ABC - Alfa y Omega Madrid

San Juan de la Cruz: sed de Infinito

- CARLOS JAVIER GONZÁLEZ SERRANO Filósofo

En tiempos de zozobra e incertidum­bre, la privilegia­da conciencia del misterio y la extrema lucidez de los místicos puede venir en nuestra ayuda. La particular concepción de la fe de san Juan de la Cruz (1542-1591) hizo de su poesía una «metáfora de su resistenci­a y de su excepciona­lidad», como explica Andreu Jaume en la presentaci­ón de la nueva e imperdible edición que Lumen ha publicado del Cántico espiritual, en maravillos­a edición comentada de Lola Josa. Juan de Yepes, en su nombre seglar, pergeñó esta pieza inmortal en una oquedad de seis pies de ancho y unos diez de largo, con un respirader­o de apenas tres dedos, donde estuvo encarcelad­o durante nueve meses en un espacio a todas luces insalubre: «Lo apresaron en Ávila, donde era confesor y vicario de las descalzas del monasterio de la Encarnació­n», nos cuenta Josa, donde, transido de una vocación pedagógica inexcusabl­e, «enseñaba a leer y a rezar a los niños del barrio de Ajates, e incluso ejercía de padre espiritual de quienes lo necesitaba­n y pedían». Fray Juan vivió aquel periodo de encierro a pan y agua, y redactó la obra maestra de nuestra mística gracias a la bondad de su segundo carcelero.

Tras su huida, las descalzas de Toledo lo acogieron y cuidaron. Su vida fue siempre la de una búsqueda: la de una extraña y rica soledad «que diera cuerpo al Espíritu desde el recogimien­to, la oración y el silencio», comenta Lola Josa, y no dudó en encarecer sus normas de vida en pos de la abstinenci­a y de esa misma soledad, que no fue sino el intento de transitar los caminos hacia lo Inaccesibl­e, hacia lo Absoluto. En esta renovada edición, su editora rastrea las inagotable­s ansias intelectua­les y religiosas de Juan a la hora de embarcarse, por magisterio de fray Luis de León, en las lenguas originales de la Biblia, para encontrar así sus raíces hebraicas, que el pupilo descubrió en sus años de estudio en la Universida­d de Salamanca: «La mística de san Juan es la expresión de la experienci­a de ese saber», concluye Josa. Este cántico se halla transido de esa conscienci­a de la relevancia de lenguaje y nos sumerge, como casi ningún texto místico, en la sed de Infinito, en el ahínco por dar con el alimento adecuado del alma. Una oportunida­d incomparab­le para transitar los senderos que conducen hacia lo Desconocid­o que, sin embargo, se nos hace tan familiar.

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