«La subsidiariedad depende de nuestras decisiones diarias»
Después de más de un año de crisis, «el sistema político y el Estado no han respondido a las expectativas». Esto ha alimentado a los movimientos populistas, y ha llevado a muchos países a una especie de «posdemocracia», advierte Ludovic Trolle, presidente del Instituto ético y político Montalembert. Esta institución francesa intenta hacer de puente entre expertos y responsables políticos para promover el bien común desde la doctrina social de la Iglesia. Algo más necesario que nunca, pues las ideologías han reducido «la acción política actual a la lucha por el poder». Su apuesta es una sociedad subsidiaria, en la que la iniciativa privada gane peso frente al Estado.
Afirma que, por la gestión de la pandemia, «la desconfianza de los franceses hacia las instituciones nunca ha sido mayor». ¿Es algo generalizado?
—Ante el desorden general, en Europa la ideología dominante ha utilizado el estado de emergencia sanitaria para consolidar, a través del miedo, un poder cada vez mayor y más concentrado. Por eso creemos que la democracia está en peligro. La crisis sanitaria y su gestión nos han dejado una certeza: el mundo de después tendrá que basarse en un sistema político totalmente reformado.
Un sistema subsidiario. ¿Se puede construir en una sociedad polarizada entre estatismo e individualismo?
—La sociedad subsidiaria es una revolución cultural por la cual las personas deciden no recurrir sistemáticamente a las autoridades para resolver sus problemas, sino que se sienten libres y capaces de actuar para acudir en ayuda de quienes les rodean. El éxito dependerá de las decisiones diarias de millones de personas: de que entreguen su tiempo y hasta su dinero por causas que les conciernen.
También es necesario redefinir en profundidad el papel de un Estado moderno, que sepa aportar lo que los órganos intermedios no pueden. En educación, innovación social y salud se pueden lograr resultados dejando que la sociedad civil tome la iniciativa.
¿Cómo promueven esto desde su instituto?
—Proponemos que tras las elecciones de 2022 se convoquen unos Estados Generales del Bien Común e invitar a los responsables de las instituciones a escuchar a los sectores profesionales, a las asociaciones, a los empresarios y a funcionarios locales que tratan con los actores sobre el terreno. Y también a proponer métodos para apoyar más a las iniciativas que avancen en la dirección del bien común, y así ajustar mejor la intervención pública.
¿Cómo habría gestionado la pandemia una sociedad subsidiaria?
—Si nos hubiéramos tomado en serio el peligro, especialmente con una vigilancia específica, se habría pagado un precio mucho más bajo. En Francia, esta vigilancia existía desde 2006 dentro de una organización de la sociedad civil, pero se detuvo en 2010. Teníamos los medios: dinero ilimitado proporcionado por los bancos centrales y los estados. Solo era necesario usarlo bien, para prevención y tratamiento, no de manera ciega y a veces ilógica. Por ejemplo, se mantienen artificialmente con vida empresas moribundas que se deberían intentar reconvertir.
Piden «programas de reorientación» de la economía para salir de la crisis. ¿No es contrario a la subsidiariedad?
—No se trata aquí de defender el principio de subsidiariedad sino su corolario, el de soberanía. El Estado tiene un rol de estratega que debe anticipar mejor los riesgos. Ahora es necesario reorientar los sectores afectados de forma más duradera por la crisis hacia los que serán más necesarios en el futuro, y eso se puede lograr remunerando a los empleados no por no trabajar, sino por capacitarse; lanzando proyectos industriales, o reubicando la producción en sectores que hemos pasado por alto como sanidad, educación, energía limpia, alimentación, agua, reciclaje, cultura, seguridad, y muchos otros.
Entrevista ampliada en alfayomega.es