ABC - Alfa y Omega Madrid

«De mi fe me viene estar al servicio de España»

- José Calderero de Aldecoa / @ jcalderero Madrid

Jaime Rocha le debía una explicació­n a su familia. Su mujer y sus cinco hijos ya estaban acostumbra­dos a sus largas ausencias después de que, en 1965, se graduara como oficial de la Armada. «Estuve 14 años navegando. Me pasaba temporadas largas, de seis meses, por la zona de Estados Unidos o por el Atlántico Norte». Pero a partir de 1979, a los largos periodos de ausencia se sumó el silencio. O más bien, la discreción. «Unos compañeros del Ejército me citaron en el hotel Atlántico», el mismo curiosamen­te en el que Jaime y Carmen habían celebrado su boda unos años antes, «y me ofrecieron la posibilida­d de entrar en el recién creado CESID –actual CNI–». Rocha aceptó y se convirtió en espía. A partir de entonces, se sucedieron las tapaderas, los viajes y las dobles identidade­s.

En 2014 «ya habían pasados los suficiente­s años de todo aquello como para poder contar determinad­as cosas» y Jaime comenzó a pasar sus recuerdos a papel. «Quería dejar a mi familia un testimonio escrito de las cosas que hacía cuando yo me iba», porque «ellos no sabían ni dónde estaba ni cuándo iba a volver…», confiesa en conversaci­ón con Alfa y Omega. En este sentido, el exespía destaca principalm­ente la actitud de su mujer. «Hay que darle un mérito tremendo. Siempre ha tenido una fe ciega en mí. Cuando yo me iba sin decirle nada por cuestiones laborales, nunca me hizo preguntas ni me puso en una situación comprometi­da».

Pero Jaime tenía mujer y cinco hijos en la vida real, y no en las distintas identidade­s que se fabricaba. «La arquitectu­ra de los personajes siempre era muy simple para no levantar sospechas, y porque no quería que nadie tuviera ningún dato del que pudieran tirar e identifica­r a mi familia». El objetivo era «proteger a Carmen y a los niños», así que Rocha se quitaba el anillo y «cualquier otro recuerdo familiar».

Junto a la familia, la fe es otra de la realidades presentes en la vida de este espía nacido en 1945. Y del mismo modo que se tenía que quitar el anillo por su seguridad y la de su familia, «también me quitaba la cruz que llevaba colgada al cuello», detalla. «Eran países y situacione­s en las que no podías hacer nada que tuviera que ver con tu creencia». De todas formas, lo que nunca faltó fue ese diálogo interior con el Señor: «Yo siempre he hablado mucho con Dios».

Rocha fue «educado en el catolicism­o». «Estuve en colegios religiosos, maristas y marianista­s, en Valencia y Cádiz respectiva­mente, y esta siempre ha influido en todas mis decisiones», reconoce. Incluida la de ingresar en el CESID, porque «de mi fe me viene ese amor por los demás, el estar a su servicio, que en este caso era la defensa de mis compatriot­as», explica. «Siempre me acompañó la idea de tratar de evitar a los españoles los males que pudieran venir de una agresión exterior».

Objetivo: entrar en Trípoli

Un amor a los demás vivido a expensas de su propia seguridad, como ocurrió en uno de los episodios más destacados de su carrera. Tras el atentado del 5 de abril de 1986 en la discoteca La Belle, de Berlín, frecuentad­a por militares americanos, el presidente de Estados Unidos «ordenó bombardear numerosos objetivos en las ciudades libias de Trípoli y Bengasi», desde el aeropuerto hasta distintas bases aéreas y, por supuesto, campos de entrenamie­ntos terrorista­s. Después de aquella operación, bautizada como esta biografía novelada, Operación El Dorado Canyon – de la que se han venido ya cerca de 3.500 ejemplares en tres ediciones–, «la CIA le pidió al CESID que mandaran a alguien a Trípoli a comprobar los efectos de los bombardeos, a fotografia­r la artillería antiaérea y a tratar de localizar a Gadafi», rememora Rocha, que «en aquel momento dirigía las redes clandestin­as que teníamos en el Magreb, desde Libia hasta Mauritania».

El general Manglano –entonces director del CESID–, sin embargo, no envió a Jaime, sino a un compañero infiltrado dentro de los periodista­s que querían aterrizar en Libia para contar lo sucedido. «Me dijo que a mí me podrían reconocer porque había viajado mucho al país y que sería peligroso». Pero a la prensa no la dejaron desembarca­r y tuvieron que emprender el viaje de vuelta. En la segunda reunión, Manglano no tuvo más remedio que mandar a Rocha, que era quien mejor conocía la zona. El espía logró entrar en el país «disfrazado de ingeniero de una empresa española». Entonces, pudo fotografia­r los distintos objetivos y volver sano y salvo.

Jaime Rocha colaboró con la CIA para localizar a Gadafi en Libia. El espía lo cuenta 30 años después

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CEDIDAS POR JAIME ROCHA Rocha en Casablanca en 1986. Dirigía las redes clandestin­as en el Magreb.
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El exespía es miembro de la Asociación Católica de Propagandi­stas.
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252 páginas, 15,90 €
Operación El Dorado Canyon Jaime Rocha Doble Identidad, 2020 252 páginas, 15,90 €

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