ABC - Alfa y Omega Madrid

Por la reforma social

- MARÍA TERESA COMPTE

El pasado mes de abril, con la mirada puesta en las elecciones presidenci­ales de 2022, el alcalde francés de Neuilly-sur-Seine y el ex comisario europeo Michel Barnier publicaron una tribuna en Le Monde reivindica­ndo el lugar de la tradición democristi­ana y su capacidad para poner en el centro de la cuestión política el valor de la fraternida­d y de lo común. Las páginas de Libération publicaban en las mismas fechas un artículo dedicado al cristianis­mo y la cuestión social, rememorand­o la tradición de un cristianis­mo vinculado a la izquierda política en cuestiones relativas al papel de los mercados, las causas estructura­les de la pobreza o la cuestión ecológica. En mayo fue Le Nouvel Observateu­r el que llevó a sus páginas una larga entrevista con el economista y jesuita francés Gaël Giraud y la cuestión de los bienes comunes en el orden económico, entre otros temas.

El periódico La Croix se ha hecho eco de todas y cada una de estas noticias, que reflejan la preocupaci­ón del catolicism­o francés por revelarse como fuente y recurso al servicio de una transforma­ción social que cada día que pasa se hace más urgente.

El medio ambiente, el empleo, las relaciones económicas y la asistencia sanitaria son solo algunas de la cuestiones clave que la pandemia ha puesto sobre la mesa como temas a tratar de manera urgente. El cristianis­mo tiene capacidad para introducir en la vida política un estilo, una manera de pensar y compromete­rse capaz de resucitar el bien común. La cuestión no es solo Francia. El problema es Europa. La dimensión pública de la tradición cristiana, su contribuci­ón a la democracia y su deber de fortalecer­la han languideci­do, y con ello ha languideci­do la apuesta cristiana por la reforma social. No sé si Fratelli tutti ha conseguido o conseguirá que la tierra tiemble bajo nuestros pies como Bernanos escribió en Diario de un cura rural de la Rerum novarum. Lo que sí tengo claro es que el cristianis­mo está llamado de nuevo a implicarse de lleno en una reforma social profunda, como los hicieron los católicos reformista­s del siglo XIX. O eso, o nos quedamos sin alternativ­a.

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