ABC - Alfa y Omega Madrid

Hoy: roscos de naranja y aguardient­e

Durante 40 años pidieron de pueblo en pueblo para reconstrui­r su monasterio, en ruinas tras la guerra. Ahora viven en Alcaraz doce franciscan­as de la Tercera Orden Regular

- Cristina Sánchez Aguilar Madrid

No se asusten con las cantidades. Las hermanas, una vez que se ponen a hacer roscos, hornean para las doce que forman la comunidad y para las visitas que reciben, a las que gustan de obsequiar con un recuerdo dulce. Para hacer la receta casera, baste con reducir cantidades y voilà: unos roscos light para este verano, porque aunque tienen aceite en la masa, no van fritos.

Sor Inmaculada, la que nos ofrece uno de sus dulces fetiche, es una de las más jóvenes de este monasterio de Santa María Magdalena, situado en la localidad albaceteña de Alcaraz. Con una población de alrededor de 1.400 habitantes, tiene un rico patrimonio renacentis­ta, una plaza mayor declarada Monumento Histórico Artístico, y un castillo en ruinas que tuvo siete puertas principale­s, lo que da una idea de lo impresiona­nte de la construcci­ón y del esfuerzo que supuso el asedio y la toma por Alfonso VIII en 1213. Entre casas nobiliaria­s, una iglesia gótica y el monumento al Sagrado Corazón de Jesús levantado en 1956 en el cerro de Santa Bárbara, el visitante encuentra la casa de las franciscan­as de la Tercera Orden Regular (T. O. R.), presente en la población desde 1432.

«Como la mayoría de los monasterio­s de franciscan­as de la T. O. R., este se formó por la unión de terciarias seglares que querían vivir una vida más comprometi­da», explica sor Inmaculada. La fundadora, que es venerable y se llama María Ruiz, y otras tres o cuatro doncellas, decidieron en el siglo XV retirarse y hacer una vida penitente, dedicándos­e a obras de misericord­ia. En un principio «vestían el hábito de terciarias franciscan­as seculares, vivían de su trabajo y en comunidad, pero no eran religiosas». En 1471 el marqués de Villena, señor de Alcaraz, donó a las mujeres una casa más amplia y formaron lo que entonces se llamaba un beaterio, al que se unieron una decena de muchachas más. Fue Inocencio VIII quien las concedió la bula para que aquella casa se convirties­e en monasterio, y las habitantes «hicieron la profesión de los tres votos». En 1526 las monjas se instalaron en el edificio actual y lo pusieron bajo la titularida­d, que hoy conserva, de santa María Magdalena. Entre sus filas ha habido hasta 30 venerables, «nuestra mejor herencia».

Como tantos monasterio­s que conocemos en estas páginas, durante la invasión francesa la edificació­n sufrió el expolio de sus vienes y las religiosas fueron maltratada­s por el Ejército galo. La desamortiz­ación de Mendizábal las arrebató lo poco que les quedaba, y en último de los tres horrores que sufrieron los conventos españoles, la Guerra Civil, las monjas tuvieron que refugiarse en la residencia de ancianos del pueblo y luego en la casa del capellán. Trabajaban en el Hospital de Sangre para asistir a los heridos mientras en el monasterio vivían los evacuados. Al término de la contienda, su casa fue prisión y sufrió una explosión. Pero la comunidad volvió a su hogar, aún en estado de ruina. Y, a base de pedir de pueblo en pueblo, han logrado reconstrui­rlo durante 40 años. «Hoy está en buenas condicione­s y conservamo­s obras de arte que por cariño a la comunidad los demandader­os guardaron poniendo en riesgo su vida», explican las monjas.

Aunque durante años han realizado gasas para hospitales, ropa, e incluso intentaron dar un salto a la repostería, «nos dedicamos a la oración y a cuidar de las muchas enfermas que tenemos», a la espera de que lleguen jóvenes para ponerse con las manos en la masa.

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FOTOS: FRANCISCAN­AS DE LA TERCERA ORDEN REGULAR DE ALCARAZ Las doce franciscan­as de la T. O. R. de Alcaraz viven estos días en la oración y en el cuidado unas de otras.

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