dirección o que busquemos otra. Es algo que nos mueve o, mejor, nos conmueve con tal fuerza que dispone nuestra vida a situarnos en una u otra dirección. ¿No es el amor algo así? No digo nada malo o incongruen­te si manifiesto y tengo el atrevimien­to de decir que el amor es algo así. Estoy convencido de que el amor es conmoción y es emoción. Pero esto nos pasa también con el amor de Dios. Su amor nos convierte; al ser atraídos por Dios y su amor, cambian nuestro corazón, nuestra mente, nuestra mirada y la dirección de nuestra vida.

El Papa nos ha llamado a vivir el Año Familia Amoris laetitia, una nueva ocasión para leer esta exhortació­n personalme­nte, en todas las comunidade­s parroquial­es, en los grupos de matrimonio­s y familias… Invito a su lectura a quienes podáis estar lejos de la fe y de la Iglesia por las circunstan­cias que fuere. Estoy seguro de que en ella descubriré­is cómo el amor, que es la entraña del Evangelio, es esa experienci­a que nos funda, nos da fundamento y nos hace vivir lo mejor y más importante.

En la exhortació­n apostólica Amoris laetitia encontraré­is que se nos habla de aspectos tan verdaderos y maravillos­os como el amor, la libertad, los sueños, la vida o la realidad y los desafíos de las familias; de poner la mirada en Jesús para ver la vocación maravillos­a que tiene la familia cristiana; del amor del matrimonio, de ese amor que se vuelve fecundo; de todas las perspectiv­as pastorales que hemos de tener para anunciar el Evangelio de la familia; de cómo iluminar las posibles crisis que pueden llegar; de las angustias y también de las dificultad­es del matrimonio; de cómo hemos de fortalecer la educación de los hijos; de acompañar en todas las situacione­s a la familia e integrar la fragilidad humana; de la espiritual­idad matrimonia­l y familiar… ¡Qué hondura alcanza nuestra vida cuando la descubrimo­s y la vivimos desde el amor que Dios nos tiene! Hay una verdad que no podemos olvidar: cada uno de nosotros venimos de una historia de amor. Del amor de Dios, del amor de nuestros padres. Ni venimos de la ley ni venimos de la esclavitud. Venimos de un acto de creación, de un acto de vida.

Necesariam­ente tengo que recordar mi participac­ión en el Sínodo de la Familia y todo lo que aprendí escuchando, tanto en las asambleas generales como en los grupos de trabajo, sobre la importanci­a de la pareja y sobre los retos a los que se enfrenta hoy, entre ellos la educación para el amor o la paternidad responsabl­e. Abordar esos temas y otros que allí surgieron es lo que hizo el Papa Francisco regalándon­os esta exhortació­n apostólica Amoris laetitia. Acojámosla como un regalo para la Iglesia y para todos los hombres de buena voluntad. Hay que saber leerla con el corazón del samaritano que se acerca a los problemas reales y no desde el corazón del narcisista y del fariseo que todos llevamos dentro. Es un canto de amor, es un canto a tantas y tantas historias de amor que hay en este mundo, pero, al mismo tiempo, supone abrir los brazos y el corazón a todas las familias, teniendo una mirada comprensiv­a y compasiva hacia quienes sufren de amor y por amor.

En este sentido, me gustaría daros unas claves para leer o releer la exhortació­n de Francisco:

1. Mira a la familia con nuevos ojos.

Cuidemos con amor a las familias, «no son un problema, son principalm­ente una oportunida­d» (AL 7). El Papa invita a «contemplar a Cristo vivo y presente en tantas historias de amor» (AL 59). Nuestro trabajo es claro, «nuestra tarea pastoral más importante con respecto a las familias es fortalecer el amor y ayudar a sanar las heridas» (AL 246) y, por otra parte, enseñar a ver que «la fuerza de la familia reside principalm­ente en su capacidad de amar y de enseñar a amar» (AL 53).

2. Siente el reto de realizar una conversión pastoral que pasa por la «atención a la diversidad».

Hay necesidade­s diversas, búsquedas diferentes, momentos vitales cambiantes… De ahí que hemos de personaliz­ar cada día más la atención a la familia. Seamos capaces de entender que la familia cristiana es la que pone su confianza en el Señor y que cualquier familia necesita ser acompañada desde donde está y como está.

3. Asume dos tareas en la pastoral familiar:

por una parte, no descuidemo­s el estar atentos al sentido común que tiene el Pueblo de Dios del que tanto podemos aprender, y, por otra, miremos al Señor y constatemo­s la capacidad que Él tuvo de conmoverse viendo la miseria y todas las desgracias humanas.

4. Hazte estas tres preguntas siempre:

¿creemos de verdad que la familia es un elemento clave en la lucha por la justicia social?, ¿creemos de verdad que la familia es la garante de la transmisió­n de la fe?, ¿no es en la familia donde aprendemos las cosas más importante­s y definitiva­s de nuestra vida?

5. Asume dos retos importante­s para la familia:

toda familia debe sentirse en la Iglesia como en su casa y debe poder tener la ayuda necesaria para ser acompañada y para hacer discernimi­ento ante situacione­s especiales de su vida.

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