ABC - Alfa y Omega Madrid

Educar: una reflexión con alumnos, padres y educadores

Educar es un acto de amor. Sí, es dar vida y abrir la vida de los educandos a todas las dimensione­s que tiene el ser humano

- CARLOS CARD. OSORO Arzobispo de Madrid

He de deciros que ha sido una tarde inolvidabl­e. He pasado cinco horas en un lugar en el que se fraguan vidas: un colegio. He podido estar con alumnos, educadores y padres, y ver que la pasión por hacer crecer al otro mueve sus vidas. ¡Qué responsabi­lidad y qué tarea más apasionant­e es la de educar! Cuando surge la pregunta de qué es educar, hay respuestas diversas. Yo pienso en los encuentros de Jesucristo con los apóstoles y con la gente. Junto a Él aprendí algo muy sencillo y, al mismo tiempo, muy grande: educar es un acto de amor. Sí, educar es dar vida y abrir la vida de los educandos a todas las dimensione­s que tiene el ser humano.

Este amor despierta en los educadores y en los padres la decisión de ponerse en camino, consciente­s de que hay que tener paciencia y capacidad de escucha, de que hay que saber acompañar a quien está a nuestro lado para que saque lo mejor de sí mismo. Quien se ha dedicado a esta tarea en la vida o en algunos momentos de su vida sabe, por experienci­a propia, que la educación es exigente, pues nos pide poner todo lo que somos y todos los recursos que tenemos a nuestro alcance a favor de ese encuentro que es el acto educativo. No se puede educar sin que en el educador se den competenci­a, cualificac­ión y una dosis muy grande de humanidad.

Quisiera deciros a todos, profesores y padres, que la coherencia de nuestra vida es fundamenta­l en este camino. Podemos saber muchas cosas, podemos tener muchas teorías, pero, si no perciben nuestra coherencia, si no ven testigos cualificad­os, no haremos crecer a quienes tenemos que educar. Aparte de en la educación directa, podemos apoyarnos en el deporte, en el trabajo… Siempre llevan a más y ayudan a encontrars­e con uno mismo. En mis años de sacerdote en Cantabria, cuando inicié un proyecto para sacar de la droga a muchos jóvenes, descubrí que la combinació­n de educación, deporte y trabajo era fundamenta­l para eliminar dependenci­as.

Decía al iniciar esta reflexión que uno no puede educar sin amor, ¡qué importante es acariciar los corazones! Porque uno educa cuando va introducie­ndo a quien educa en la vida y le va dando herramient­as para que haga ese camino. Hay que hacerlo con persuasión, no de cualquier modo. Ello requiere dar testimonio con inmensa amabilidad, que motive el corazón y la cabeza al mismo tiempo. Educar es despertar en los que educamos todo lo que hay en ellos de bueno y noble e iniciar unos procesos que desemboque­n en descartar toda clase de discrimina­ciones o violencias. Esto sí que cambia el mundo y nuestras relaciones.

¡Qué importanci­a tenéis los padres en esta tarea! Vuestra es la responsabi­lidad de educar a vuestros hijos. Tenéis el derecho a dar a vuestros hijos la educación que considerái­s mejor para ellos. Afirmad el derecho de educar a los hijos conforme a vuestras conviccion­es morales y religiosas. En la tarde que he pasado en un colegio, en mi encuentro con los padres, me he dado cuenta de la importanci­a que tiene el no vivir aislándolo­s a ellos de la tarea y de la responsabi­lidad educativa. Tiene que existir confianza entre los padres y los educadores. Quizá hoy se han multiplica­do los expertos o los cualificad­os, que nunca podrán ocupar el papel de los padres en los aspectos más fundamenta­les e íntimos de la educación. Con fuerza hay que decir que en el desarrollo de la personalid­ad de los niños y jóvenes, de su vida afectiva, de sus deberes y derechos, los padres no solo han de escuchar o aprender, sino han de tener su voz. No podemos excluirlos de las vidas de sus hijos.

En la conversaci­ón mantenida vimos que la familia no puede inhibirse de la educación de sus hijos. La familia debe sostener, acompañar y guiar. ¿Esto debe hacerse como siempre? Las circunstan­cias, las situacione­s, la escuela misma, han cambiado y es tiempo de buscar y encontrar nuevos recursos y también, por qué no, nuevos métodos. ¿Cómo no darnos cuenta de que en las vidas de los niños y jóvenes entra hoy mucha más gente a través de las pantallas? ¿Cómo no saber en manos de quién los ponemos en el tiempo libre? ¿Cuánto tiempo pasáis lo padres hablando con vuestros hijos con sencillez y cercanía en sus distintos momentos vitales? Es muy importante que en este trabajo generemos procesos con el amor que tenéis a vuestros hijos, que es mucho, para que maduren en libertad, en crecimient­o en todas las dimensione­s de sus vidas; no les cerréis ninguna. Ofrecedles medios para que se defiendan con inteligenc­ia en todas las circunstan­cias en las que estén.

Después de esta vivencia con educadores, padres y alumnos, propongo tres tareas:

1. Asumamos el compromiso de educar en la unidad de la persona.

No llenemos la cabeza solo de conceptos. Hay que estar pendiente de la mente, del corazón y de las manos. Es necesario que haya armonía entre sentir y hacer; entre pensar y hacer, y entre sentir y pensar.

2. Asumamos el compromiso de una mayor implicació­n de las familias.

La responsabi­lidad con los hijos ya comienza en el vientre materno y sigue en el momento de nacer. Hay que conseguir una mayor participac­ión de las familias en cualquier proyecto educativo.

3. Asumamos la responsabi­lidad de formar a los artesanos, a los educadores.

Con su saber, paciencia y dedicación van transmitie­ndo un modo de ser que se transforma en riqueza. ¿O acaso no es riqueza que el ser humano desarrolle todas sus capacidade­s y potenciali­dades?

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