40 años junto a los matrimonios que se plantean el divorcio
José Mazuelos reivindica el papel de la familia en un momento de «cambio antropológico y cultural»
El 22 de junio se cumplieron cuatro décadas de la entrada en vigor de la ley del divorcio. La Iglesia ayuda a muchos matrimonios a afrontar crisis poniendo sobre la mesa «las cosas que los unen», en palabras del jesuita Pablo Guerrero, y también acompaña a quienes se han separado. Apostar por la familia, detalla el obispo José Mazuelos, es clave en esta época de individualismo y materialismo.
Que la familia vive una crisis es una realidad. Así lo corroboran datos como el descenso del número de matrimonios civiles y religiosos, la baja tasa de natalidad y el consecuente crecimiento negativo de la población. En 2020 hubo 153.000 muertes más que nacimientos. A todo ello habría que añadir las rupturas o el abandono de los mayores. De esta realidad no escapa la familia cristiana. Basta acercarse a la última memoria de la Iglesia para comprobar un acusado descenso de los matrimonios, así como de los bautismos, las primeras comuniones y las confirmaciones.
José Mazuelos, presidente de la Subcomisión para la Familia y la Defensa de la Vida de la Conferencia Episcopal Española (CEE), es consciente de ello. La clave de esta situación, según afirma en conversación con Alfa y Omega, tiene sus raíces en el «cambio antropológico y cultural que vivimos» y que se basa «en un individualismo radical y materialista que es incompatible con la familia». También refiere el emotivismo, pues la persona de hoy «se mueve exclusivamente por los deseos». «Por eso, el contexto es difícil para que pueda crecer la familia, y no solo la familia cristiana, sino la humana», añade el también obispo de Canarias, que va a realizar un análisis sobre la situación de la institución familiar en las Jornadas de Agentes de Pastoral de Familia y Vida que organiza este fin de semana la CEE.
Todo este cambio se está intentando «imponer», continúa Mazuelos, a través de legislaciones que «relativizan el misterio de la vida y promueven la autocreación» y buscan «individuos materialistas del deseo que son fácilmente manipulables porque están desarraigados totalmente». Y como la familia «crea raíces únicas», se la ataca. Esto explica que no se fomente ni se apoye a la familia y la natalidad o se deje de lado a los mayores. «Es darwinismo social. Nos
interesan los fuertes, los que generan ingresos y consumen», subraya.
En esta situación también tiene parte de responsabilidad la propia Iglesia, pues todo este nuevo ambiente cultural y antropológico «nos ha sorprendido y pillado a traspiés». Y añade: «Hemos dado por supuesto que todo el mundo vivía una cristiandad». En cualquier caso, cree que la familia cristiana sigue siendo «buena noticia» y que tiene mucho que aportar a la sociedad. En concreto, apunta, «va a ser un gran antídoto y una alegría y esperanza para tanta gente cansada de haber mordido ese cambio antropológico. En ella encontrarán un lugar adecuado para poder desarrollar la esperanza y salir de la cárcel del individualismo».
Es consciente, asimismo, de que hoy no resulta atractiva, pero recuerda que los primeros cristianos también vivieron en un clima adverso y, pese a ello, «deseaban vivir el amor para siempre, la atención a los débiles...». Así, cree que puede «volver a enamorar» a la sociedad actual como lo hizo con el Imperio romano. «Hoy, la gran revolución es la familia cristiana», sentencia. —Pero... ¿en qué puede ayudar al hombre de nuestros días?
—Hace frente al individualismo, pues en ella se habla del nosotros. La sociedad quiere crear familias de uniones del yo, pero sin el nosotros. Y la clave de la familia cristiana es poder salir de ese yo para encontrarme con el tú y que aparezca el nosotros. La familia cristiana, el matrimonio cristiano, es una bendición. Es decirle al mundo que es posible el amor, la entrega, la generosidad, el nosotros. Tenemos que ser testigos de esto y, por eso, es importante que las familias cristianas entren de lleno en la misión de la Iglesia.
Una de las asignaturas «muy pendientes», destaca el prelado, es la transmisión de la fe a los hijos. «Como teníamos una sociedad cristiana, nos despreocupábamos, pues la fe se transmitía por ósmosis. Ya no. Los padres tendrán que unirse, ser creativos y generar vías para comunicar la fe en comunión con las parroquias. Es un reto que ya se empieza a movilizar con tantos programas de educación afectivo-sexual, escuelas de padres...», señala. Una postura que supone ir a contracorriente en estos momentos y que va a requerir que se potencie, añade, «la fuerza de la comunidad, la sinodalidad, la comunión, el compartir y sentirnos pueblo».
Aunque le preocupan todas las leyes que de algún modo «atacan» a la familia –aborto, eutanasia, ideología de género...–, manifiesta que no deben asustarnos. «La Iglesia ha vivido durante siglos con otras aberraciones, como la esclavitud, y brilló con fuerza. De parte de la verdad, de la vida y del amor está Dios. Lo importante es que aparezcan familias cristianas con esperanza, ganas de trabajar, de transmitir la fe, de luchar por el nosotros, por vivir el amor y el perdón», insiste.
Mazuelos concluye reivindicando la exhortación apostólica Amoris laetitia, de cuya publicación se han cumplido ya cinco años. «Todavía no ha entrado con fuerza. Hay que fomentar el acompañamiento a matrimonios jóvenes, la educación afectivo-sexual y ayudar a los heridos y a los que sufren, pues no podemos echarlos fuera, sino darles respuestas personalizadas. Tenemos mucho trabajo por hacer», concluye.