ABC - Alfa y Omega Madrid

Elección y misión de los apóstoles

- DANIEL A. ESCOBAR PORTILLO Delegado episcopal de Liturgia de Madrid

Tras la contemplac­ión, durante varias semanas, de distintos milagros, ahora nos adentramos en la relación de Jesús con sus discípulos. En concreto, en este domingo vamos a ver al Señor enviando a los doce a su primera misión. Los apóstoles son destinados a anunciar, a través de la predicació­n en nombre de Jesucristo, la llegada del Reino de Dios. Y, siguiendo la dinámica de las semanas pasadas, esa proclamaci­ón estará estrechame­nte ligada con la expulsión de demonios y con la curación de enfermos. Una interesant­e novedad que distingue el modo de actuar de Jesús con respecto al de los profetas del Antiguo Testamento es que el profeta era llamado por Dios, pero no escogía por propia iniciativa discípulos para colaborar en su misión. Jesús, en cambio, desde el comienzo de su vida pública quiere implicar a sus amigos en esta tarea, motivado no por una necesidad, sino porque desea que compartan con Él la misión y, sobre todo, la vida, puesto que en Jesús no podemos separar la identidad de la misión. Así pues, sus discípulos no son únicamente unos conocidos a los que les encomienda una tarea precisa durante un tiempo limitado. Por el contrario, la misión que Jesús encarga a los apóstoles surge de un profundo conocimien­to y amor mutuo previo, cualifican­do la tarea de enviados, que es precisamen­te el significad­o etimológic­o de la palabra apóstoles.

Las exigencias de la misión

El pasaje evangélico busca destacar el estrecho vínculo entre el comienzo del ministerio apostólico y el inicio del anuncio del Reino de Dios por parte de Jesús, que había tenido lugar con el mandato «convertíos y creed en el Evangelio» del comienzo del libro. Por eso Marcos incide ahora en que los doce salen «a predicar la conversión», es decir, un cambio radical de vida que, sin duda, ha de afectar, en primer lugar, a ellos mismos. Con esto se pone de relieve la continuida­d y la identidad con la misión del Señor. Junto con la predicació­n, Marcos afirma que «echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban». No es suficiente, por tanto, con anunciar el Evangelio. El cometido apostólico lleva consigo la realizació­n de acciones significat­ivas para que todos puedan constatar que el Reino de Dios ha llegado. El pasaje destaca, además, que Jesús «los fue enviando de dos en dos», según la costumbre habitual entre los judíos. El anuncio en grupos de dos concuerda con una tradición anterior, pero también es un estímulo y ayuda para la evangeliza­ción. Asimismo, el Evangelio quiere poner de manifiesto que pocas cosas hacen falta para ponerse en camino: un bastón, sandalias y ni siquiera túnica de repuesto, destacando así, al igual que en otros pasajes, el abandono en la providenci­a de Dios, el desprendim­iento que debe caracteriz­ar a quien se encamina a la misión y la exigencia de vivir desapegado­s de las comodidade­s o de los bienes materiales, necesarios únicamente como instrument­os para la tarea encomendad­a, pero para nada más. De este modo, queda de manifiesto que la misión del discípulo del Señor debe ir ligada a una austeridad de vida, como signo externo de un desapego mucho más profundo: el de los propios intereses. Quien, por contra, vive preocupado por sí mismo o agobiado por su futuro se incapacita en gran medida para llevar a cabo esta misión, puesto que en lugar de transmitir el amor y la cercanía de Dios hacia los demás, únicamente acabará mirando por sí mismo. En definitiva, mucho tiene que ver este pasaje con la bienaventu­ranza de los pobres de espíritu, de la que nos habla el capítulo cinco del Evangelio según san Mateo.

El ánimo del evangeliza­dor

Estamos ante un relato que correspond­e a la primera parte del Evangelio de san Marcos, donde prevalecen el optimismo y el entusiasmo inicial, corroborad­o por la gran cantidad de curaciones y exorcismos realizados por los apóstoles. Sin embargo, Jesús les advierte ya que no todo va a consistir en un triunfo y una aceptación incondicio­nal por parte de las personas con las que se encuentren. Para ello nos prepara en la primera lectura, en la que podemos comprobar, con el ejemplo del profeta Amós, que los enviados de Dios no reciben siempre una buena acogida. Se trata de un anticipo de lo que le ocurrirá al mismo Señor y a los cristianos a lo largo de los siglos. Con todo, aunque el Evangelio nos ayuda a ser consciente­s de la posibilida­d del rechazo, trata ante todo de ofrecernos ánimo y esperanza en una encomienda que por su misma naturaleza transmite la salvación de Dios a los hombres, más allá de las vicisitude­s específica­s de tiempo o de lugar con las que, a lo largo de la historia, se encuentran quienes son enviados por la Iglesia a realizar la misión.

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LAWRENCE OP Jesús envía a sus apóstoles. Inculturac­ión en la catedral de Manila (Filipinas).
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