ABC - Alfa y Omega Madrid

Mujer tenías que ser

La ley trans y LGTBI se presenta como una reclamació­n de la libertad, pero para muchas puede constituir un riesgo: el de la banalizaci­ón del ser mujer

- CRISTINA LÓPEZ SCHLICHTIN­G Directora de Fin de Semana de COPE

Mujer tenías que ser. Estamos acostumbra­das desde niñas a que nos agredan con esa frase. Nos la arrojan si conducimos mal o si levantamos la voz, si se nos atasca el ordenador o nos quejamos por el sueldo. Ser mujer, algo tan maravillos­o como complicado, no es un sentimient­o, es un hecho que te determina. A veces olvidamos, como occidental­es, que nuestras hermanas del mundo a menudo no pueden estudiar, casarse libremente, disfrutar del sexo, viajar por su cuenta, ser jueces, prestar testimonio, heredar. Que por ser mujeres reciben palizas, son violadas o mutiladas genitalmen­te, carecen de derechos fundamenta­les. ¡Cuántas veces, por la presión cultural, una se ve empujada a soñar con no haber nacido mujer! Pero el deseo no cambia la realidad.

Ahora, con las nuevas leyes trans, el deseo se erige en criterio para la identidad sexual. Hasta el extremo de que un adolescent­e puede establecer un cambio de sexo con un mero testimonio administra­tivo. La condición de mujer queda tan banalizada que pareciera que se pueden evitar los problemas del machismo eligiendo otro sexo. Pero no podemos, no es verdad.

No se trata aquí de poner en tela de juicio que hay personas –minoría, es verdad– que nacen sin un sexo claro y que, por razones físicas o psicológic­as, se ven obligadas a pasar por el doloroso proceso de la llamada reasignaci­ón de la identidad. Pero sí es justo reclamar que una es mujer al margen de su voluntad, por un hecho previo, dado, experiment­able, que no puede banalizars­e ni reducirse.

La ley trans y LGTBI se presenta como una reclamació­n de la libertad, pero para muchas puede constituir un riesgo: el de la banalizaci­ón del ser mujer. El borrador pretende prohibir de facto cualquier alternativ­a terapéutic­a a la transición hormonal y quirúrgica para los niños y menores con disforia. Es una locura. Las cosas no son blancas ni negras, los matices no implican intransige­ncia. En la adolescenc­ia se produce un rechazo del propio cuerpo que se puede confundir con transexual­idad. Una niña que se está descubrien­do lesbiana, por ejemplo, puede pedir el bloqueo hormonal químico y hasta embarcarse en la mastectomí­a y arrepentir­se después, como ha ocurrido en Inglaterra, donde el caso Keira Bell se ha convertido en objeto de debate. Bell se sometió con 16 y 17 años a un tratamient­o con hormonas masculinas y, a los 20, se hizo amputar los pechos. Ahora, con 23 años, afirma que todo aquello no resolvió su disforia y ha ganado un proceso judicial contra la clínica que descartó otras causas de su problema, como depresión, odio hacia sí misma o confusión. Keira asegura que los niños y adolescent­es necesitan mejor apoyo, no un «modelo afirmativo» que automática­mente las considera «niñas trans» y las encamina a los bloqueador­es de la pubertad. Bell vive ahora como mujer, pero sigue presentand­o vello en el pecho y rasgos masculinos. «No había nada de malo en mi cuerpo, simplement­e estaba perdida. La transición me otorgó la facilidad de esconderme aún más de mi misma». Los jueces británicos le han dado la razón y la sentencia considera que «es muy poco probable que un niño de 13 años o menos sea competente para dar su consentimi­ento a la administra­ción de terapia hormonal o sopesar los riesgos y consecuenc­ias a largo plazo». Es lo mismo que denuncia Walter Heyer, que se operó y vivió diez años como mujer en los Estados Unidos y después hubo de atravesar las mismas operacione­s dolorosísi­mas y tratamient­os en sentido contrario cuando comprobó que sus problemas no desaparecí­an con el cambio de sexo.

¿Por qué irritan estos testimonio­s en ciertos sectores LGTBI? ¿No estamos cayendo en la intoleranc­ia? Existe un deseo de ordenarlo todo, de dar salida a cada impulso, a cada duda, de encasillar las soluciones y considerar que todo tiene remedio, y a poder ser a corto plazo. El camino de la vida es lo suficiente­mente complejo como para que no escatimemo­s prudencia. También para que se respete el hecho de que las feministas tradiciona­les protestemo­s contra la banalizaci­ón de la identidad, que tiene consecuenc­ias tan graves como la normalizac­ión de la prostituci­ón o la aceptación del uso de la mujer como madre de alquiler.

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FREEPIK «El borrador pretende prohibir de facto cualquier alternativ­a terapéutic­a a la transición hormonal y quirúrgica para los niños y menores con disforia. Es una locura».
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