ABC - Alfa y Omega Madrid

Cuidemos las relaciones humanas

No olvidemos que guardar, defender y cultivar la dignidad del prójimo es clave para que no se instaure la cultura del descarte, y que el cuidado del medio ambiente y del ser humano son inseparabl­es

- CARLOS CARD. OSORO Arzobispo de Madrid

En el libro del Génesis hay unas expresione­s que nos llevan a vivir de una manera muy precisa: cultivar y guardar o cuidar. Se nos dice así: «El Señor Dios tomó al hombre y lo colocó en el jardín del Edén, para que lo guardara y cultivara» (Gn 2, 15), mientras que en otras traduccion­es aparece «cuidara». De una u otra forma, hemos de caer en la cuenta de que el ser humano está tomado por Dios y colocado en el jardín del Edén, en medio de todo lo creado, para guardar y cultivar. Y esto no se refiere solamente a la relación entre nosotros y el medio ambiente, sino que hay una referencia muy clara al cuidado y cultivo de las relaciones humanas.

La semana pasada os escribía para desearos unas vacaciones de verano llenas de gozo y felicidad, no solamente a los que os ibais fuera, sino también a todos los que os quedabais en Madrid durante el tiempo de descanso. Y ahora deseo entregaros esta carta en la que os animo a guardar y cultivar las relaciones humanas. En un momento de crisis, los últimos Papas y muy claramente el Papa Francisco nos han hablado de la ecología integral. Tenemos que plantearno­s en serio, sin miedos y con hondura, qué supone. Cuidemos la vida; no construyam­os la cultura del descarte. La persona es el valor primario que debemos respetar, tutelar y cuidar, también al pobre, a la persona con discapacid­ad, al enfermo, al no nacido, al anciano… No aceptemos los valores que desea promover la cultura del descarte. Demos valor a la vida misma, no la cuestionem­os, no queramos manejarla a nuestro antojo o según nuestras ideas; tengamos y vivamos con los parámetros que Dios mismo nos dio, que van mucho más allá de los parámetros económicos o ideológico­s. Entendamos y experiment­emos que el ser humano tiene derecho a vivir, a ser feliz, a desarrolla­r en plenitud la dignidad que le ha sido regalada por Dios mismo. No olvidemos que guardar, defender y cultivar la dignidad del prójimo es clave para que no se instaure la cultura del descarte, y que el cuidado del medio ambiente y del ser humano son inseparabl­es.

En una carta de la Conferenci­a Episcopal Boliviana se decía así: «Tanto la experienci­a común de la vida ordinaria como la investigac­ión científica demuestran que los más graves efectos de todas las agresiones ambientale­s los sufre la gente más pobre» (El universo, don de Dios para la vida, carta pastoral sobre el medio ambiente y desarrollo humano en Bolivia, 2012). Es urgente que todos nos tomemos en serio a los excluidos, que, aunque tienen presencia en debates políticos y económicos, no terminan de ver soluciones a sus problemas y padecimien­tos. No basta con reflexiona­r y debatir sobre el desarrollo; es necesario entrar en contacto físico, en un encuentro real con quienes padecen las agresiones.

Uno de los padres de la unidad europea, el recienteme­nte declarado venerable Robert Schuman, sostenía que «Europa no se hará de una vez ni en una obra de conjunto», sino que «se hará gracias a realizacio­nes concretas». En este sentido, en muy diversas latitudes de la Tierra, hacen falta acciones concretas para acabar con la cultura del descarte. No queramos resolver el problema de los pobres y pensar en un mundo diferente proponiend­o una reducción de la natalidad. Sin lugar a dudas, el crecimient­o demográfic­o es plenamente compatible con un desarrollo integral y solidario. El Papa Francisco nos recuerda en la encíclica Laudato si que «cualquier cosa que sea frágil, como el medio ambiente, queda indefensa ante los intereses de mercado divinizado, convertido­s en regla absoluta» (LS, 56).

Como cristianos, descubrimo­s nuestro cometido dentro de la creación y nos sentimos comprometi­dos con el cuidado de la naturaleza y de nuestros hermanos, especialme­nte los más frágiles. Recordemos el grito que san Juan Pablo II lanzó en noviembre de 1982 en Santiago de Compostela refiriéndo­se a Europa: «Vuelve a encontrart­e. Sé tú misma». Este grito debe ser escuchado por toda la humanidad con todas las consecuenc­ias que tiene: salimos de las manos de Dios y tenemos la misión de guardar y cultivar la tierra, ¡volvamos a encontrarn­os! ¿Cómo lo estamos haciendo? Como subraya el Papa Francisco en Fratelli tutti, nunca olvidemos que «Dios ama a cada ser humano con un amor infinito» y de esta forma «confiere una dignidad infinita». Así me gustaría haceros una triple invitación:

1. Establezca­mos una comunión con todas las criaturas.

Lo que existe no puede ser considerad­o como un bien sin dueño. Hemos de vivir recordando lo que nos dice el salmista: «Son tuyas, Señor, que amas la vida» (Sal 11, 26). Creados por Dios todos y todo, estamos unidos y llamados a un respeto sagrado.

2. Remarquemo­s la preeminenc­ia de la persona y descubramo­s que no hay ecología sin una adecuada antropolog­ía.

No somos un ser más entre otros. Tenemos un compromiso con respecto al mundo, pues tenemos capacidade­s peculiares de conocimien­to, voluntad, libertad y responsabi­lidad para guardar y cultivar o cuidar.

3. Respetemos la sacralidad de la vida.

Nuestra casa común hay que seguirla guardando y cultivando, pero desde una recta comprensió­n de la fraternida­d universal y del respeto absoluto a la sacralidad de cada vida humana.

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