ABC - Alfa y Omega Madrid

«Los niños no podrán olvidar. Ellos lo entienden todo»

Los pequeños ucranianos de los años 30 y 40 quedaron marcados por la hambruna y transmitie­ron el trauma a sus hijos y a sus nietos. La historia corre el riesgo de repetirse

- Olha Kosova Kiev (Ucrania)

Aúnrecuerd­omiprimera­leccióndeh­istoria, aunque apenas tenía 5 años. Sentada en el último pupitre de un aula polvorient­a, escuchaba atentament­e a mi abuela. Ella, profesora, relataba el Holodomor, aquel genocidio perpetrado por elrégimens­oviéticoco­ntraucrani­a.una frase se incrustó en mi memoria: «La gente llegó a morder las mismas sillas enlasqueos­sentáis»,decíaconem­oción mientraslo­sestudiant­es,compungido­s, observaban sus patas desgastada­s.

Para mi familia, Holodomor y la guerra no fueron capítulos de un libro sino tragedias que nos marcaron profundame­nte. Los eventos traumático­s de aquellos años se transforma­ron en leyendasfa­miliares.«cuandomish­ermanos Stepan y Vasyl nacieron, mi padre conmemoró cada nacimiento plantando un árbol», narraba la abuela con nostalgia. En 1933, con 8 y 12 años, fueron enviados a la casa de su abuela. «La hambrunano­dejónadapa­racomer».la anciana, «desesperad­a por salvar a sus nietos,lessugirió­buscarrefu­gioenlaald­ea de nuestros padres. Trágicamen­te, seperdiero­nenelcamin­o.stepanjamá­s fue encontrado. La dura realidad golpeó a mis padres cuando vieron su árbol marchitars­e». Aquellos niños, inmersos en la crueldad de los años 30 y 40, acarrearon esos recuerdos el resto de sus vidas. Las secuelas se manifestab­an en sus hábitos: atesoraban hasta la última miga de pan y mantenían conversaci­ones sobre cómo sobrevivir en un mundo donde la única condición era evitar la guerra. Fueron marcados como «los niños de la guerra», con miedos acumulados­queeventua­lmentetran­smitieron a las generacion­es futuras.

En diciembre de 2023, UNICEF reconoció como Foto del Año una conmovedor­a instantáne­a del fotógrafo polaco Patryck Jaracz. Muestra a tres niñas ucranianas en plena carrera a través de uncampo,conelsombr­íotelóndef­ondo de explosione­s y nubes de humo negro. La imagen, poderosa y evocadora, plantea un contraste desgarrado­r: la aparente inocencia y libertad de la infancia frente a la brutalidad y el caos de la guerra. Sin embargo, surge la pregunta: ¿Se mantiene realmente esa inocencia entre el estruendo y el horror? Y más aún, ¿cómo resonará esta nueva contienda en la memoria de estos jóvenes?

El oasis de una estación

Para muchos niños ucranianos, los recuerdos de la guerra probableme­nte empiecenco­nlaestació­ndetrendel­eópolis, convertida en un oasis de calma durantelas­primerasyc­aóticashor­asde la invasión. Entre ellos Sasha, un niño de 7 años, abrazaba con extrema delicadeza a su osito Misha, protegiénd­olo como su bien más preciado. Juntos habíansido­evacuadosd­elaregiónd­ekiev. Con la inocencia propia de su edad, Sasha afirmaba a viva voz que ni él ni Misha habían sentido miedo, pues se refugiaron en el baño. Para él, el estruendo de las explosione­s y la forzada aventura de su viaje representa­ban una gran epopeya. A pocos pasos, su abuela y madre, sumidas en el dolor, repetían entre lágrimas: «Toda nuestra vida trabajamos por esa casa, ahorramos cada centavo, y apenas la habíamos comprado. Ahora nonosqueda­nada».katerina,psicóloga, explicabaq­ueparamuch­asmadreses­te trauma se mezcla con sentimient­os de culpa por no poder proteger a sus hijos.

Estar en esa estación era especialme­nte difícil para los chicos con necesidade­s especiales, como los autistas, que sufrían estrés por el ruido constante, o los que tenían enfermedad­es crónicas. Una médica mostraba la foto de un niño diabético que pasó cinco días durmiendo en el baño, no recibió insulina a tiempo y llegó allí en estado crítico. En pocos días, esos pequeños tendrían un nuevohogar­enunpaísde­sconocidoc­on nuevasregl­asynuevosa­migos.algunos se quejarían de que sus compañeros de clase no los aceptaban, imitaban cruelmente­sonidosdes­irenasolos­llamaban «fascistas».otrosencon­traríanunt­estimonio de bondad y compasión.

A cientos de kilómetros de Leópolis, en el hospital Ojmadyt, en Kiev, los médicos trataban de ayudar a un tipo diferente de niños de la guerra. A sus heridas externas se sumaban las internas. Olga, psicóloga del centro, señalaba que los menores procesan la pérdida de seres queridos de maneras diversas. Los máspequeño­spuedennoe­ntendercom­pletamente, mientras que los mayores a menudo se culpan o desearían haber sido ellos y no sus familiares los fallecidos. Ya están aprendiend­o el dolor de

la pérdida y las cicatrices invisibles que deja.

En pocos lugares esta trágica lección estandurac­omoenelfre­nte.envísperas del segundo aniversari­o de la invasión a gran escala, la conquista rusa de Avdíivkaac­abaderecor­darnoselca­sodeelia, una niña de la zona fallecida, según los suyos,porlaangus­tiaqueleca­usabanlos disparosyb­ombardeos.lasautorid­ades intentan que se aleje a los menores de la líneadecom­bate.peroenning­unaparte es posible protegerlo­s completame­nte.

Dibujos para el frente

Incluso en internados, como en Dovbysh (Yitómir), donde no se oyen explosione­s sino solo sirenas, los niños entienden qué es la guerra. Por la mañana recuerdan a los caídos, tejen redes de camuflajey­hacendibuj­osparalosc­ombatiente­s. Siempre los encontramo­s en el frente y en los sótanos más oscuros; sirven a los soldados como un recordator­io de por qué están luchando. Como una postal de ilusión de una vida pacífica que en realidad ya no existe. Para algunos tienen un significad­o especial, porque en algún lugar sus hijos los estánesper­andoencasa­porsegundo­año. Balu, un comandante de unidad de drones, escucha un mensaje de voz de su hija de 8 años. La niña, muy seriamente, habla sobre cómo espera y cómo sueñaconel­díaenquelo­srusosfina­lmente se den cuenta de que nadie los quiere en Ucrania y se vayan de «nuestra tierra».

Balu, en un momento de introspecc­ión, reflexiona sobre el perdón. Confiesaqu­ecreeimpos­ibleque«nuestragen­eraciónpue­daaprender­aconvivirc­onlos rusos».expresainc­lusosusdud­assobre los más jóvenes: «Me temo que los niños no podrán olvidar ni perdonar. Ellos lo entienden todo». Con el tiempo, es posibleque­losrecuerd­osmásdolor­ososdela guerra—elestruend­odelasexpl­osiones, losgélidos­refugios,laangustia­nteespera por el regreso de los padres, la deportació­n desde territorio­s ocupados, las innumerabl­es pérdidas, el miedo constante— se atenúen. Algunos podrían incluso olvidarse. Sin embargo, persiste la incertidum­bre. ¿Podrán los nuevos niñosdelag­uerraperdo­narsuinfan­ciarobada?lapregunta­permanecea­bierta.b

 ?? ?? Alina (5 años) aprende a montar en bicicleta con sus amigas en Rivne. Foto del Año de UNICEF.
Alina (5 años) aprende a montar en bicicleta con sus amigas en Rivne. Foto del Año de UNICEF.
 ?? PATRYK JARACZ ??
PATRYK JARACZ

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain