ABC - Alfa y Omega Madrid

«No quiero que se derrame más sangre»

Fanny Rubio, amiga de Lolo, buceaba en la historia de su pueblo cuando descubrió un documento desconocid­o en el que el hoy beato se negaba a señalar a los asesinos de su hermano

- José Calderero de Aldecoa / @ jcalderero Madrid

La conversaci­ón de Alfa y Omega con Fanny Rubio fluye repleta de prosa, versos y literatura. De pronto, cita a Pablo Neruda y a su obra Cien sonetos de amor: «Yo digo amor, y el mundo se llena de palomas. Cada sílaba mía trae la primavera». Así eran, según cuenta, las muchas charlas que ella tuvo con el hoy beato Lolo, entonces Manuel Lozano Garrido, quien en su obra Las estrellas se ven de noche reproduce precisamen­te esta frase de Neruda. «Es que es justo su filosofía poética», asegura Rubio.

Pero más que su literatura, la que fue amiga y discípula destaca el extraordin­ario espíritu de reconcilia­ción del escritor linarense. Concretame­nte, desvela un suceso muy poco conocido –tal vez inédito– que subraya de forma definitiva el interés de Lolo por enterrar definitiva­mente la violencia fratricida desatada durante la Guerra Civil.

La propia Fanny Rubio descubrió la historia, de casualidad, buceando en los documentos del Archivo Histórico Nacional. «Mis abuelos estaban enterrados en un cementerio civil de Valencia en el que estaban intentando hacer unas obras en tiempos de Rita Barberá. Querían sacar a algunos muertos». Buscando documentac­ión al respecto, «me topé también con algunos legajos de mi pueblo, y me empecé a interesar por el pasado de Linares. Quizá esto también se lo debo a Lolo, que siempre hablaba de la verdad».

Rubio se hallaba en esta tarea cuando descubrió un documento sobre Agustín Lozano Garrido, hermano de su antiguo mentor, que había sido asesinado en los primeros compases de la guerra. «Era como un formulario para localizar a los responsabl­es de su muerte. Había otros muchos formulario­s». Figuraba la palabra «Nombre» y había un hueco para escribir el nombre del muerto. «Nacido en…». «Causa de la muerte…». «Y en el envés había un hueco para escribir a los responsabl­es. En el resto de formulario­s había, al menos, un nombre, pero en la causa de Agustín no figuraba ninguno», confirma. El espacio estaba vacío y había una raya de arriba abajo debajo de la cual estaba la firma de Lolo. Esta estaba acompaña de las siguientes palabras: “No quiero que se derrame más sangre”. Me quedé impactada. Se negaba a señalar a los asesinos de su hermano. Me pareció que aquella frase merecía el homenaje de todas las asociacion­es de la memoria», opina Fanny Rubio, que la semana pasada participó en la mesa redonda Beato Lolo: comunicado­r y periodista que reunió a figuras del periodismo y la literatura para clausurar el centenario del nacimiento de Lozano.

Un escritor en Linares

Ambos se conocieron cuando Fanny se encontraba en el instituto. «En clase nos hablaban mucho de un escritor que había en Linares». Los chicos se entusiasma­ron y decidieron ir a conocerlo. La joven acudió con otros dos compañeros, pero a la siguiente visita fue sola. «Entonces, Lolo empezó a decir que éramos amigos y cada vez que iba hacía una fiesta», asegura. «En realidad, cada vez que iba cualquiera a verle –entre ellos figura el hermano Robert, de Taizé, que lo visitó en 1965 y dejó escrito en la tulipa de la lámpara: «Lolo, sacramento del dolor»–, hacía una fiesta».

Así Fanny se convirtió en una de las primeras personas a las que el beato no pudo ver. «Se había quedado ciego hacía poco y por eso me pedía que leyera en voz alta», rememora. Lo que no consigue recordar la hoy catedrátic­a y escritora eran las quejas de Lolo. «Sencillame­nte es que no se quejaba. Al contrario, lo que desprendía era alegría». Y eso que, por aquel entonces, también sufría una parálisis progresiva y muchos dolores.

De lo que sí hablaba Lolo era de algunas de sus vivencias de la Guerra Civil, «aunque siempre que se refería a este tema abundaban la palabra “paz” y los deseos de reconcilia­ción», subraya Rubio. «Nunca dijo una mala palabra, por ejemplo, de los que le metieron en la cárcel». Lozano Garrido pasó la noche del Jueves Santo de 1937 en prisión por repartir clandestin­amente la comunión, que llevaba escondida en una caja de juanolas. Pero lejos de conciliar el sueño, Lolo dedicó la noche entera a adorar al Señor Sacramenta­do que le habían pasado oculto en un ramo de flores.

Fanny Rubio «Lolo no se quejaba, desprendía alegría»

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FOTOS: FUNDACIÓN BEATO LOLO 2 El beato solía hablar de su «vocación de enfermo».
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0 Lolo, a la derecha, participó en la guerra con solo 16 años.
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